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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Tener un hijo o tener un perro

Por aquel entonces el perro no era más que un perro para el hombre. Este comensal no compartía la vida de las familias, sino que merodeaba entre los desperdicios del hombre y se encargaba de hacerlos desaparecer. Entre los pueblos primitivos que no habían conseguido resolver el problema de los restos mortales con la práctica del canibalismo patrofágico, el perro desempeñaba también a la perfección su tarea de basurero. Protegía, por último, a los grupos humanos, permaneciendo en la frontera con lo desconocido y anunciando con sus ladridos cualquier posible peligro.El acercamiento entre el hombre y el animal constituyó el origen y el medio por efecto del cual se logró la domesticación del perro. Esta nueva proximidad fue la que hizo posible su especialización funcional, es decir, el desarrollo de sus aptitudes naturales, el adiestramiento con fines utilitarios: los esquimales entrenaron al perro para que tirara de los trineos; los griegos, los romanos, los persas, los suizos y los ingleses lo prepararon para la guerra; los fueguinos, los habitantes del estrecho de Behring y los indígenas de las islas Feroe y Sajalín se sirvieron del perro para la pesca; todos lo utilizaron, en mayor o menor medida, para su defensa y protección. Otros muchos pueblos, probablemente la mayoría, se dedicaron a la cría de perros con vistas a consumir su carne. Y en la, época en la que las ratas destruían las cosechas y transmitían la peste, el perro aprendió a cazarlas. Cuando empezaron a desaparecer los lobos, y el perro pastor dejó de ser útil para la defensa, se le enseñó a conducir el rebaño, función que se extendió y especializó sólo a partir del siglo XIX.

En la actualidad, no existe una distancia significativa entre el hombre y el perro. La sociedad desaprueba y prohíbe que se coma la carne de este animal, y él mismo no se alimenta ya de la basura ni de las sobras no aptas para el consumo; muy al contrario, se le preparan comidas y platos especiales de forma industrial, artesanal o casera, y con los mismos procedimientos y condiciones sanitarias que se aplican para elaborar los alimentos humanos. Ha dejado, de estar al servicio del hombre, para convertirse en un ser pasivo -al que se mantiene sin pedirle nada a cambio-, y el hombre ha aceptado incluso el compartirlo todo con él: su mesa, su coche, su ocio, su cama.

La cría de estos animales domésticos se ha visto afectada por el mismo proceso evolutivo. Al no desempeñar los perros ninguna función social -sus antiguas aptitudes han perdido su razón de ser y sólo les resta actuar, en ocasiones, como señal, de alarma redundante, por lo que más bien cabría hablar de los servicios que el hombre se ve obligado a prestarles (alimentación, cuidados especiales)-, ha dejado de preocupar en su crianza la selección o verificación de sus aptitudes, tal y como sucede, por ejemplo, con el caballo de carreras; lo único importante ahora es su conformación a una morfología, determinada, con independencia de cualquier otra cualidad, y en especial de las cualidades mentales. De ahí que se hable de la degeneración de las grandes razas: del San Bernardo de las llanuras, del pastor alemán que se ha convertido en un animal inestable y nervioso, cuya peligrosidad tiende a aumentar con la edad, y del chowchow, cuyo aspecto es hoy el de un osezno, sobrealimentado. Pero esta degeneración, que Konrad Lorenz ha denunciado con virulencia como un atentada contra la pureza de las razas naturalmente seleccionadas, no es en realidad más que el resultado de un proceso natural de adaptación del perro a su nueva situación social, que ha de incluirse en, la categoría socioprofesional de los inactivos y de los animales hogareños.

La estética de las razas

El cambio profundo que han experimentado las expectativas de función del hombre con respecto al perro ha hecho que experimente también una mejora la, situación del gato. Si en el pasado se le deificó, ya fuera por sí mismo o porque representara a otro animal sagrado (la leona), se le embalsamó y, en general, se le utilizó de forma sistemática para proteger las cosechas tanto de los roedores como de los pájaros, su destino, ha pasado a equipararse al del hombre, cuya intimidad comparte día a día sin que se le exija ninguna contrapartida. El cambio ha afectado también a la cría de felinos, en la que lo único que parece interesar es la estética de las razas: ya no se espera que el gato se dedique a otra cosa que a jugar con los ovillos de lana o a alcanzar una loncha de jamón que se ha dejado, por imprudencia, encima de la nevera.

Las actividades evacuatorias del perro y del gato, sea cual sea el lugar y la hora en que se realicen, constituyen una de las principales consecuencias de la educación que han recibido del hombre. Ésta se halla conformada por un conjunto de aprendizajos básicos: la limpieza, la regularidad en la alimentación, la respuesta a la voz del amo. Sus resultados se miden de acuerdo con las dificultades que se esperan de antemano. Por ello, las mayores satisfacciones las proporciona el gato -al que se considera un animal libre e independiente, difícil de adiestrar con el método tradicional, que consta de tres fases: orden, ejecución y recompensa o castigo-, o se derivan de ejercicios que requieren una gran paciencia (así, enseñar a andar sobre dos patas al perro). En ambos casos, el propietario atribuye su éxito no a un poder natural, sino a una supuesta autoridad o capacidad que el animal le ha reconocido. Por consiguiente, al adiestrar a un animal familiar, el hombre pone a prueba su propia capacidad educativa, de la misma manera que actúa un padre ante las reacciones de su hijo. La abundante literatura que se ha dedicado a los animales familiares confirma el hecho de que al animal se le proporciona la misma educación que al niño. Las obras más generales se limitan a plagiar la literatura que se ha dedicado a los padres -Educo a mi perro, Qué hacer cuando su perro está enfermo, Nueva cocina para perros, Comprenda a su perro, Alimentación del perro-, y las que se dedican a una sola raza siguen todas el mismo esquema (alimentación, educación, psicología, sexualidad). Konrad Lorenz, inesperado éxito de venta de los años sesenta y setenta, cuyo triunfo mundial justifica que se le cite, lo ha repetido muchas veces en su obra: "Se puede sustituir niño por perro sin que la frase deje de ser válida".

Como niños buenos

En todas sus obras, Lorenz encuentra siempre un pretexto para atacar lo que se ha dado en llamar una educación "a la americana", es decir, una educación relajada cuyo lema es "permitirlo todo, tolerarlo todo". Se lamenta en ocasiones de que los niños sean "demasiado pesados" y le da la razón a los perros que intentan deshacerse de ellos. Otras veces nos habla de "niños insoportables, insolventes y muy agresivos", y sostiene que "muchos ... se han convertido en realidad en neurópatas". En otros momentos se queja del chirrido insoportable de un transistor" que lleva un muchacho de 16 años, lamenta los "actos de frenesí sexual a los que se entregan los jóvenes, cuya potencia sexual parece, sin embargo, haber disminuido" (sic). Lorenz considera, en suma, que quien ama a los perros y detesta a los niños no puede ser- una mala persona. Aclaremos que los niños y adolescentes a los que aborrece Konrad Lorenz pertenecen a nuestra época, son niños y adolescentes reales, que no están dispuestos a someterse a todas las exigencias de un amor sin límites. Odia, pues, a los niños que son como son, y no como nos gustaría que fueran.

Los animales familiares son, por el contrario, tal y como nos gustaría que fueran los niños: obedientes, respetuosos de los límites que les imponen unas relaciones exclusivas, admirativos, poseedores de hábitos fijos que no pueden deparar sorpresa alguna, dependientes y, al mismo tiempo, agradecidos con su amo. Además, seguirán siendo así mientras vivan: sólo la muerte puede interrumpir esta relación. La principal característica de la relación del hombre con el animal familiar reside, en efecto, en la infantilización permanente y activa de las conductas de este último. Hemos advertido que los perros y los gatos familiares han perdido sus aptitudes; no pueden sobrevivir en el medio urbano y se ven obligados a depender por completo de la persona que los cuida y alimenta; al estar sobrealimentados y sobreprotegidos son todos más o menos obesos. La absoluta fidelidad del perro para con su amo le lleva a reaccionar de forma infantil ante esta sobreprotección, manteniendo así, por ejemplo, su tendencia al juego; este fenómeno de cristalización neoténica también se hace patente en el ronroneo del gato. En un principio este comportamiento era propio de la etapa de dependencia hacia la madre, y en el animal salva e desaparecía, en el momento en que terminaba el período de lactancia. Sin embargo, en el animal familiar -al que "no le queda más remedio que regresar a la etapa de dependencia"-, se mantiene hasta tal punto que se ha convertido en uno de sus símbolos. El ronroneo es una muestra de fidelidad, por medio de la cual el gato "reconoce nuestra condición de animales superiores, nuestro poder"; además, le permite obtener a cambio una protección eficaz. En última instancia, lo que se intenta conseguir con el concurso de las técnicas de adiestramiento, es que los animales familiares experimenten una regresión y vuelvan definitivamente a esa etapa arcaica en la que los pequeños se someten a unos padres todopoderosos, protectores y represivos.

Metáfora de la crisis educativa

Si tenemos en cuenta el momento histórico en el que surge el fenómeno de la zoofilia -aquellos años cincuenta en los que, además del éxodo rural y del crecimiento económico, se hace ostensible otro hecho, relacionado esta vez de manera efectiva con el problema que nos ocupa: la aparición de una nueva juventud que gira en torno al rock'n roll-, hallaremos los elementos que nos permiten considerar la proliferación de los perros y de los gatos como una metáfora de la crisis de la educación contemporánea. En el curso de su relación con estos animales familiares, sus propietarios logran recrear una y otra vez su papel de padres, expresando la angustia que les produce esta falta de identidad, exigiéndoles la misma y arcaica sumisión que manifiestan los niños más pequeños y haciendo que perdure indefinidamente la relación. Si bien es cierto que "los niños se van y los animales se quedan", no hay que olvidar que "los niños se van porque crecen, mientras que los animales se quedan porque siguen siendo niños".

En la actualidad, las actividades sexuales de los adolescentes escapan al control paterno y desafían más que nunca la autoridad de los padres en este terreno. Esta emancipación sexual de la juventud, que confirman todas las encuestas que versan sobre la edad de las primeras relaciones sexuales, y el contexto social en el que se ha originado -que es un signo precursor del abandono familiar-, han determinado la difusión de las técnicas de castra-

ción y ovariectomía, especialmente en el caso del gato, de la selección autoritaria de los aparcamientos del perro para evitar productos no deseados y, por último, del control total de la vida sexual, que responde a un viejo fantasma parental y se acerca al régimen de clausura.

Y además hablan

La educación del animal presenta, en definitiva, una imagen inversa, como la que se refleja en un espejo, a la de la educación del niño: se limita a un conjunto de aprendizajes básicos que el animal adquiere de una vez por todas, sin que exista competencia entre los sujetos de una misma edad, en la escuela o en los medios de comunicación (el hombre intenta conseguir ante todo su desocialización), y sin que se planteen problemas relacionados con la sexualidad -ya que ésta se puede controlar perfectamente ni con el desarrollo social y psicológico (debido a la neotenia y a la fijación de las conductas animales en las etapas infantiles más tempranas). Esta educación se basa, además, en una relación gratificante (el animal "responde únicamente a su amo"), que satisface el narcisismo de los padres (al contrario de los niños, los animales son siempre agradecidos) y permite vencer todas las angustias y satisfacer todas las expectativas. Una relación, en suma, que ha perdido todo rasgo de humanidad por cuanto, al no existir posibilidad de fracaso, niega todo riesgo educativo. Por medio de esta relación el hombre adulto intenta luchar efectivamente (afectivamente) contra su soledad de padre y educador, restableciendo la integridad de su antigua situación -en parte, imaginaria- y reproduciéndola una y otra vez.

Si en los tiempos de Descartes, Buffon y Diderot se consideraba que la humanidad sólo estaba compuesta por el hombre, ello se debía a la imposibilidad de traspasar la frontera del lenguaje: la posesión de un lenguaje era la única prueba de peso a la hora de valorar si los animales pensaban y a la hora de delimitar un sentido que trascendiera la simple. apariencia física. Lo único que le ha faltado al animal en todas las épocas ha sido, en efecto, la palabra. La etiología es de nuevo la que se encarga de reflejar y alimentar la demanda social de una ampliación del mundo a las especies animales; descifra el lenguaje de los animales de la misma manera que lo hacía Champollion con las inscripciones egipcias: Von Frisch aprende el "lenguaje de las abejas" y Lorenz, una vez más Lorenz, debe gran parte de su éxito a su famoso libro Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros (Labor, 1979).

Desde hace 20 años no sólo se han multiplicado las obras de vulgarización sobre el lenguaje de los animales salvajes y familiares, y se ha consolidado la convicción de que hablan entre sí; además, y después de haberse solidarizado con el animal, el hombre le pide a su vez a éste que se solidarice con el género humano. Algunos etólogos intentan enseñar a los monos el lenguaje de los sordomudos y se ocupan en captar mediante técnicas de clasificación (fotográficas, sobre todo) el menor signo de humanidad (es decir, de comprensión lateral de otro mundo) del animal. Con el concurso de este doble movimiento, la etología comparada, que completa as su intento teórico de búsqueda de las constantes de comportamiento en los seres vivos -es decir, de búsqueda de una naturaleza que no sea únicamente animal, ni únicamente humana-, nos revela lo misteriosa y conmovedora que le resulta al hombre la demanda social de una ampliación del mundo Esta búsqueda obstinada no sólo se manifiesta en la zoofilia colectiva de nuestros contemporáneos, sino también en otros muchos signos, como el fenómeno OVNI, la literatura y el cine de ficción científica, y el asombroso éxito, el mayor de toda la historia del cine obtenido por la película de Steven Spielberg, E.T. El protagonista de esta película es un héroe neoténico llegado de otro planeta, ni hombre ni bestia, una especie de tortuga sin caparazón que encarna el ideal tanto de la etología comparada como de la demanda social a la que nos hemos referido. Ahora la NASA envía mensajes acústicos al espacio infinito para establecer comunicación con otro planeta, que bien puede estar habitado por hombres-bestias o por E.T.

Como los perros

Si bien es cierto que uno de los efectos de la ampliación del mundo -vertiente a priori y simpática del movimiento zoofílico- es la negación de las divisiones sociales y culturales que separan a los hombres, no lo es menos que esa ampliación del mundo presenta también un carácter negativo, por cuanto afecta tanto al discurso como a los a ctos más concretos y conlleva un peligroso cuestionamiento de la condición humana en beneficio del animal. Hemos visto, en efecto, que a este huésped fastidioso se lo hemos dado todo: nuestras aceras, nuestras calles, nuestro coche, nuestro apartamento e, incluso, el cuerpo de nuestros hijos, de nuestra mujer, de nuestro marido, el nuestro o el de un desconocido.

Al igual que el hombre ha progresado siempre a costa del animal, reduciendo su espacio vital, el animal familiar se ha civilizado también a expensas del hombre, de cuyo espacio se ha apoderado: cuando practica el jogging o simplemente pasea por las calles, por los caminos, por los bosques o por las zonas rurales todavía habitadas, el hombre corre en la actualidad un riesgo considerable y debe arrostrar con frecuencia situaciones embarazosas al tener que enfrentarse con un gran número de perros cuyas reacciones positivas o negativas no puede anticipar y se limita a esperar pasivamente. ¿Cuál será la reacción de ese perro que corre ladrando hacia mí? ¿Se va a volver bruscamente cuando pase junto a él? Agreguemos los problemas que suscitan esos gigantescos animales que han sido adiestrados para atacar y que pasean a su dueño, incapaz por lo general de ejercer un control efectivo sobre ellos. No vamos a detenernos en el caso del niño desvalido -víctima muy apetecida, por lo demás- que se encuentra con uno de esos molosos que cualquiera puede llevar consigo sin necesidad de un permiso de tenencia de armas.

De todas formas, cualquier discusión sobre este problema se cierra siempre con la misma observación: "Esto no hubiera sucedido si hubiese llevado a sus hijos atados con una correa". Al igual que la aparición de un grave conflicto entre el animal familiar y el hombre -debido a la necesidad de competir por un mismo espacio- no es más que un signo de la reducción de la condición humana (consecuencia, a su vez, de la elevación de la condición animal), la propuesta defendida por el diputado Micaux de sustituir a los animales por "fetos, presos, inmigrados, investigadores y por los hijos de estos últimos", confirma el evidente debilitamiento del concepto de humanidad al que está indisolublemente, vinculado el movimiento de ampliación del mundo.

Las prácticas del animal familiar y de la zoofília conducen progresivamente a la destrucción de los conceptos -estrechamente vinculados- de naturaleza y cultura, gracias a los cuales el hombre dividía el mundo en dos grandes categorías de costumbres y de seres; aunque el hombre procede de uno de estos órdenes, su aparición se logra a costa de una ruptura radical del mismo. La filiación del hombre establecida por Darwin en el siglo XIX, y la afirmación de su naturaleza animal, hicieron necesaria la multiplicación de las pruebas de la ruptura que supuso la aparición del ser humano (campo de elección de la etnología y de la psicología). En sentido inverso, el animalismo y la zoofilia, en los que se combinan cuatro tipos de relaciones del hombre con su medio (cuestionamiento de su humanidad en su relación educativa con el niño, en sus intentos de privación de espacio y de destrucción de los ritos culturales, en las preferencias alimenticias de Occidente a expensas de los países pobres y en la ampliación de su mundo a otras especies), nos revelan la deshumanización activa del hombre (deshominización) y la desnaturalización del animal en dos etapas (según sea sujeto u objeto de la alimentación). La situación imaginaria del hombre con respecto a su propio planeta, con respecto a las otras especies (animales o todavía desconocidas) y con respecto a sí mismo (los otros hombres), se ve completamente trastornada en términos de una generosidad desestabilizante y autodegradante. Detrás de este ridículo sobrehumanismo -consecuencia extrema del altruismo: el hombre ha dejado de estar en el hombre- asoma un antihumanismo absolutamente inesperado, pero que no por ello deja de pertenecer a nuestra época: El hombre no es ya más que un perro para el hombre.

Paul Yonnet es sociólogo.

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