'Las rutas del Sur', meditación a medio camino

Quiso Jorge Semprún recuperar a aquel militante en el exilio que protagonizó la película de Alain Resnais La guerre es finie y colocarlo ante la evidencia de que Franco había muerto en la cama. De nuevo Yves Montand se hizo cargo del personaje, aunque éste se diferenciara en muchos puntos del anterior, y Joseph Losey reemplazó a Resnais. No era una mala elección, puesto que la capacidad observadora de Losey podía otorgar al guión la objetividad necesaria.Pero no fue así. Las debilidades del texto de Semprún, que no sólo se traducían a unos diálogos poco verosímiles, sino a las anécdotas que ilustraban el drama principal del personaje (muerte accidental de la esposa, adulterio, enamoramiento de la joven amiga del hijo), junto a esa frialdad que en Losey podía alcanzar grados de gelidez, abortaron el proyecto de Las rutas del Sur, que quedó reducido a un filme de buenas intenciones, sin inspiración ni riesgo. El tema de la memoria, tan habitual en la obra de Semprún, se redujo a una pequeña retahíla de conflictos en el recuerdo y a las débiles conversaciones con el hijo, que ya no acepta la eterna sumisión por el pasado que tiene el padre.

La tentación de inutilidad que incita al protagonista no adquiere el dramatismo que podía esperarse en guionista y director tan sensibles para penetrar en los dramas que nacen de un conflicto político. En ese sentido se pronunció la mayoría de la crítica española cuando describió su decepción. El filme había sido esperado con avidez: especialmente en 1978, una reflexión política como la prometida contaba con la expectación de cuantos habían seguido con pasión la trayectoria de ambos autores.