La política económica de Reagan y el futuro
La tentativa de reelección del presidente Reagan no se verá afectada negativamente por el comportamiento de la economía de Estados Unidos. El mes próximo, cuando los norteamericanos acudan a las urnas, el sol brillará en el cielo de la economía.¿Significa esto que la reelección del candidato republicano será algo positivo para nuestro pueblo y para la economía mundial en los próximos cuatro años? Es fácil dar una respuesta partidista a tal pregunta. Voy a intentar hacer algo más difícil en este artículo: repasar los datos existentes para que los lectores se formen ellos mismos su propio juicio sobre esta cuestión vital. A pesar de la política económica de Reagan.
En el primer mandato de Reagan ha habido un poco de todo. Cuando Ronald Reagan llegó a la presidencia, la economía estaba en una fase de recuperación de la recesión iniciada con Carter en 1980: no se trataba de un caso desastroso, de un Dunquerque económico.
A mediados de 1981 ya se había iniciado una nueva recesión. ¿Fue a causa de la política económica de Reagan o a pesar de ella? Si bien la campaña del Banco de la Reserva Federal contra la inflación fue uno de los factores importantes de cambio de rumbo de la economía, cuando se estudian los datos que demuestran lo mucho que estaban aumentando los tipos de interés, se convence uno de que una de las causas que iniciaron y reforzaron la dura recesión de 1981-1982 fue el reconocimiento por parte de Wall Street del enorme déficit fiscal estructural que estaba produciendo la política económica de Reagan. A los inversores les encantaban las evasiones fiscales que les proporcionaban los programas Kemp-Roth, así como otros programas de la economía de la oferta. Sin embargo, predijeron, correctamente, que el resultado sería la exclusión de los préstamos para inversión privada por las necesidades del Tesoro de financiar los déficit colosales. Temiendo los futuros aumentos de los tipos de interés, se deshicieron prudentemente de sus obligaciones, contribuyendo con ello a que resultara posible lo que tanto temían.
Así pues, fue la política económica de Reagan la que provocó los tipos de interés hipotecarios altos que estrangularon al sector de la construcción, y esto provocó el retroceso en el gasto de consumo en bienes duraderos, lo que a su vez obligó a los Estados y municipalidades a posponer proyectos capitales, justo en el momento en que la inversión en instalaciones y bienes de equipo se estaba estancando.
¿Qué fue entonces lo que puso posteriormente fin a la primera recesión duradera de Reagan? ¿Se le puede, al menos, achacar al presidente el mérito de la recuperación económica de finales de 1982?
Una mirada a la carrera de acontecimientos echa por tierra tal afirmación. A quien corresponde el mérito en definitiva de haber planificado la recuperación es a Paul Volcker y al Banco de la Reserva Federal. A partir de agosto de 1982, la Reserva Federal se dedicó a una labor de ajuste keynesiana. Y esta vez funcionó. El mercado de valores subió, trayendo el respiro del dinero fácil al sector de la construcción. Las acciones imitaron a los bonos y subieron un 60% en un año a partir de mediados de 1982.
A pesar de las afirmaciones de algunos economistas de la oferta, como Arthur Laffer, y del congresista Jack Kemp, fueron los consumidores y no los inversores los primeros héroes de la recuperación. Fue la típica situación de la economía de la demanda: un aumento de los gastos de consumo, de los gastos en vivienda y de acumulación de existencias provocó la fuerte expansión.
A pesar de las teorías de la Escuela de Expectativas Racionales, cuando los ciudadanos se dieron cuenta de los enormes déficit que les aguardaban no contrarrestaron su enorme economía pública con un aumento masivo de la proporción de ahorros privados. Frente a las críticas de la escuela del monetarismo, la Reserva Federal articuló un esfuerzo temporal de oferta monetaria, contribuyendo con ello a asegurar el vigor de la recuperación inicial.
En resumen, las predicciones novedosas de los consejeros de Ronald Reagan, partidarios de la economía de la oferta, se vieron falseadas por la verdadera historia de los acontecimientos. De acuerdo con los principios convencionales de la economía neoclásica, los incentivos fiscales a las nuevas inversiones lograron, con cierto retraso, producir un aumento de la inversión en equipo, incluso en una situación en que los tipos reales de interés habían alcanzado cotas sin precedentes. El nuevo déficit estructural supuso un impulso al poder de compra, al tiempo que los gastos en defensa se multiplicaban y los contribuyentes se veían libres de desembolsar parte de sus ingresos para el mantenimiento de los programas sociales.
El futuro
Hace falta un examen objetivo del pasado para delimitar las probabilidades que se pueden dar en los próximos cuatro años.
El pueblo en general, al que no le preocupan los profundos análisis económicos, está feliz disfrutando con la suerte de Reagan. ¡Si pudiera durar infinitamente!
La reelección de Ronald Reagan, según mi interpretación de la historia y de los modelos de personalidad, supondrá la perpe-
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Viene de la página 11tuación del enorme déficit estructural. Esto contradice rotundamente la tranquilizadora creencia de que, tras el juego de las elecciones, gane quien gane tendrá que defender vigorosamente y hacer aprobar nuevos programas fiscales orientados a reducir profundamente el déficit estructural.
El presidente no engaña a la gente al ocultar el hecho de que habrá que buscar nuevos impuestos el año que viene. Más bien se engaña a sí mismo. No hay duda de que odia los impuestos. No los considera un mal necesario, sino simplemente un mal, un mal que se puede evitar.
Dentro de 10 años seguiremos teniendo grandes déficit, que se mantienen elevados aun en épocas de alto empleo y fuerte crecimiento. La imprevista elección del demócrata Walter Mondale supondría un esfuerzo mayor para superar el déficit estructural. Pero cuando una sociedad saborea la dulce borrachera del dinero imprevisto, la tentación de seguir como antes es tremendamente fuerte.
Con toda probabilidad, los tipos de interés se mantendrán altos, sin duda más altos que si no viviéramos en una sociedad de bajo nivel de impuestos. En 1985 o 1986, los signos de debilidad de la recuperación, ya presentes, muy probablemente habrán puesto fin a ésta. En el mejor de los casos, le seguirá una recesión del crecimiento; en el peor, una nueva recesión. Si va a morir, estridentemente, por un estrangulamiento monetario, o silenciosamente, por un estancamiento del sector de la construcción, es algo cuya predicción está más allá del poder de la ciencia económica.
Para el mundo en general, la locura financiera de Reagan no es totalmente negativa. Ya ha supuesto un estímulo para la recuperación en Japón, Europa y los países del Tercer Mundo. Los obreros y las máquinas del resto del mundo están contentos de poder beneficiarse de la desventaja competitiva de la industria norteamericana a causa de la sobrevaloración del dólar, provocada por el déficit presupuestario de Reagan y los altos tipos de interés.
Dentro de unos años, los inversores de otros países habrán recuperado de los norteamericanos gran parte o la totalidad de los bienes activos en el extranjero que hemos ido acumulando dolorosamente a lo largo de nuestra historia. La prolongación del modelo económico de Reagan de déficit comerciales daría como resultado, con el tiempo, el que pasarían a propiedad de ciudadanos extranjeros un número cada vez mayor de bienes nacionales norteamericanos.
Naturalmente, el presidente no lo entiende. No hay razón alguna para que un profano en la materia entienda estas sutilezas. Pero, aun en el caso de que se le explicara todo esto a Ronald Reagan, dudo de que quisiera cambiar su política. Su aversión hacia un alto nivel de gastos públicos es tan grande que preferiría seguir privando al país de ingresos fiscales aunque eso supusiera el coste de un déficit estructural grande y una economía de bajo nivel de inversión.
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