Quién sale ganando
LA HUELGA declarada anteayer por los jugadores de fútbol profesional ofrece novedades notables respecto a los anteriores conflictos de 1979 y de 1981. Aunque algunas de las viejas reivindicaciones se mantienen en pie, se diría que el plante del próximo domingo se perfila más como un desafío al Gobierno que como una protesta contra los clubes. La huelga encaja, con independencia de la voluntad de buena parte de los participantes, dentro de la estrategia de desgaste del Gobierno proyectada para este regreso del veraneo. Y así lo hace pensar la nota que hizo pública ayer el PDP, socio menor de Alianza Popular. En la medida,en que el fútbol-espectáculo siga ocupando un importante papel en los ocios y en las pasiones de los españoles, la imagen del Ejecutivo podría quedar erosionada ante los adictos que resulten víctimas del síndrome de abstinencia.Paradójicamente, esta huelga resultará sobre todo rentable para los intereses de los clubes, que no tomarán represalias o que aplicarán castigos puramente sombólicos a los jugadores. Si algunos directivos han animado abiertamente el plante, resulta altamente improbable que sus motivaciones puedan hallarse en los ámbitos del altruismo moral o de la solidaridad con los huelguistas. Los clubes en general parecen deseosos de difuminarse ante el conflicto para atribuir los orígenes de esa impopular huelga a un enfrentamiento entre los futbolistas y la Administración, del que ésta sería exclusivamente responsable. Dentro de esa estrategia, varios domingos sin fútbol podrían ayudar a los directivos de los clubes para encauzar en provecho propio sus negociaciones con la Administración sobre temas tales como el aplazamiento de las deudas con entidades oficiales (por ejemplo, el Banco Hipotecario; que concedió los préstamos para ampliar los estadios de cara al Mundial de 1982) o el incremento del porcentaje del dinero obtenido por las quinielas, disputas en lag que sus injustificadas y abusivas pretensiones resultan impresentables. La moraleja que algunos directivos desean transmitir a la opinión pública coincide casi al milímetro con la doctrina del inevitable Porta y sus huestes federativas, deseosos a cada paso de suscitar la impresión de que si el Gobierno socialista mete mano en el fútbol, éste se verá condenado al desastre. Al tiempo, la asociación de clubes no puede sino ver con apenas disimulada simpatía el retraso de calendario que la huelga causa, ya que le permitirá ampliar el plazo para seguir negociando las multimillonarias compensaciones económicas -otra escandalosa reivindicación de esos profesionales del derroche y la prodigalidad que tanto abundan en las directivas de los equipos por la transmisión de partidos por TV. Muchas,cosas y muchas personas están, así pues, a favor de que haya huelga y de que ésta dure. Porque los intereses o los derechos de los socios y de los aficionados son el asunto que menos importa en un deporte cuya organización es buen ejemplo de los restos de la fatuidad autoritaria del pasado y de la grotesca gestión económica que padece todavía la mayoría de los clubes.
Sería injusto, sin embargo, desconocer que los futbolistas tienen buenas razones para la protesta, independienternente de que su huelga favorezca a los clubes. La gran mayoría de las gestiones realizadas hasta ahora por la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) para estructurar su situación y defender los derechos de sus afiliados ha tenido la callada por respuesta. Ahora bien, también es evidente que buena parte de esos problemas tiene su origen en los Clubes y en la federación, sus aliados coyunturales de ahora. La falta de garantías de cobro (por la irregularidad generalizada en la administración de los clubes), el incumplimiento sistemático por la federación de sus acuerdos con la AFE y la escasa participación de los jugadores en los niveles de decisión son agravios cuya responsabilidad corresponde a las caciquiles estructuras manipuladas durante años por Pablo Porta. De otro lado, algunas de las pretensiones de los futbolistas respecto a su trato fiscal son infundadas y no resisten una comparación tranquila con la situación de otras profesiones.
Todas estas cosas hubieran tenido seguramente mejor solución si los socialistas hubieran realizado a tiempo las transformaciones que habían prometido en el terreno de la política deportiva y de la reestructuración del mundo federativo. Cuando llegó, el pasado mes de marzo, el decreto para la renovación electoral de las federaciones, el bunker deportivo había recuperado fuerzas y perdido el miedo al cambio hasta el punto de que, antes del verano, se pudo permitir el lujo de apartar al secretario de Estado para el Deporte, Cuyás, de la presidencia del Comité Olímpico Español y sustituirle por una figura tan poco ambigua, en simbología, como el duque de Cádiz. Comotri otros ámbitos de la vida española, los retrasos del Gobierno en cumplir su programa equivalen a la frustración de los objetivos. prometidos.
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