Conflicto y estructura social
Aunque a partir de 1975 los salarios han crecido muy deprisa en España, las desigualdades sociales siguen siendo las de siempre, señala el autor de este trabajo. El 10% de los hogares más ricos absorben el 40% de la renta nacional, mientras que el 10% de los más pobres sólo disponen de un 1,8% de la misma, con lo que la distancia entre ellos asciende a la proporción de 1 a 22,5. Y las cinco provincias más ricas y las cinco más pobres siguen siendo las mismas.
Es evidente que, durante siglos, la nuestra ha sido una estructura muy desigual, e imbuida de una mutua intolerancia que, a menudo, sólo se disfrazaba de sumisión en unos y de caridad en otros cuando ambos no tenían más remedio. No se olvide que, por ejemplo, a comienzos del siglo actual más de las tres cuartas partes de los varones mayores de 25 años -es decir, con derecho a voto- eran analfabetos. O que decenas de miles de españoles fueron asesinados hace menos de 50 años, no por sus hechos, sino por atribuírseles una ideología a la que -unos y otros- intentaban erradicar.Se explica, pues, en función de nuestra historia, la persistencia de la desigualdad y la intolerancia como causas permanentes de conflictos soterrados o explícitos, demasiadas veces violentos. Pero, ¿hasta qué punto tras 40 años de paz coaccionada, 15 de desarrollo económico y, por fin, ocho de democracia parlamentaria, se puede mantener tal supuesto? ¿Acaso no es cierto que España es ya otra, y la mayoría de los españoles muy diferentes de los de hace tan sólo una o dos generaciones? ¿Es que no ofrecemos ya un espectro de actitudes y comportamientos sociopolíticos bastante similar al de otros países europeos, como se demuestra en repetidas observaciones sociológicas?
Como señalan Murillo y Beltrán en su importante aportación al IV Informe FOESSA, aunque en nuestro país se haya producido un crecimiento general de los niveles de vida en las tres últimas décadas, la desigualdad en la distribución de la renta se ha mantenido. Es decir, que aunque casi todos han mejorado en términos absolutos, "no ha disminuido apreciablemente la distancia entre los dos extremos de nuestra pirámide social". Y ello, hasta el punto de que, según datos de Alcaide, todavía en 1974 España ofrecía uno de los mayores índices de desigualdad entre los países occidentales, pese al tan pregonado desarrollo, económico, de tal manera que el 10% de los hogares más ricos absorbían casi el 40% de la renta nacional, mientras que al 10% de los más pobres sólo le quedaba el 1,8% de ésta. Y, así, la ratio o distancia entre ellos ascendía a 22,5.
Conciencia de desigualdad
Ciertamente, a partir de aquella época, y una vez más a contracorriente de lo ocurrido en la mayoría de los países occidentales, los salarios crecieron desde 1975 muy aprisa, duplicándose casi en sólo cinco años. Pero al coincidir tal fenómeno con el de la crisis económica, se originó uno de los más importantes factores del desempleo que padecemos y que, como es bien sabido, se aproxima actualmente al 20% de la población activa. En consecuencia, ese alto porcentaje refuerza la situación dé desigualdad, ya que simultáneamente los factores fiscales de corrección sólo están comenzando a operar sobre los más favorecidos desde hace muy poco tiempo y aún parcialmente.
Como resultado de procesos psicológico-colectivos muy complejos, pero comprensibles, han surgido a la vez una serie de expectativas y con frecuencia de ilusiones provocadas desde fuera en ese amplio sector más bajo de los españoles, que acentúan su conciencia de desigualdad a través de la simple comparación con los otros. En esta frustración desempeñan un papel primordial en particular la publicidad y las promesas políticas incumplidas.
Tampoco ha mejorado en términos relativos la distribución geográfica de la riqueza. Las cinco provincias más ricas y las cinco más pobres seguían siendo a comienzos de los ochenta prácticamente las mismas que 30 años antes. En muchas comarcas rural es se ha producido un desarrollo cosmético, aparente, con mejora de algunos servicios públicos y construcción de viviendas dignas, a menudo con los ahorros de los emigrantes retornados. Pero enla mayor parte del país la estructura socioeconómica de nue stros pueblos sigue siendo la misma que hace 40 años-o más. Durante untiempo, el paro disminuyó simplemente porque una parte de la población rural había emigrado, pero en algunas regiones -como Andalucía a Extremadura- vuelven hoy a plantearse situaciones que parecían olvidadas.
Incluso algunas comarcas en ningún momento han salido de su secular marasmo. Así, hace sólo tres años, una publicación del Ministerio de Agricultura clasificaba nada menos que a un tercio del total de la población de la provincia de Granada como residente en áreas deprimidas, con altísimos porcentajes de paro y carente de servicios esenciales.
La estructura de poder
Y es que, si bien la estructura formal de poder ha comenzado a ser democrática en nuestro medio rural, "la estructura real de poder sigue perteneciendo a los mismos". Hasta cierto punto, cabe decir todavía otro tanto respecto al conjunto del país.
De aquí que en la encuesta planteada por Murillo y Beltrán, antes citada, nada menos que un 84% de los encuestados se considerasen a sí mismo "por debajo de la línea de los que están arriba", es decir, que "no contaban", que veían al Estado como "un gran aparato manejado por unos pocos". Parece que todavía estamos lejos de una deseable conciencia de participación en las decisiones.
Tal vez no sea casual que una cifra muy similar -el 83% de la población mayor de 14 años- muestre aún niveles muy bajos de educación ("estudios primarios", 57%), o prácticamente ninguno (16%, "sin estudios"; 9%, "analfabetos"), según la encuesta de población activa del INE en 1980.
No es de extrañar que según el Informe FOESSA, algo más de la mitad de los entrevistados en 1981 respondiese afirmativamente a la pregunta de si tenían la impresión "de que vivimos en España en una sociedad caracterizada en que la lucha de clases es muy importante".
En definitiva, la dinámica de nuestra propia estructura social, y en particular de la distribución de la riqueza y el empleo, parece ser origen de una conflictividad que, en cuanto a su mera existencia, resulta innegable. Cosa muy diferente es que los últimos años demuestran hasta qué punto los españoles hemos mejorado sensiblemente en nuestros niveles de tolerancia mutua y de aceptación de unas reglas del juego. Y, en consecuencia" tal conflictividad no se plantea ya clasificando a los otros como enemigos, sino en una mera confrontación civilizada de intereses.
Ya que hemos conseguido convivir dentro de una mayor tolerancia, hagamos que ésta sea el vehículo que nos lleve a lograr una mayor igualdad.
es catedrático de Derecho Político y presidente de la Federación de Asociaciones de Sociología.
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