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El informe psiquiátrico sobre el supuesto asesino de María Teresa Mestre

El retrato íntimo de un presunto homicida

Cinco médicos han rastreado la biografía del joven Ángel Mayayo

Los psiquiatras investigaron primero el entorno familiar de Ángel Emilio Mayayo Pérez. Descubrieron que su padre había fallecido cinco años atrás de una cirrosis hepática, seguramente etílica Contaba sólo 59 años de edad y había sido juez en Salou. Todos le recuerdan como un hombre de carácter autoritario, con una única debilidad: su hijo. Ángel nació cuando él contaba 42 años de edad. Los dos, padre e hijo, siempre se habían protegido mutuamente, incluso en los últimos años de la vida del padre, cuando la enfermedad alcohólica de éste se agravaba y el muchacho veía como se moría.Los médicos han aportado al historial clínico de Ángel Mayayo varias anécdotas con las que se ilustran estas singulares relaciones paterno-filiales. En una ocasión ambos estaban en un bar e iban a cerrar; el chico quería seguir jugando con las máquinas tragaperras, por lo que su padre convenció, autoritariamente, al dueño para que no cerraran y el muchacho continuara jugando En otra ocasión, el padre estaba bebiendo una cerveza en un bar y el muchacho se fue hasta él, cogió el vaso y derramó el líquido por el suelo delante de todo el mundo. El padre no reaccionó a pesar de la humillación, concluyen los psiquiatras.

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Una conclusión controvertida

Descubrieron también los psiquiatras en ese entorno familiar un "episodio psíquico no precisado" que afectó a la madre, ocho meses después del nacimiento de su hija, que fallecería a consecuencia de un accidente. La mujer fue asistida durante un tiempo por un médico psiquiatra en régimen de ambulatorio.

Por último, los cinco investigadores clínicos localizaron la increíble historia de un abuelo materno, que estuvo ingresado durante muchos años en el Instituto Pedro Mata de Reus. Al parecer, la enfermedad mental le sobrevino durante la guerra civil, cuando ,la autoridad militar decidió movilizarlo y considerarle útil para el servicio, a pesar de que padecía fiebres de Malta. Esta decisión le impresionó de tal manera que tuvo que ser ingresado en el manicomio, donde falleció.

Un puñal en la mesilla

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Con este retrato familiar el equipo de cinco médicos psiquiatras inició la investigación sobre Ángel Emilio Mayayo Pérez. Se trata en principio, de una historia gris y anodina, sin otro interés que las contradicciones entre las declaraciones de la madre y de la tía. Mientras la primera se refiere al muchacho como a una persona que "se adaptaba bien y era constante"; la segunda asegura que es un chico "distraído, que se pasaba el rato mirando el reloj o alrededor, que no tenía iniciativa y que estaba un tanto sobreprotegido". En la biografía precoz se recogen detalles sobrecogedores, como esa luz permanentemente encendida en su dormitorio, o ese puñal que cada noche colocaba en su mesilla, o esa permanente agresividad hacia su madre, a la que un día cogió por el cuello porque creía que le había dado poco dinero para sus gastos.

La historia personal de Ángel Mayayo comenzó a torcerse a los 17 años, cuando, fallecido su padre, se retrasó en los estudios. Él mismo reconoció que no le "entraban" ciertas asignaturas como las matemáticas, la física, la química o el latín. Empezó presentándose sólo en las convocatorias de septiembre y acabó abandonando el bachillerato, a pesar de que siempre había asegurado que quería estudiar Derecho o Económicas. La alternativa de los cursillos de comercio, banca o idiomas fue también un fracaso. Lo único que le gustaba era leer enciclopedias, ir al cine, a las discotecas y, sobre todo, conducir.

Por un instante, Ángel Mayayo interrumpió su relato biográfico y explicó a los médicos cómo se veía a sí mismo. Afirmó que "dificilmente tolera la soledad" y la incomodidad que le provocan ciertas situaciones, como la del velatorio de su padre, donde se sintió obligado a contar chistes. Luego se justificó diciendo: "siempre tengo que ocultar, no puedo mostrar lo que me pasa y también pienso que los otros no tienen porque pasarlo mal cuando a mí me pasa algo".

"Se considera muy cuidadoso y detallista", indican los médicos en su relato, "fijándose en pequeños detalles, cosas como enderezar cuadros, colocar sillas, lavarse las manos, tardar en leer libros porque tiene que volverse atrás. No tolera llevar cosas en el asiento posterior del coche cuando viaja. Tiene que ponerlo todo en el maletero y en un orden determinado. Cada viaje es un problema por este motivo. Le resultaba difícil tener que hacer encargos que le encomendaba su madre. También relata que tenía 'complejo' de su necesidad de hacer planos, croquis o esquemas de los edificios que, a su manera, proyectaba en especial al ver un solar vacío. Lo medía a pasos para pasar luego horas pensando en proyectos de edificios de casas corrientes de pisos".

Ángel finalizó la introspección afirmando que se encuentra insatisfecho de sí mismo, que "piensa

El retrato íntimo de un presunto homicida

demasiado y luego no hace nada, al tiempo que ignora lo que quiere, para, a continuación, banalizar que cree que con su novia sería capaz de todo..."."Ese pequeño monstruo"

La novia de Ángel facilitó a los cinco médicos detalles importantes y reveladores de la personalidad de¡ procesado. Habló de él con cierto desprecio, asegurando que "sólo se interesaba por los coches", o que "se pasaba el rato pensando en planes imaginarios", o que "le precocupaba mucho su imagen física y pasar como una persona graciosa".

"Era bastante rencoroso y pensaba mal de la gente. A veces hacía listas de las personas en las que podía confiar. Le preocupaba su situación y su falta de porvenir, pero no reaccionaba operativamente y dejaba pasar el tiempo. Era indolente, se levantaba tarde y se quedaba en la cama muchas horas, sin dormir", informó la muchacha. Cuando finalizaba la entrevista, la joven relató a los médicos un extraño incidente que surgió un día cuando le pidió que le acompañara a un sitio.

"( ... Me encerró con llave", explicó, "puso un disco y entonces me enseñó un cuchillo, puso una cara muy rara y me dijo que me iba a matar. Todo esto sin haber discutido. Yo me puse a llorar. Él me tiró al suelo. Se sentó encima y cada vez que hablaba me enseñaba el cuchillo y me insultaba. Al cabo de un rato cambió de cara y me preguntó si me había asustado. No te lo tomes en serio, a mí no me gusta verte asustada, me dijo, mientras me acariciaba. Siempre le gustaba asustarme y amenazarme".

Él se justificó diciéndole: "Es el pequeño monstruo que llevo dentro".

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