El humor como subversión
Media docena de críticos se reunieron después de una proyección de Ser o no ser, que Ernst Lubitsch realizó en 19,42, para contársela unos a otros. Ninguno lo consiguió: pese a haber visto las mismas imágenes, cada uno contó una historia distinta. Más aún: nadie logró terminair de contar el argumento y todes se perdieron en un enredo imaginativo que superaba a su retentiva.
Ser o no ser es cine tan puro que no hay manera de traducirlo a palabras: es un tiempo abarro tado de acontecimieritos que sólo tienen existencia fílmica y nunca meramente corceptual. Ser o no ser es un ejemplo incontestable de que hay una especificidad formal del relato enemato gráfico, de que este es otro que el literario, el teatral o el retórico, y de que, por tanto, su leinguaje no tiene equivalencia en los códigos formales de las otras artes. Lo que Hal Wallis llamó el toque de Lubitsch consiste en la capacidad del cineasta para hacer ver al es pectador cosas que no se ven en la pantalla, lo que supone que sus filmes ocurren en el cerebro del espectador y que sus imágenes no son evidencias exteriores sino sueños íntimos de sus receptores. Ningún espectador de Ser o no ser ve morir al policía nazi: una puerta se cierra, un grito, un disparo. La carcajada es colecti va, pero el origen de la risa hay que buscarlo en cada esriectador. Tal es la penetración de Lubitsch en los mecanismos profundos de la memoria, la ironía y el deseo.
Nació Lubitsch en 1892 en Berlín. Trabajó con Max Reinhardt. Descubrió el cine en 1917. Fue uno de los creadores de la escuela expresionista alemana. Su fama cruzó fronteras y en 1923 fue llamado a Hollywood por Mary Pickford, a la que dirigió en Rosita ese mismo año. Desde entonces Lubitsch solo trabajó en Hollywood, donde hizo medio centenar de comedias -recordemos Ángel, La octava mujer de Barba Azul, El bazar de las sorpresas o El pecado de Cluny Brown- de inimitable cadencia, elegancia y humor.
Ser o no ser pertenece al ramillete de sus obras maestras. Hay quien considera incluso que es la más redonda de todas, y puede que haya algo de verdad en esta exageración, porque la combinación de ligereza y precisión característica de sus grandes obras es, en este filme, deslumbradora. La historia comienza con un efecto de sorpresa -Hitler, apacible peatón, pasea por la Varsovia aplastada por sus ejércitos- y a partir de ahí las sorpresas llegan en vertiginosa sucesión de efectos de humor, sin que la aventura tenga una caída, un tiempo muerto, un respiro. Es la perfección.
En plena lucha contra el nazismo, el filme creó escándalo y fue tildado en los Estados Unidos de frívolo y criptonazi. Miopes los hay en todas las partes y en todos los tiempos. De hecho, tras el torrente de hilaridad -y la risa es siempre un asunto serio- que Lubitsch desencadena hay en Ser o no ser una comprometidísima idea sobre la condición subversiva del arte: los comediantes que protagonizan el filme, pésimos actores cuando están en un escenario, se convierten en maestros de su oficio cuando, para defender sus vidas, se ven obligados a interpretar una ficción en la realidad, de tal manera que cuando introducen en esta las leyes de la imaginación la subvierten y generan un acto revolucionario, que es siempre un acto de humor: la muerte de esa muerte de la imaginación que es el fascismo. Ese es y no otro el pequeño y grave teorema que encubre esta deliciosa y torrencial comedia, una de las obras mayores del cine de todos los tiempos.
Ser o no ser se emite hoy a las 22.40 por la primera cadena.
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