La culpa
Además del pecado, hoy está el nuevo misil de conciencia: ambos nos llevan directamente al infierno. Los científicos andan trabajando en un moderno artefacto nuclear de gran finura teológica. Se dispara desde un submarino o se deja caer desde la plataforma del cielo, la sandía abre su vientre a una altura calculada sobre nuestro cerebro, el firmamento se llena de claridad a una hora intempestiva y las partículas radiactivas vienen a buscarnos inevitablemente al dormitorio o al cuarto de baño. Hasta ahora la bomba de neutrones hacía esto mismo. La bomba de neutrones, que sólo era humanista, respetaba los geranios del jardín, la vajilla del aparador y el sillón de orejas. únicamente estaba interesada en aniquilar al hombre, aunque de forma indiscriminada. Freía toda clase de carne y dejaba intactos los enseres, pero este aparato se ha quedado tan burdo como un zepelín si se compara con la sutileza selectiva del nuevo misil de conciencia que muy pronto va a salir al mercado.No lo dude usted. El bien, el mal la ideología, el deseo o la rebeldía tienen una composición química especial, emanan un fluido magnético y éste puede ser detectado. No todas las personas son iguales. Hay algunos conformistas que en el futuro merecerán la salvación. En el séptimo día el nuevo cohete nuclear realizará un formidable estallido en medio de la civilización y a renglón seguido, desde lo alto, unos átomos teológicos bien amaestrados perseguirán al ser humano hasta la más recóndita madriguera y allí harán un breve juicio final, ejercerán justicia sumaria seleccionando la conducta política de cada uno -éste sí, éste no- para que sólo logren sobrevivir los que cumplan ciertos mandamientos. Con esto los sabios acaban de descubrir el pecado con cabeza radiactiva. ¿Acaso el pecado no ha buscado nuestros pensamientos de noche en la almohada? Aquel rayo fulminante que podía arrojarnos al infierno lo lanzaba Dios desde la rampa del Sinaí y estaba conectado con nuestra conciencia. Tenía un dispositivo automático, aunque sólo moral. Pero hoy se ha hecho científico. El sentimiento de culpa emite una secreción que atrae el propio castigo o la condena atómica.
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