_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los errores del teatro

APUNTA UNA nueva temporada de teatro y se presenta ya con los mismos vicios de estructura, pero multiplicados, que en las anteriores: unas inversiones públicas considerables (en relación con la endémica angustia presupuestaria española) que no corresponden a la demanda de la sociedad. El debate empresa pública/empresa privada está en España sin resolver y pendiente de un verdadero esclarecimiento de propósitos y resultados. Pero en lo que se refiere a las empresas culturales tiene unos matices muy genuinos, en razón de que el producto que se termina no es primordialmente un bien de consumo, sino una obra de pensamiento, por más que ésta se convierta en aquello.La cultura es una reflexión de la sociedad sobre sí misma y un análisis continuo de libertad de opciones: el teatro todavía conserva una gran virtualidad en ese sentido" pero está derivando hacia puestos que degeneran esa misión. A estas alturas, prácticamente todo el teatro es público en España: no sólo los locales y compañías que dependen directamente de las instituciones, sino aquellos que con un origen comercial subsisten sólo gracias a subvenciones, recompensas, ayudas o estímulos institucionales. El Estado viene ejerciendo desde hace muchos años ese papel: en los últimos se ha acentuado para responder a una demanda acuciante de una profesión que agoniza ante un público que se distancia. Ese efecto se ha multiplicado por la acción de las autonomías, que por lo menos en este caso se están comportando como miméticas, y por una abundancia de festivales, festejos veraniegos, apropiación del aire libre, utilización de viejos recintos. Todo ello es defendible desde un punto de vista primario: lo importante es hacer teatro. Pero no desde un segundo examen: también importa qué teatro se haga.

El sistema público ha arrojado muy malos resultados en las temporadas anteriores, y el principal es el de un alejamiento paulatino del espectador, el de un desinterés general. No es posible exonerar a las autoridades de todo orden que lo están elaborando así: un teatro decorativo y frío, una reconstrucción del pasado con especial fruición veraniega por los nombres ilustres, a partir de los grecorromanos. Ortega dijo una vez que amar el pasado es alegrarse de que haya pasado. Sin embargo, el teatro está viviendo de sus antiguas reservas, como si ya estuviese terminado y fuera pasando revista a su vida anterior, como dicen que les pasa a los moribundos en el momento de su muerte. No se niegan tampoco las numerosas autoridades a aceptar una doble picaresca: la de quienes, teniendo un prestigio y una calidad, buscan más afilar su propia carrera nacional o internacional y hacen a costa de un erario público muy tímido de defensas un teatro de lujo y prestigioso; y, en el lado opuesto, la de pícaros sin calidad, cazadores de subvenciones, buscadores de cargos, que maltratan el viejo género sin ningún reparo. Cada uno es dañino a su manera. En el intermedio de estos dos extremos aparecen desconcertados intentos de creación y de libertad que no saben cómo desenvolverse.

Parece que a una forma de censura rígida ha sucedido otra de aparente estímulo y ayuda a la subsistencia; naturalmente, mucho más aceptable, pero no menos dañina. Sea cual sea la opinión que se tenga de la empresa pública y la empresa privada en el contexto de la economía nacional, y a la luz de experiencias propias y ajenas, parece indiscutible que en materia cultural sólo la máxima libertad puede permitir el máximo pensamiento. Una cosa es que el Estado y sus miméticos puedan tratar de conservar un antiguo patrimonio cultural universal y propio, como sucede en los museos, y dentro de su pureza -cosa que se ha perdido-, y otra, que conviertan en museo lleno de restauradores irrespetuosos y soberbios todo el teatro nacional.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Mientras se ejerza con dinero público, debe y puede exigirse que el teatro esté sometido a otra política. Ahora se ayuda meramente a subsistir a unos trabajadores, pero se condena a todos al paro definitivo que se producirá con la muerte del propio teatro, irremediable si no vuelve al uso de su libertad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_