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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Dios nos ha enviado a Reagan

El fenómeno del liderazgo religioso conservador en Estados Unidos al que el autor de este artículo relaciona con el narcisismo de la modernidad consumista, es analizado aquí a raíz de las recientes declaraciones del presidente y candidato a la reelección, Ronald Reagan, en las que establecía una relación directa entre la práctica de la religión y el ejercicio de la política.

Las palabras que el presidente norteamericano pronunció en Dallas el pasado 23 de agosto, en cuanto a la indisociabilidad de la religión y la política, tienen una serie de precedentes. En tomo a la última campaña de Ronald Reagan en 1980 afloró una serie de grupos religiosos que, con mayor o menor importancia, incidieron en el triunfo del candidato republicano. El fenómeno es generalmente reconocido con el término "nueva derecha cristiana", y lo componen, sobre todo, tres organizaciones: Christian Voice, The Religious Roundtable y, mucho más visiblemente, The Moral Majority.El discurso de "la nueva derecha cristiana" implica la fusión de la nueva derecha americana que, castigada en la década de los sesenta por los movimientos juveniles y de liberación, recobra organizadamente el vuelo en los setenta, con el ala más conservadora del protestantismo americano, que primordialmente hay que buscar entre las sectas fundamentalistas y, muy especialmente, bautistas.

Gran parte de esa intersección de intereses entre la nueva derecha cristiana y la nueva derecha secular radica en la estratégica insistencia de ambas en los temas sociales en menoscabo de los asuntos teológicos, en el caso de los primeros, y económicos y de defensa, en el caso de los segundos.

Las tres organizaciones antes citadas, que mantienen estructuras a nivel nacional con cuadros y representantes a modo de un partido político, articulan eslabones importantes con diferentes cadenas de la televisión religiosa americana. Jerry Falwell, máximo líder de la Moral Majority, retransmite diariamente su programa The old time gospel our, en el que ofrece, como tantos otros programas religiosos, una variedad compuesta por actuaciones musicales y por discursos que tratan los problemas religiosos, sociales y políticos que acucian al país. Para ello ha llenado muchos domingos el Madison Square Garden, de Nueva York, y ha invitado a líderes políticos conservadores, como Jesse Helms, o a figuras populares, como Artita Bryant (ex miss América), que apoyó sus causas antihomosexuales hace pocos años.

Paranoia apocalíptica

El paso de la guerra fría a la caliente de Corea contribuyó a crear en los cincuenta una atmósfera en la que las acusaciones indiscriminadas, y a menudo inadmisibles, de McCarthy no sólo tuvieron audiencia, sino incluso respaldo popular. En febrero de 1950, el senador republicano por Wisconsin anunciaba que tenía conocimiento de la existencia de comunistas en el Departamento de Estado. Todo ello condujo a crear un ambiente paranoico de miedo rojo. Muchos politólogos han relacionado aquella coyuntura del macartismo con la que se presenta en la nueva derecha cristiana.

En la nueva derecha cristiana también se comparte ese miedo rojo, pero se hace mucho más hincapié en otro fantasma que recorre América y que se llama humanismo secular. Los religiosos conservadores americanos atribuyen al término un criterio demarcacional casi metafísico que pondría nerviosos a los viejos filósofos del Círculo de Viena e incluyen bajo el mismo rótulo enfermedades tan variadas como la homosexualidad, el feminismo, la pornografía y la educación sexual en las escuelas públicas.

El reverendo Falwell, por ejemplo, legitima sus proclamaciones desde un plano teológico, en su constante referencia bíblica, y desde otro romanticonacionalista que alude a la mítica fundación de la nación por los "Padres Fundadores". Para Falwell, Estados Unidos está siendo atacado interna y externa mente por un plan diabólico que podría conducir a la aniquilación nacional. Esto, por otra parte, entra en cruenta lucha con la voluntad de Dios, que confirió a EE UU un estatuto que le situaba por encima de las demás naciones, a modo de la antigua Israel. Exotismo de la figura del profeta que se filtra en el cuadro secular de millones de pantallas de televisión: "Ninguna otra nación en la Tierra ha sido bendecida por la omnipotencia de Dios como el pueblo de Estados Unidos de América, pero estamos dando esto por hecho durante demasiados años".

Para las sectas fundamentalistas americanas, siendo la Biblia, sagrada y verbalmente, dada por Dios, no puede ésta contener error ni falta en sus enseñanzas, especialmente en el acto de la creación, lo que ha llevado a la conocida polémica nacional creacionismo versus evolucionismo. Por otra parte, la racionalidad en último término, como en Hegel, sólo puede existir en Dios y en lo que El ha creado; nada puede ser accidental. De ello se sigue que todo entra en un perfect program, en el que Estados Unidos tiene asignado un papel apocalíptico. La ley de Dios se interfiere en la ley constitucional, al igual que en la vieja Israel; moldeando, guiando y conduciendo a la nación a lo largo de su devenir histórico, lo que parece no comulgar demasiado bien con la explícita separación Iglesia-Estado de la Constitución americana.

La televisión religiosa americana entra en perfecta complementariedad con la idea apostólica de predicar la Biblia, siendo capaz, como nunca, de llegar a millones de hogares. El protestantismo, por otra parte dibuja una morfología centrífuga en contraposición a la católica, que tiende a ser centrípeta, lo que explica en gran medida que la "Iglesia eléctrica" sea un fenómeno esencialmente protestante. De otro lado, la televisión religiosa ha uniformizado el discurso plural de las iglesias locales, creando un repetitivo formato propio en el que se redunda en algunos temas sociales y, sobre todo, en una persistente demanda de donativos monetarios que se pueden efectuar telefónicamente. Rex Humbard, por ejemplo, ofrece un libro a sus telespectadores con el sugestivo título Sus llaves para el banco de Dios, y cuyo subtítulo reza: "Cómo hacer efectivos sus cheques para el poder espiritual, las curas milagrosas y el éxito financiero".

A medida que las elecciones se acercan, muchos expertos ven una tendencia aún mayor a discutir temas políticos en los programas de la televisión religiosa. Mientras la mayoría no apoya a un candidato concreto (lo que no es el caso de Falwell) por miedo a perder ciertas ayudas estatales, se implicita claramente quiénes son los buenos y quiénes son los malos; como dice J. K. Hadden: "No hay referencias directas que digan que Jesse Jack son, Gary Hart y Walter Mondale son pecadores, pero se desprende cuando dicen que Dios nos ha en viado a Reagan y no podemos de jar de votarle".

Reacciones

Las reacciones que se han producido desde la campaña de 1980 cubren un ámbito social de amplio espectro. No solamente los sectores liberales y progresistas se han mostrado decididamente contrarios a las proclamaciones de la nueva derecha cristiana, sino que, frecuentemente, han manifestado su disconformidad la gran mayoría de sectas protestantes y las comunidades católica y judía. Intelectuales como Peter Berger señalaban lo peligroso y exclusivista que supone asociar una posición política con la voluntad de Dios: "Si uno dice que una posición política particular es la voluntad de Dios y no otra, uno está implícitamente excomulgando a todos aquellos que discrepan con él". Las reacciones entre la comunidad judía han sido variables y se resisten a ser correlacionadas con el nivel de ortodoxia entre los grupos religiosos o con el grado de conservadurismo político entre la comunidad secular. Desde un punto de vista personal, algunos judíos, como Marc Tanenbaum, recibieron con entusiasmo el interés de la nueva derecha cristiana por el Estado de Israel. Otros, como Alexander Schindler, presidente de la Union of American Hebrew Congregations, descubría intereses teológicos en los apoyos a Israel por parte de los religiosos conservadores, pues "en su lectura de la Escritura, Jesús no puede realizar su segunda venida hasta que los judíos no tengan la totalidad de su tierra bíblica". Esa triple simbología que la nueva derecha cristiana hace con los elementos clásicos de apoyo político: el grupo religioso, la familia y el patriotismo (Dios, la madre y la bandera), ha imposibilitado la creación de un diálogo público, y explica las comparaciones que los grupos liberales han hecho frecuentemente entre Falwell y el ayatollah Jomeini.

El fenómeno del liderazgo religioso conservador americano puede ser relacionado con el narcisismo propio de la modernidad. La sociedad americana, imbuida como ninguna otra en la ansiedad del consumo, tiene la necesidad de crearse un culto al yo. Para el neoconservador Daniel Bell, ese culto al yo se produce en el ámbito de la cultura, lo que se contrapone al de la economía, en el que hay que maximizar la eficacia y en el que el culto al yo no tiene sentido. De otro lado, el narcisismo de la modernidad sugiere que la sociedad americana tiene una tendencia especial para crearse héroes (o actores de Hollywood) para luego vivir de ellos. Ese afán de heroicidad hacia una causa importante es claramente el caso del mensaje educacional del Liberty Baptist College, en donde se les dice a los alumnos: "Vosotros podéis hacer grandes cosas para Dios. Vosotros debéis salvar América". Mensaje que tiene claro parangón con la otra religión americana del tecnicismo, como muestra Elegidos para la gloria, la reciente película de Philip Kaufman.

es master en Sociología por la Universidad de Yale y profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.

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