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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El segundo tren de Europa

"Europa está malherida, pero no muerta", decía Mitterrand a la salida de la fracasada cumbre de Bruselas. Con esta frase, mitad apocalíptica mitad cinegética, el presidente francés reflejaba un estado de opinión general: la CEE está en crisis, Europa está en crisis.A los españoles nos tiene que interesar, y más ahora, porque la CEE está casi parada. Han coincidido para ello razones muy diversas, que se pueden resumir en tres.

La primera, y fundamental, son las limitaciones de la vía económica en la construcción de Europa. Está claro para muchos europeos que por esa vía se ha llegado hasta donde se ha podido, es decir, a la Unión Aduanera, pero no se ha sabido evitar problemas que están separando a los pueblos europeos. Pueblos europeos que -en estos años, y coincidiendo con la crisis económica que nos aturde- han visto cómo nacían y se desarrollaban proteccionismos y nacionalismos del más diverso pelaje.

Esto enlaza con la segunda razón. Las Comunidades Europeas pudieron haberse desarrollado por tres caminos: el federalista, el funcionalista o el intergubernamental. Se embarcaron poco a poco en el último de los tres, en la confianza de que era el más comodo, y así el Parlamento Europeo fue perdiendo fuerza poco a poco, y el Consejo de Ministros ganándola. Los Estados nacionales se recuperaron del paso atrás que había supuesto para ellos el Tratado de Roma y pusieron las cartas boca arriba: defensa de los intereses nacionales de cada país miembro y regla de la unanimidad. Perfecto.

Y vamos con la tercera. Incluso por la vía económica, las Comunidades no levantaron demasiado el vuelo. Bastó realmente a la CEE una política de unión aduanera. Le han faltado, sin embargo, una auténtica política industrial (la adecuada a los. problemas y posibilidades que hoy tiene Europa y la economía mundial), una política regional (con pocos y, muy concretos objetivos, saber cómo venderlos y tener dinero para todo ello) y una política monetaria (con muchos menos compromisos y mucha más supranacionalidad).

Unidad política

¿Qué salidas tenemos los europeos ante esta situación? No muchas. Fundamentalmente, dos: que sigan las cosas como están o que se dé un fuerte impulso a la unidad política de Europa.

Primera salida, que sigan. las cosas como están. Esto tiene el riesgo de que sigan estando mal.

Los patrocinadores de la Confer rencia de Mesina de 1957 pensaban que el Tratado de Roma que estaban preparando era una forma hábil de avanzar hacia la unión política de Europa utilizando la vía económica. Quitemos las fronteras para los productos y las personas y "llegarán los Estados Unidos de Europa".

Pero han pasado casi 30 años de Mesina y de Roma, y no sólo no han llegado los Estados Unidos de Europa, sino que, en muchísimos aspectos, las fronteras intraeuropeas persisten y se afianzan. Para muchos europeos se ha llegado ya a un punto límite: la CEE, o cambia o se muere. Otros piensan que hay todavía un margen de espera, coincidiendo sin saberlo con aquel proverbio militar alemán que decía: "Cualquier situación, por mala que parezca, es susceptible de empeorar".

Y queda la segunda salida, impulsar la unidad europea entendida en su conjunto. Esto es, sin abandonar los logros económicos ya conseguidos, reforzar la construcción de Europa desde una concepción conjunta de lo. económico, lo político, lo social y lo cultural.

El 14 de febrero de 1984, el Parlamento Europeo adopta por aplastante mayoría (238 votos a favor frente a 31 contrarios y 45 abstenciones) el proyecto de tratado que establece la Unión Europea. El alma del proyecto ha sido y es el europarlamentario italiano Altiero Spinelli, antiguo comisario de las Comunidades y consagrado ya como uno de los padres de la Europa que se avecina. Hace unos días, los europeístas españoles tuvimos la oportunidad de tener entre nosotros a Virgilio Dastoli, colaborador directo de Spinelli y uno de los principales promotores del Tratado.

Primero a un grupo de profesionales y académicos reunido en la UNED y luego en una sesión pública organizada en el Ateneo de Madrid por la Asociación para la Integración Europea (AIE) y presidida por el propio alcalde de la Villa, profesor Tierno, el señor Dastoli profundizó en las razones de la actual paralización de las instituciones europeas y en lo que significa realmente el proyecto de Tratado para el presente y el futuro de Europa.

Poder legislativo real

Para empezar por el principio, este proyecto supone el intento más serio hasta ahora realizado para concretar la voluntad política de reforma de Europa y de construcción de la nueva Europa en un texto jurídico de tipo constituyente que, a lo largo de -sus 87 artículos y un preámbulo, prevé la creación de una ciudadanía europea, de un "Derecho de la Unión" y de leyes orgánicas" que sustituirían en determinadas áreas a las legislaciones nacionales. La diferencia empieza ya a ser grande con el Tratado de Roma que creó la CEE.

En el plano institucional se mantendrían los actuales órganos comunitarios, pero dotando de un poder legislativo real -que ahora no tiene- al Parlamento Europeo, poder que compartiría con el Consejo de Ministros de la Unión. A su vez, la Comisión gozaría de un poder ejecutivo más auténtico y flexible del que ahora tiene y, como cualquier Gobierno, su programa debería ser votado y su presidente podría ser removido por el voto de censura del Parlamento.

El esquema se completa con la puesta en marcha de un verdadero Fondo Monetario Europeo, con una moneda europea (que serviría como moneda de reserva y como medio de pago, es decir, aquello que el ECU todavía no es) y con la, creación de las llamadas "agencias especializadas" (que organizarían los trabajos comunes en determinadas, áreas y sectores europeos especialmente sensibles).

La idea que subyace en el proyecto es la de poner en marcha una Europa federal o semifederal, con claras competencias supranacionales de orden político, económico,.social y -eventualmente- de defensa. Su cabeza sería el Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno, responsable ante el Parlamento Europeo y sin el recurso de la unanimidad para tomar decisiones (excepto en casos excepcionales y durante un período máximo de 10 años de vida de la Unión). Esta Europa federal o semifederal, que se regiría por un Derecho propio y contaría -esto es muy importante- con un presupuesto propio, está basada en la participación y en la solidaridad. Y desde esa base plantea instituciones y mecanismos más eficaces y más democráticos que los actuales europeos, al menos sobre el papel.

Las posibilidades de que este proyecto salga adelante y se convierta en el núcleo de la Europa del futuro son grandes a medio plazo, y bastantes opinan que incluso a corto plazo. Tiene enfrente, como no podía menos de ocurrir, a los países europeos organizados más como Estado que como nación, como es el caso de Francia, Reino Unido o Dinamarca.

Pero tiene a favor a países de gran peso específico como fundadores de las Comunidades Europeas. Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo son las grandes bazas de Spinelli. Italianos y alemanes se han comprometido a llevar el proyecto de Unión Europea a sus Parlamentos nacionales, y belgas y holandeses están en la misma línea.

Francia vuelve a ser la clave una vez más. Mitterrand, preocupado por la tenaz resistencia de Margaret Thatcher al desarrollo de la CEE, es bastante más maleable que antes al relanzamiento de la unión política europea. Y está 1ambién más decidido a hacer algo. "Los que quieren que Europa se construya, que lo digan, que se sepa y que se comprometan". Eso dijo al día siguiente de la desgraciada cumbre de Bruselas.

Relanzar la CEE

Sobre el presidente francés juegan también varios factores de presión. El primero, su interés como presidente del Consejo de las Comunidades para que, en los meses que quedan con.Francia en la presidencia, se dé un paso historico en el relanzamiento de la CEE y de Europa. El segundo, que -desde el tratado franco-alemán de 1963- los franceses son especialmente sensibles a las indicaciones y sugerencias que vienen de sus vecinos del Rin, como en este caso. El tercero, que los ciudadanos europeos, y los franceses en particular, parecen mostrarse más interesados de lo que a primera vista pudiera suponerse en la unidad europea política y económica (según una reciente encuestá, el 28% de los europeos, es decir, unos 70 millones en el área de la CEE, se siente con ánimos para militar a favor de una Europa política unida).

Y ¿cuál es el papel de España en esta Europa que se viene preparando? El primer dato que tenemos es que la fiebre europea entre nosotros ha remitido bastante. En las últimas encuestas, la opinión pública nacional está cada vez menos convencida de la necesidad y de la urgencia de "entrar en el Mercado Común". A pesar de las últimas prisas en la negociación, nuestras gentes creen en su mayoría que el tren de Europa está prácticamente parado, y que sus puertas siguen cerradas o semicerradas para nosotros. Así estamos.

Pero los españoles debemos saber que no hay un tren europeo, sino dos. Uno, las Comunidades, que (como aquellos elegantes y decímonónicos cohes-restaurant de la Renfe) aguantaron más y funcionaron mejor de lo que se esperaba, y que todavía exhiben una brillantez algo anticuada. Otro, el tren de la Europa político-socialcultural-tecnológica, que, desde el punto de vista institucional, se está empezando a montar ahora en la nave de fabricación, y al que se incorporarán inmediatamente los elementos de la CEE -que los hay, y muy importantes- que sirven a la nueva Europa unida. España perdió en su momento (en parte no quiso, pero tampoco le dejaron) la posibilidad de participar en la Conferencia de Mesína y en el Tratado de Roma que creó la CEE.

Pero si entonces perdimos el primer. tren (y estamos viendo cuánto nos cuesta ahora cogerlo), no podemos ahora perder el segundo. En cinco, en diez años, nos quedaríamos definitivamente, atrás, y la renovación de nuestras estructuras económicas y sociales sería ya una utopía.

Esto nos llevaría a trabajar en dos direcciones. Por una parte, se guir negociando sin desfallecer con las Comunidades en Europa. Por otra, participar -aprovechando los huecos, que los hay- en todos los pasos que se van a dar para definir y organizar la Unión Europea. En Alemania, en Francia y en Italia hay ya contactos, al más alto nivel, que preparan un programa que avance en este sentido. En resumen, España debe estar ahí negociando con la CEE y estando presente y apoyando el pro yecto de unidad política europea.

Y sin olvidar que nuestra participación, de una u otra forma, en los trabajos de la Unión Europea, hará más lógica y más rápida la incorporación de España a la Europa comunitaria, es decir, a la Europa económica por ahora -y tal vez todavía por algún tiempo- representada por la CEE.

José Luis García y García Sánchez-Blanco es miembro de la Unión Internacional de Abogados y diplomado en Derecho de las Comunidades Europeas.

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