El Español consiguió salvar un punto ante el Hércules
La semana pasada se supo que los jugadores del Español habían plantado unos ajos en el césped de Sarriá para atraer a la buena suerte. El domingo, el entrenador del Rácing, Maguregui, debió pensar en esos ajos durante la noche, mientras se removía en la cama soñando con los cinco goles que había encajado ante su ex equipo. Ayer se demostró que esos ajos están perdiendo poder y que deben cambiarse cada semana. De un 5-0 se pasó a un justito 2-2. De nuevo hubo suerte en Sarriá, porque el Hércules vencía por 0-2.El Hércules casi ni tuvo tiempo de oler los ajos, y cumplió la máxima de Julio César. El llegué, ví y vencí de los herculanos fue literal. Con un presupuesto escaso y muchas deudas en sus espaldas, Regaron a Barcelona a media mañana, comieron a mediodía en un céntrico hotel y, tras ganar un positivo -que siempre viene bien- partieron a toda velocidad hacia el aeropuerto, sin gastar ni un duro en hospedaje.
Los alicantinos vinieron con las ideas claras. Su objetivo era aguantar atrás y esperar a que un contraataque veloz amargase la tarde a los ajeros. Esta táctica no es ningún gran descubrimiento y la utilizan hasta los grandes, pero al Hércules le sirvió.
La primera parte fue digna de un partido de balonmano: la defensa del Hércules formó una barrera delante de su área y el Español intentó romperla con ataques por las bandas y Giménez y Pineda como pivotes de aquel deporte, en un continuo intento de abrir huecos por el. centro.
Enseguida quedó claro que este Español juega demasiado acelerado. Todos sus ataques eran semejantes a los de un toro embistiendo con la cabeza gacha. Tan encelados estaban los españolistas en sus penetraciones que olvidaron que el Hércules guardaba un cartucho en la recámara llamado Reces. Este extremo estuvo a punto de marcar por dos veces en los 10 primeros minutos. Falló, pero al tercer aviso llegó la estocada, y su escapada la convirtió en gol Latorre. Dos minutos después, con las gradas atónitas, Reces cogió otro balón tonto y lo clavé en las mallas.
El supersticioso de la plantilla españolista debió ir a ver si alguien había robado los ajos plantados. Estaban en su sitio, aunque su efecto llegó un poco tarde. Después de dos faflos de Giménez y Pineda, que se precipitaron al chutar, Regó el gol de Zúñiga.
Pero el empate, el puntito salvado, se hizo esperar. Hasta su llegada, Lauridsen se perdió en un marasmo de regates por el centro del campo, Pineda, en lugar de intentar marcar, se empeñó en querer agujerear la red de un balonazo; Soler y Miguel Ángel intentaban buenas combinaciones, pero sin acertar en el área; Orejuela, Job, Arabí y Zúñiga estaban cegados por el resultado, y jugaban a cien por hora. Nadie tenía la cabeza fría.
El técnico españolista, Xabier Azkargorta, decidió acabar con tanto correcaminos y sentó a Lauridsen y Orejuela para dar entrada a Márquez e Ibáñez. Fue Márquez el que acertó con la cabeza la trayectoria de uno de los muchos centros bombeados que llegaron al área. El 2-2 sirvió para que el Hércules dejase de disimular: los alicantinos habían tenido dos puntos y al quedarse con uno solo decidieron aplicar el remedio de patada y a seguir. Desde el empate, los despejes al córner se sucedieron como una táctica contínua; las lesiones fingidas se simulaban una tras otra; la defensa se convirtió en digna de Sagunto. Y ni los ajos pudieron contra eso.
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