'In memoriam' de Carlos López
Escribía el maestro de periodistas Pepe Altabella en 1945 que de la muerte de un corresponsal sólo suele quedar la despedida póstuma y sincera de algún que otro corresponsal. Aunque así fuera, la muerte de Carlos López en accidente de tráfico la madrugada del martes, camino de otro reportaje para la agenda del sábado, ha hundido en el dolor a muchos corresponsales y redactores de los medios informativos españoles.El factor humano es hoy la causa del 80% de los accidentes de tráfico. Pocos, a pesar de ellos, han visto la necesidad de controlar el comportamiento del conductor y ayudar a prevenir los errores posibles. La vida está determinada por el ritmo físico de 23 días, el emocional de 28 y el intelectual de 33. ¿Por qué nadie nos dice a los conductores en qué fase, positiva o negativa, de cada ritmo nos encontramos? ¿Por qué nadie nos dice cuáles son nuestros días críticos?
Dicen que vivimos en un país, en una región industrializada del planeta. Sin embargo, los miles de millones se siguen gastando, sobre todo en especulación o derechos adquiridos, armas o deudas, no en educación y bienestar. No se gastan, principalmente, en hacer más feliz al pobre, sino en hacer más fuerte y seguro al fuerte.
Y en ello nos va la vida.
La vida a la que hoy decimos adiós, la de Carlos López, coeditor de Diarios hablados de fin de semana en Radio Nacional, demuestra que los periodistas somos iguales, víctimas también de esta situación.
En La última víctima, traducción exacta de la mejor historia escrita hasta ahora sobre los corresponsales -traducida al español como Corresponsales de guerra-, Phillip Knightley nos cuenta cómo han muerto centenares de periodistas, muchos de los mejores, de guerra en guerra, desde Crimea hasta El Salvador o Líbano. Lo que Knightley no cuenta -y todos los que, como Carlos, hemos vivido, sufrido y disfrutado del periodismo durante años sabemos bien- es que en 1984 lo peligroso de la guerra irano-iraquí no es el frente de Basora, sino el tráfico de Teherán. El peligro no está en los combates de El Salvador, sino en la muerte accidental en cualquier calle de Río, Nueva York, El Cairo o Madrid; no está en la guerra que contamos, sino en la artrosis, que no nos perdona los años de tensión y los miles de horas sobre la máquina de escribir.
La vida a la que hoy decimos adiós fue siempre fuente de vida y ánimo, deseo arrollador de vivir para los periodistas de RNE y de otros medios informativos. Siempre dispuesto a arrimar el hombro, no había horas de trabajo y horas de descanso en su agenda. Cuando hizo falta, siempre estuvo allí. Nunca dijo no cuando había un Diario hablado sin terminar, un reportaje que hacer, una entrevista que grabar.
Los periodistas sabemos que estas virtudes tienen un precio en tiempo robado y felicidad desaprovechada con los seres más queridos, hijos y esposa. Como compañeros y amigos, como periodistas, sólo podemos decir a la familia de Carlos que no esté triste. No era el estilo de Carlos derrumbarse en los momentos difíciles. Para quien tanto viajó, la muerte es otro viaje, un poco más largo quizá. A Carlos le tocó iniciar ese viaje a los 33 años, aunque le esperábamos durante muchos años más ante los micrófonos.
El factor humano de los accidentes, que no nos han enseñado a controlar; la máquina del automóvil, que no han aprendido o querido construir para defendernos o ayudarnos necesariamente, y la llamada de algo, alguien, al viaje más largo han podido más, otra vez, qué las inmensas ganas de vivir -y de hacernos vivir el periodismo- de Carlos.
Buen viaje. Perdona los malos ratos, las voces airadas, los gritos de pasillo. Recordaremos tu voz, tu risa contagiosa y tu entrega al trabajo y a los demás. Te dejamos lejos del cuerpo y de la tierra, con los versos de los que tanto te quieren: "Y cuando tus hijos y los nuestros / se hagan mayores y nos miren una tarde / en insospechable silencio, / les hablaremos de ti frente a las nubes, / la vida y tu memoria. / Adiós, viejo amigo. Adiós, eterno compañero".
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