La sombra de una 'rodesianización' planea sobre el territorío francés.
La efervescencia política que registra Nueva Caledonia, tras unas elecciones cruciales y polémicas al primer Parlamento autónomo, con victoria colonialista -y ante la radicalización de los independentistas, que exigen la soberanía inmediata- hace planear sobre el futuro de este territorio de ultramar francés la sombra de la rodesianización.
Porque en estas islas, junto a la explotación económica, la represión política y el deterioro de las culturas indígenas, propios de todo régimen colonial, existe un elemento adicional que las marca y condiciona: la composición multiétnica, sobre todo la presencia de dos comunidades numéricamente próximas y antagónicas: los caldoches y los kanakes, es decir, europeos e indígenas melanesios.
Sobre 150.000 habitantes hay unos 62.000 kanakes, incluidos los de las islas de La Lealtad, un 44% de la población, y unos 50.000 europeos (35%). Hay que añadir unos 10.000 polinesios de Wallis y unos 7.000 de Tahití; unos 5.000 indonesios, 2.000 vietnamitas, 2.000 melanesios de Vanuatu y 3.000 de otras procedencias.
De los blancos, 20.000 son recién llegados, militares, funcionarios, inmigrados. Los restantes 30.000 son los nacidos en las islas de familias establecidas en ellas hace una, dos o tres generaciones, descendientes de deportados, soldados y presidiarios, y que se consideran tan nativos como se consideraban los blancos de la antigua Rodesia de lan Smith.
Monoproducción de níquel
Si París domina la política oficial de su territorio ultramarino, y las empresas transnacionales la gran economía -centrada en la monoproducción de níquel, tercer productor mundial, bajo el control de la Nickei Company-, además del cromo, cobalto, café y ganado, el poder local real está en manos de los caldoches. Éstos poseen la mayor parte y la mejor de las tierras de cultivo y pasto (unos 1.000 son verdaderos latifundistas) y producen la mitad del café. Otros trabajan en buenas condiciones en las minas, las empresas y la Administración.
Los caldoches han vivido siempre en sus guetos de lujo, en la capital, Numea, o en sus fincas, rodeadas de alambradas, que recorren, armados, a caballo. Para ellos, el kanake es un ser inferior, despreciable -el mestizaje ha sido míninio-, incapaz de trabajar y desarrollarse, a quien ni en broma estarían dispuestos a abandonar el territorio que ellos "abrieron a la civilización". La libertad política de los kanakes es dudosa, y la censura y la porra funcionan constantemente. Los caldoches ganaron las pasadas elecciones.
Tras la anexión de Nueva Caledonia, en 1853, los kanakes fueron encerrados en reservas, se ocuparon sus tierras, se empobrecieron, fueron cristianizados y desculturizados. Hoy viven fuera del desarrollo económico.
Los kanakes urbanizados son escasos y realizan los peores trabajos por salarios inferiores a los de los blancos. Viven en míseros guetos, donde el alcoholismo es frecuente. De cada 100 melanesios, sólo uno llega a los estudios superiores. La subescolarización repercute en la poca cualificación laboral: no hay ningún médico o abogado kanake. El racismo es regla: un blanco nunca recibirá en su casa a un kanake, y éste nunca debería acercarse a una mujer blanca.
En las reservas viven un poco mejor, dedicados a la agricultura de subsistencia o a la ganadería. Pero la disgregación cultural y el trauma colectivo han sido notables y han afectado a la estructura familiar, social y política.
Lentamente, sin embargo, junto a las reivindicaciones sociopolíticas, han aparecido poderosas corrientes culturales. La sociedad melanesia ha resistido bien el impacto europeo, mucho mejor que las polinesias. En parte porque si las reservas marginaron al kanake, también lo protegieron y contribuyeron a salvaguardar su cultura. Hoy, muchos trabajadores urbanos vuelven el fin de semana a su pueblo de la reserva, donde, reunidos, renuevan sus manifestaciones artísticas o rememoran las rebeliones contra los europeos.
Un futuro difícil
Francia ha ignorado siempre a los kanakes y utilizado a las demás minorías para sus fines, fomentando su temor a una independencia kanake. Para contrarrestar la radicalización de esta etnia, el Gobierno de Mitterrand hubo de prometer en 1982 tres reformas básicas, de dificilísima ejecución: integración de elementos del derecho consuetudinario melanesio en el Código Civil vigente (francés); desarrollo económico de la población, y devolución gradual de las tierras a los kanakes...
Esto último, sobre todo, exacer-
La sombra de una rodhesianización planea sobre el territorio francés
bó la ira de los caldoches, "unos ultras" para París, a los que, aun así, no deseaba abandonar a su suerte. Por ello, la reciente victoria sobre los socialistas del derechista y posfrancés Unión para una Caledonia en la República (RPCR), gracias al voto colono, ha dado un respiro al Gobierno de París, que ha podido congelar cómodamente su plan de una Nueva Caledonia independiente multirracial y francófona, prolongando más fácil y sólidamente, gracias a los colonos, la "presencia francesa en el Pacífico".Algunos melanesios no rechazan una independencia multirracial, pero han sido superados por su izquierda por quienes la tachan de neocolonial y exigen para este año (otros, para 1986) la independencia total kanake, en la que blancos y polinesios gozarían de una ciudadanía kanake, "porque el archipielago es originariamente melanesio". Sí para la mayoría de los caldoches la independencia propuesta por París es una "irnbecilidad igualitarista", la de los canacos es una "monstruosidad" que no van a tolerar.
Los caldoches, de mentalidad pied-noir están dispuestos a todo. A utilizar el partido RPCR, mientras siga ganando las elecciones, y a los partidos fascistas, como el Rural. A "importar más blancos", para superar a los indígenas. A defender "sus" islas con las armas (60.000 armas para 50.000 blancos), e incluso a proclamar una independencia unilateral a la rodesiana.
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