EE UU, gana la mitad de los títulos olímpicos en juego
J. J. F., El récord mundial de la hora de Francesco Moser tenía que servir para algo. El gran profesional italiano no sólo demostró su calidad, sino que enseñó el camino de una nueva preparación física y técnica. En Los Ángeles, la técnica, al menos, quedó reflejada con la aparición de modelos de bicicletas parecidas a la que utilizó. Las ruedas sin radios, con lámina plástica, fueron las más expresivas. Pero no estuvieron para utilizarlas, o para luchar con otras, los ciclistas de la URSS ni de la RDA. El dominio norteamericano resultó ficticio por ello aunque consiguiera cuatro títulos, la mitad de los disputados.
Con la duda de si en carretera hubiera surgido alguna soviética para hacer sombra a las norteamericanas, la realidad es que en hombres no se hubiese producido tan fácilmente el triunfo local.
La ausencia de soviéticos como Soujo y Ugrumov y de alemanes orientales como Raab (campeón del mundo) y Drogan, por poner sólo cuatro ejemplos, devalúa cualquier carrera para teóricos aficionados. Soujo, concretamente, había vuelto a la gran forma, tras su triunfo olímpico en Moscú-80, al ganar la Carrera de la Paz, el Tour del Este.
En la otra prueba de carretera, los 100 kilómetros contrarreloj por equipos, se impuso Italia, que salvó, así, su honor, por delante de Suiza y Estados Unidos. Pero cabe recordar que en los mundiales de Suiza, la Unión Soviética, ganadora, sacó 1.41 al equipo helvético.
En pista, la ausencias fueron aún mayores. En velocidad, en la que el copo norteamericano fue total, la victoria hubiese estado entre el alemán oriental Hesslich y el soviético Kopylov, campeón y subcampeón del mundo.
En los campeonatos mundiales del pasado año, en Zurich, incluso la medalla de bronce fue para otro alemán oriental, Hubner. Kopylov se impuso entonces en el kilómetro, en el que es imbatible, y no hubiera dejado opción al alemán occidental Schmidtke, campeón olímpico aquí, en Los Ángeles. Más o menos, como en persecución, en la que el recordman mundial, igualmente soviético, Kupovets, difícilmente habría sido superado por el norteamericano Hegg.
Únicamente la persecución por equipos, en la que la RFA ganó en Zurich ante la RDA y Checoslovaquia, habría resultado abierta, pues Australia sorprendió a Estados Unidos y a los alemanes en el velódromo de Domínguez Hills, construido por la cadena de comidas rápidas 7 Eleven, al igual que hizo McDonald's con la piscina.
En la carrera por puntos, en la que se produjo el cuarto triunfo no norteamericano, el belga Ilegems sustituyó al campeón del mundo, el danés Marcussen. Pero faltaron para discutir el triunfo del pupilo de Patrick Sercu el subcampeón mundial de 1983, el alemán oriental Pohl, y el medalla de bronce, el soviético Romanov.
El gran drama de Los Ángeles es que, de 24 repartidas, 15 medallas, como en los pasados mundiales suizos, habrían podido ganarlas los ausentes. Y, de los ocho títulos, cuatro; casualmente, el mismo número que han. conseguido los anfitriones.
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