La carretera de la muerte
Los gobernantes de las dos naciones ibéricas han realizado tímidos intentos para tratar de solucionar el problema (sobre todo, creación de áreas de descanso y bombardeo de recomendaciones y consejos), pero la gravedad de éste, lejos de disminuir aumenta año tras año. Sólo en las dos últimas semanas esta carretera se ha cobrado 20 víctimas, en su mayoría portuguesasEn el conjunto de la ruta, el tramo Valladolid-Tordesillas (de 28 kilómetros) es el más afectado. La densidad de circulación se multiplica estos días por cinco o seis, y las caravanas de coches, casi todos con matrícula francesa, llegan a alcanzar cerca de 15 kilómetros. Los conductores portugueses vienen prácticamente agotados después de permanecer horas y horas al volante. Muchos de ellos, además, han alquilado potentes automóviles sólo para pasar las vacaciones en sus pueblos de origen, y después de llevar casi un año sin manejar un vehículo.
Parar lo imprescindible
Se detienen únicamente, los minutos necesarios para llenar los depósitos de combustible y para comer algún bocadillo que traen en sus vehículos junto a toda la familia, multitud de enseres, animales domésticos, coIchones y un variopinto y un sorprendente muestrario de utensilios. Suelen viajar en grupos, y con ello caen en la peligrosa costumbre de que cuando adelanta el primero van todos detrás sin reparar en la situación del tráfico. Las prisas les llevan a circular a la máxima velocidad posible e incluso, a adelantar por los arcenes si la caravana les impide un avance normal.En Burgos coinciden con lo centenares de emigrantes castellano-leoneses en Euskadi que también vuelven a sus localidades natales para pasar las vacaciones. En Venta de Baños (Palencia) se suma a este abundante tráfico el generado habitualmente entre Valladolid y Palencia, distantes sólo 40 kilómetros. Una vez en Valladolid, la ya larga caravana se ve incrementada. por las decenas de coches que, procedentes de Cataluña, transportan a emigrantes salmantinos y zamoranos, y por el movimiento de vehículos de todo tipo que generan la capital vallisoletana y sus alrededores.
Pero mientras estos últimos llevan poco tiempo seguido al volante, los portugueses suelen haberse pasado la noche conduciendo y el cansancio hace mella en sus reflejos.
Con el calor llega el sueño, y con la llanura, tras las curvas de los puertos vascos, la confianza y la monotonía. La estepa castellana se convierte así en una trampa, en la carretera de la muerte. Cualquier accidente del terreno (una curva inesperada o un cambio de rasante) da lugar al vuelco o a la colisión.
A veces, como sucedió el pasado 27 de julio en Magaz de Pisuerga (Palencia), no hace falta ni la, aparición de estos pequeños cambios en el trazado. El accidente, en el que murieron siete miembros de una misma familia portuguesa, llegó en una recta de total visibilidad. El conductor, sin duda cansado, inició un adelantamiento cuando venía un autobús de frente.
Dos días después morían en Ciudad Rodrigo otros dos ciudadanos portugueses, en un choque similar.
Las áreas de descanso
Las áreas de descanso no sirven demasiado. Muchos conductores ni siquiera las utilizan, y quienes separan en ellas tampoco suelen descansar lo suficiente. Se detienen al borde de la carretera para comer y satisfacer sus necesidades fisiológicas y vuelven a emprender camino movidos por la ansiedad de arribar cuanto antes a su tierra. Permanecen parados el tiempo justo para tomar algún alimento, estirar las piernas y cambiar el poco dinero que necesitan para cruzar España.Si durante estos días se pudiese medir el grado de tensión de los conductores vallisoletanos, burgaleses, palentinos o salmantinos, se constataría que sube hasta extremos increíbles. Existe un auténtico pavor a salir a la carretera cuando se observan las largas filas de coches repletos de emigrantes portugueses con la casa a cuestas.
El temor está en muchas ocasiones más que justificado, como demuestran las estadísticas, aunque no siempre la culpa de los accidentes sea de nuestros vecinos occidentales.
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