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El toro, juguete veraniego de los mozos de Castilla

El investigador, o el simple curioso, podría elaborar un completo estudio de las distintas formas y maneras de "correr el toro" si viajase por espacio de cuatro meses a lo largo de las nueve provincias castellano-leonesas, especialmente por las comarcas de su zona central. Observaría, como dato más relevante, que el hombre de la meseta no se resigna a ser espectador más o menos cualificado del espectáculo taurino -como ocurre en Andalucía-, sino que participa en el "juego". En Castilla y León no se va a las fiestas a "ver los toros", sino a "correr los toros", a entrar de lleno en algo cuyas raíces se pierden en la noche de los tiempos.

Las fiestas de toros son uno de los atractivos -no el único ni el principal, pero sí el más llamativo- del verano en una región a la que el turismo llega sólo para contemplar monumentos o ruinas, permanece lo justo para to mar algunas fotografías y parte rumbo a playas de moda. Castilla y León no ha sabido "vender" lo que de original tienen sus fiestas y tampoco se ha preocupado de dar tres cuartos al pregonero para que difunda el alcance lúdico de unas celebraciones que, por obra y gracia del aislamiento y la tradición, suelen conservarse, en una pureza que haría las delicias de antropólogos y etnólogos.

Cuéllar, los encierros más antiguos

Los encierros, variadísimos y diferentes, que jalonan las fiestas patronales han quedado durante años y años reducidos al estrecho círculo local, comarcal o, en el mejor de los casos, provincial, sin hallar voceros que pregonaran sus excelencias, como ocurre, por ejemplo, con Pamplona. Es frecuente oír por villas y pueblos castellano-leoneses aquello de "eso no es nada para lo que hacemos aquí", cuando contemplan los encierros sanfermineros. Lo dicen en Peñafiel (Valladolid), donde los días 15 y 16 de agosto cumplen cada año el rito de llevar los toros a la milenaria plaza del Coso para soltar, posteriormente, una res por dentro del anillo y otra por fuera, con el consiguiente doble peligro; lo dirán en Cuéllar (Segovia), donde el último domingo de agosto inician una serie de cuatro encierros que pasan por ser los más antiguos de España (los cuelláranos se jactan de qué los navarros copiaron de ellos), y en los que mozos, mozas y personas entradas en años corren delante de los novillos que han sido llevados a caballo hasta la entrada del pueblo; lo comentarán en Tordesillas (Valladolid), donde a mediados de septiembre llegará el rito ceitibérico de alancear un toro de 600 kilos a campo descubierto en la vega del Duero, arriesgándose caballistas y gente de a pie a recibir una cornada mortal a cambió del prurito de matar de una lanzada al animal. Son tres ejemplos, pero hay muchos más, casi uno por localidad.Correr los toros (delante, detrás o al lado) es un reto que jóvenes y adultos se plantean y viven en cuanto se aproximan las fiestas patronales de sus respectivas villas. Durante la época franquista, muchas celebraciones fueron prohibidas oficialmente, pero continuaron realizándose en cuanto la Guardia Civil se marchaba del lugar o hacía la vista gorda para evitarse complicaciones. Tal ocurrió, por mencionar un solo caso, con el "toro júbilo" de Medinaceli, que se celebra el 13 de noviembre y puede considerarse, por la fecha, un rara avis.

Otras veces las prohibiciones oficiales surtieron efecto, pero en cuanto se pudieron conseguir los permisos oficiales la tradición volvió a florecer. Así sucede en Fuentesaúco, Guarrate y Villamor de los Escuderos, pueblos de la provincia de Zamora donde tienen lugar los "espantes". Consisten, siguiendo una herencia del medievo, en que la gente de a pie, el pueblo, espera a campo descubierto a la manada de toros para salir frente a ellos y evitar que los jinetes, armados con picas, puedan meterlos, en el pueblo. El toro, acostumbrado a la quietud de la dehesa, huye por barbechos, praderas y sembrados al encontrarse con el alboroto de una masa que sale frente a ellos. Año tras año, tras la etapa de prohibiciones, se reproduce la pugna medieval entre señores (los de a caballo) y plebeyos, la gente de a pie. En Guarrate se celebran en torno al 13 de junio; en Fuentesaúco, a primeros de julio, y en Villamor de los Escúderos, los días 16 y 17 de agosto.

En otros lugares la pugna se vive entre núcleos de población cercanos. En Portillo (Valladolid), a mediados de septiembre, los caballistas intentarán que los toros lleguen desde Arrabal, situado en el bajo, a Portillo, ubicado en la cima de un otero. Pocas veces lo consiguen, porque los de arriba se encargarán de que la manada, arropada por cabestros, se desperdigue por los tesos cercanos. En Medina del Campo, a primeros de septiembre, una comitiva de jinetes y andarines conduce a los toros a lo largo de seis kilómetros, desde los corrales de la villa hasta el núcleo urbano, a cuya entrada se produce el "apretón" y con él un colorista revuelo de toros, caballistas y hombres de a pie.

Dura herencia celtibérica

Otro tanto sucede en Fermoselle (Zamora), Olmedo, Mota del Marqués, Castronuño (Valladolid), Ledesma (Salamanca) o Argujillo (Zamora). Por entonces ya hará casi tres meses que los habitantes de Benavente (Zamora) han vivido la celebración de su "toro enmaromado", fiesta en la que se suelta un semental de seis quintales para que recorra las calles de la ciudad con una soga atada a la cornamenta, de la que tiran decenas de personas para evitar que el animal empitone a los que corren delante. El toro es apuntillado al final de un recorrido marcado por la tradición, y los mozos empapan sus zapatillas blancas en la sangre para capturar algo de la fuerza la fecundidad y el vigor sexual de la res sacrificada.Por San Juan, los sorianos consiguen los mismos logros comiendo y dando de comer al forastero las tajadas de los toros que han corrido previamente, y que son la esencia de una fiesta entroncada directamente con los mitos heredados de vacceos y demás pueblos celtibéricos.

Y por estas fechas, cuando en casi toda la región prende la hoguera del rito taurino, los habitantes de Ciudad Rodrigo (Salamanca) se encuentran ya preparando sus fiestas de Carnaval, en las que, como caso único en la Península, también el toro es el eje central de unas celebraciones en las que, a veces con temperaturas gélidas, los caballistas del campo charro conducirán a la manada de reses por el intrincado laberinto de callejuelas hasta la plaza para que, minutos después, se proceda al "desencierro" o suelta de los bóvidos en sentido contrario, para que los corran los de a pie y los toreen los que quieran probar su habilidad y valentía.

Mucho de ambas cosas tienen que poseer los vecinos de Toro (Zamora), que allá por el 27 de agosto, fiesta de San Agustín, se lanzan a la arena para, desafiando las embestidas de los cornúpetas, beber de la fuente de vino instalada en el centro del coso. De un cubeto situado en la plaza cae el caldo tinto, denso, fuerte, salido de los majuelos de la ribera del Duero y puesto a disposición de quien sea capaz de llegar a un baño de madera que, involuntariamente, defiende el toro.

Benavente, Fuentesaúco, Peñafiel, Medina del Campo, Tordesillas, Cuéllar, Toro, Ciudad Rodrigo, Medinaceli, Soria, son jalones de un rito secular que es el alma de la mayoría de las fiestas de Castilla y León y que se repite año tras año, pese a todos los pesares. Y es que, cuando el correr los toros está por medio, toda la región hace suya una estrofa que cantan en Soria: "Podrá faltarnos el pan / o podrá secarse el Duero, / pero arde Soria primero / si no hay fiestas de San Juan".

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