Gaines gana a los 25 años su primer titulo olímpico
ENVIADO ESPECIALAmbrose Gaines, Rowdy, como se le conoce, mide sólo 1,85, pero es el hombre que nada más rápidamente en el mundo en la distancia clásica del sprint, los 100 metros. No le ha preocupado tener 15 centímetros menos que los nuevos gigantes. Poseía ya el récord mundial en 49.36, lo que significa algo más de siete kilómetros por hora de velocidad, y alcanzó la gloria olímpica a los 25 años, que cumplió ya el pasado 17 de febrero, una edad casi prohibitiva para su deporte en alta competición.
Estados Unidos gana tantas pruebas -las que debía ganar en cualquier caso y las que está ganando por las ausencias- que en los Juegos de Los Ángeles se da más que nunca el agobio de la victoria aburrida. Sólo determinados triunfos tienen su toque de emoción y de gesta. Y coinciden, además, en ser los menos devaluados. Son los triunfos de los viejos guerreros del agua, que en un deporte para mucho más jóvenes, sin pasar la barrera de los 20 años, por ejemplo, están consiguiendo un sueño atrasado desde 1980.
En la final de los 100 metros libres, Gaines hizo una salida tipo Armin Hary, espléndida, pero más nula que válida, pues pareció escaparse confabulado con el juez de salida. Ello provocó la justificada protesta al final de la prueba del australiano Stockwell, mejor tiempo matinal y medalla de plata.
Gaines pasó los primeros 50 metros en 24.01, por 24.15 del gigante Stockwell (1,96 metros), y aumentó hasta 44 centésimas su ventaja en un final rabioso. Con 49.80 sólo se acercó a otras 44 centésimas de suya vieja plusmarca mundial, conseguida en 1981, pero batió el aún más lejano récord olímpico (49.99) de su compatriota Jim Montgomery, que hizo historia en Montreal-76 al ser el primer hombre que bajó de la barrera de los 50 segundos. La sorpresa fue que Mike Heath, el otro norteamericano, fue superado por el sueco Johansson (también de 1,96 de estatura) para la medalla de bronce. Más nadador de, 200 metros, pasó ya el antepenúltimo de los ocho finalistas en el viraje, y no pudo recuperar a tiempo de subir al podio.
Gaines, pues, con sólo 1,85, se impuso a dos rivales 11 centímetros más altos y cuatro años más jóvenes. La calidad aún puede en ocasiones con la altura y la edad. "Yo tengo 25 años, pero me siento ahora como un muchacho de 10 al que le han dado el regalo más preciado de su vida", comentó. "Es un sueño, no me lo acabo de creer. Lo he esperado tanto... He ganado una medalla de oro. Esto es muy grande. Mi abuela había soñado que lo lograría. Ella estará ahora feliz. Yo le puedo decir que he ganado". Gaines, además de los gestos clásicos de alegría con los brazos, unió otro no muy normal en los ganadores norteamericanos: se echó las manos a la cabeza con su ya poco pelo rubio, porque no lo tenía tan fácil tras hacer sólo el tercer mejor tiempo en las series matinales, por detrás de Stockwell y Heath. Todas las medallas de oro producen tal felicidad que muchos darían parte de su vida por sentirlo. En el caso de la generación perdida por el boicoteo de Jimmy Carter a los Juegos de Moscú, todo tiene que ser doble.
Un ganador enfadado
Sin embargo, los dioses tienen su valoración de los triunfos. Si para unos es un sueño y para la mayoría una felicidad, también se pueden dar casos insólitos. Por ejemplo, el enfado de Rick Carey, doble plusmarquista del mundo y dominador absoluto de la modalidad de espalda en 100 y 200 metros. Ganó esta última distancia, pero muy lejos de su plusmarca, y salió de la piscina disparado sin darle tiempo al público a que le aplaudiera. Casi salió antes de que el español Aldabe acabara la prueba, séptimo.
En la tercera jornada de natación se esperaba un solo triunfo no estadounidense y ni siquiera se produjo. Las dos espaldistas Andrews y Mitchell ganaron el oro y la plata, pero quedaron a cerca de tres segundos del récord olímpico y mundial de la alemana oriental Reinisch, en Moscú-80.
La parcela femenina es una frustración continua, por mucha alegría que den los triunfos locales frente a las holandesas, australianas y canadienses. En el relevo de 4 x 100 metros libres volvió a ganar Estados Unidos, pero en más de 3.43, cuando en el marcador electrónico, como una espina siempre clavada, quedaba un 3.42.71 conseguido por cierto equipo de cierto país, llamado la RDA, en cierta fecha, de cuyos polvos vinieron estos lodos: Moscú-80.
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