La agonía del socialismo científico
Probablemente el punto y nombre de la historia contemporánea en el que el marxismo original perdió visiblemente el ufano nombre de científico para sus últimos creyentes fue el de Polonia: una insurrección obrera y campesina era más de lo que podía soportar un largo esfuerzo de torsión de las realidades anteriores. En ese momento, el marxismo práctico, la aplicación de un sistema económico social a la globalidad de la vida con el carácter único -no olvidemos que cuando se acuñó la expresión de socialismo científico, en 1878 (Anti duhring, Engels), la idea de ciencia era muy distinta que hoy: significaba la consagración de la verdad absoluta- estaba ya hecho girones.En su prehistoria está la cuestión de los revisionistas y los desviacionistas, mezclados con luchas por el poder, en los que ya se descubría que había maneras muy diversas de descodificar el sistema de Marx: fueron castigados y prevaleció la línea general, de la que ya se sabe ahora que era una mera consecuencia de la fuerza aplicada a la circunstancia y no una resultante científica. Los comunistas hicieron toda clase de ejercicios psicológicos para aceptar esta forma de contracción; llegaron al sobresalto del XX Congreso del PCUS y para una gran parte, pasado el primer susto, fue un alivio; les resolvía la contradicción entre algo metido en el dique del inconsciente y la actitud o el comportamiento: la culpa era de Stalin. Todo volvía al orden y la ciencia ocupaba de nuevo el lugar que la correspondía, después de haber estado secuestrada por un enfermo mental. La naturaleza humana tiene esto de admirable: su capacidad de acomodo. Un vistazo sereno y despejado, un análisis profundo, una autocrítica, son a veces excelentes elementos para poder continuar en el error.
La trilogía de acontecimientos de Europa central, más el de China, fueron los nuevos zarpazos de la realidad. Iban teniendo nuevos acomodos para los supervivientes mentales de los dramas. Por ejemplo, los sucesos de Hungría, en 1956, podían verse como una obra maestra de la contrarrevolución, y la imagen del cardenal Mindzsenty refugiado en la Embajada de Estados Unidos en Budapest, unida a las de asesinatos de dirigentes comunistas, podrían arreglar algunas conciencias: señalaban dónde estaban y quiénes eran los conspiradores, los culpables.
La ruptura polaca
Checoslovaquia fue más dolorosa en 1968, pero podía tener también sus perfiles de arreglo: un movimiento de intelectuales y poetas que podía haber vuelto a mezclar la utopía ya condenada a la ciencia: Dubcek sería Saint-Simon... Para China había otros juicios: una cuestión de nacionalismos, de viejas rivalidades, de hegemonía asiática. Arreglos psicológicos simplistas, explicados pacientemente por los viejos camaradas con el lenguaje establecido, con abundancia de citas. Como lo de Albania o lo de Yugoslavia. Pero Polonia apareció ya como algo insoportable.
Cierto que se puede seguir explicando todo como una alienación religiosa y un espejue o occidentalista, y personajes como Wojtyla y Reagan han hecho todo lo posible para demostrar hasta dónde pueden trabajar el fanatismo o la intolerancia. Pero difícilmente se puede ocultar la realidad de que esta vez no han sido los intelectuales soñadores ni los contrarrevolucionarios a sueldo, sino los obreros, los campesinos, la burguesía media.. Puede haber impurezas mezcladas en la situación, como la religión o el nacionalismo, el independentismo, la lucha histórica contra Rusia, pero si se aplica un pensamiento marxista al caso cabrán pocas dudas del fondo material, materialista, de la cuestión: un fracaso económico.
Un profundo y grave fracaso económico que es un fracaso histórico cuya magnitud se empieza a calcular ahora. En el somero y esquemático análisis que puede permitir un artículo de periódico se pueden estimar algunas de las causas. Una de ellas, el error de punto de partida: supuesto para países industrializados -Alemania, Reino Unido: los de la observación directa y nacional de Marx y Engels-, apareció en países subdesarrollados -Rusia, luego China- y nunca se extendió a los otros: se nacionalizó de dos manera -dos naciones- que resultaro n ser incompatibles. Produjo en ellos efectos deslumbrantes: los sacó de la postración y de la humillación y los condujo al nivel de grandes potencias.
En los dos casos fue cercado y combatido por todos los medios -armados y de bloqueo económico- y produjo una modalidad, el comunismo de guerra previsto para una etapa, pero que en la realidad no ha cesado nunca. Sobre estas dos bases iniciales, sobre el error de profecía, se basa su desnaturalización. Sería un equívoco antiguo creer que la perfección está en el libro y el error en la realidad, o en la práctica, o en la interpretación humana, o en la historia. Un error común a todas las creencias de la desesperación. El discurrir del marxismo a lo largo de los años ha segregado unas acciones contrarias o de respuestas que no son las que estaban en el libro y que han modificado profundamente su contenido. El libro era otra utopía y las utopías se funden.
Algunos movimientos de retracción se van produciendo, poco a poco, que van por el camino inverso a la profecía. La que formuló Lenin definiendo la "fase inicial" y la "fase final" del comunismo (El Estado y la revolución, 1917) describe la primera como un estadio en el cual no está libre "de las tradiciones o vestigios del capítalísino"; la final sería la del verdadero comunismo o comunidad -colectivización- de los medios de producción. Todavía el difunto Andropov hace muy poco tiempo explicaba que se progresaba en la vía hacia el comunismo (fase final). Sin embargo, las pequeñas vías que se van abriendo parecen ir por el camino inverso.
El caso chino
China, con su nueva política económica, es un ejemplo gigante: en realidad, su comunismo no es hoy más que una manera de gobernar un Estado y de mantener una estructura de organización: la dictadura del proletariado está funcionando en el sentido de hacer trabajar al proletariado con una mano de obra barata al servicio de otra economía muy lejana a la comunista. Pero hay ejemplos menores. En todos los países comunistas se están creando sociedades mixtas, que colaboran con las multinacionales occidentales, y se majan las finanzas con empréstitos de la gran banca extranjera.
En Hungría se ha legislado (1982) la creación de empresas privadas de menos de 30 obreros. En Polonia, el pacto de Jaruzelski ha supuesto una serie de medidas que la alejan del sistema previsto. Checoslovaquia hace esfuerzos para que su industria de precisión, su producción de alta mecánica, pueda salirse del Comecon, que le impone precios grotescos, y entre en el campo de concurrencia de los países occidentales. Bulgaria se ha resignado a vivir de su agricultura: el régimen no le ha llevado al salto adelante de la producción industrial. Rumania lucha como puede para escapar también de ese pacto y entrar subrepticiamente en el mundo capitalista...
Una izquierda perpleja
Desde hace años esta situación, que ha ido acentuándose, ha arrojado una especie de perplejidad para una izquierda general y amplia en el mundo occidental. Muy especialmente para aquella que nunca fue partidaria de la dictadura del proletariado y que no aceptaba siquiera la idea de que la violencia sobre las poblaciones actuales pudiera suponer el paraíso para las futuras. Pero sí había entrevisto algunas ventajas prácticas, algo muy asimilable en las profecías del siglo XIX: las alternativas del capitalismo crudo, la conveniencia de algunas nacionalizaciones o socializaciones, la necesidad de las limitaciones del Estado o la jungla de la lucha económica libre (incluso no mucho más allá de las que inició Roosevelt), la necesidad de que el progreso se extendiese sobre toda la población y funcionase como una punta de lanza para las minorías privilegiadas, el respeto máximo al factor trabajo en el equilibrio social...
Algunas de estas ideas están hoy comprometidas por el uso que se ha hecho de ellas en las sociedades socialistas y no aparecen en las capitalistas: peor aún, van desapareciendo a medida que la pugna con el mundo comunista se convierte en simple cuestión de relaciones de fuerzas armadas o toma las características más antiguas de enfrentamiento de imperios, mientras desaparecen los factores ideológicos. En este momento, la izquierda se va desflecando en grandes causas (pacifismo), en problemas sectoriales (feminismo, ecologismo, juventudes), en cuestiones de costumbres (sexualidad, disposición del propio cuerpo), pero momentáneamente ha perdido la capacidad de elaborar un sistema político y económico hacia el que encaminarse: un proyecto de vida. Pero ésta es otra cuestión....
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