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Un reinado de cultura

Abrumadora de contenido y relevante en su presentación didáctica resulta la exposición de Alfonso el Sabio abierta en Santa Cruz, de Toledo. Los objetos, variadísimos, embargan con su presencia el ánimo del visitante, retrotrayendo en siete siglos el tiempo presente. ¿Por qué el Rey Sabio sigue vigente en la memoria española de hoy, por encima del Monarca de las Navas o del vencedor del Salado? El balance del largo reinado del hijo de Fernando el Santo es, en lo político, mediocre y negativo. Tuvo sublevaciones internas de toda especie. Fracasó, después de un larguísimo e infecundo forcejeo, en sus aspiraciones al trono imperial germánico. El pleito de su propia sucesión tuvo connotaciones dramáticas. No avanzó la Reconquista tanto como cabía esperar, después de los empujones militares anteriores.Y, sin embargo, la imagen del décimo Alfonso tiene en la opinión popular un eco singular favorable y un tanto esotérico. El Rey Sabio llevó a cabo un gigantesco esfuerzo cultural en su reinado. Intuyó que la sociedad europea de su tiempo se debatía en cambios profundos económicos, políticos, educativos y religiosos. Abrió el Rey el camino, al despliegue del abanico gótico de las catedrales de Francia en las capitales de su reino. Pero, además de legislador en el Fuero Real y en las Partidas, de historiador en las crónicas generales y de ordenador del inmenso mundo pecuario que acompaña a la Reconquista con el sordo redoble de los rebaños trashumantes, era "el benévlo comisario de la cultura popular", como le ha llamado Fernando Sánchez Dragó.

Asombra contemplar en las iluminadas vitrinas qué notable suma de aficiones y conocimientos manejó aquel Rey. Astronomía y matemáticas; saberes astrológicos y cabalísticos; los signos de las piedras preciosas, que vinculaban imaginariamente la joyería con los horóscopos; los fundamentos de la alquimia y la transmutación de los elementos; traducciones de los tratados árabes y judíos; versiones indirectas del caldeo y de la sabiduría babilónica, en misterio de las constelaciones y zodiacos, la que calificó Rafael Sánchez Mazas de "astronomía de los Reyes Magos". Rey mago y mágico lo fue también él en el sentido spengleriano del segundo vocablo, y poseído de una insaciable, apasionada e ilimitada curiosidad científica y filosófica y de un talento exquisito para convocar y rodearse de las mejores cabezas de su tiempo, saltando por encima de las estrechas limitaciones y prejuicios hacia otras razas, lenguas o creencias.

Toledo se convirtió en esos años en una plataforma de encuentros culturales de perenne actividad y múltiples realizaciones. Vino a ser la heredera y continuadora del perdido y disperso saber de Alejandría. Alguien ha llamado al Toledo de Alfonso X la universidad del ocultismo. Y hermético fue el saber del Monarca. A fin al hermetismo oriental, que trataba de intuir la metafísica de los secretos universales.

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Pero toda ciencia nueva ¿no tiene siempre elementos reservados y secretos? Todavía hoy, en 1984, hay sectores enteros de la investigación científica y técnica que se hallan vedados al conocimiento general, unas veces por razones de seguridad; otras, porque no se quiere explicar todo, o se temen las consecuencias sociales de algún descubrimiento. Lo cierto es que la escuela de traductores y los equipos de sabiduría europea, árabe y judía, que rodeaban al Monarca dieron a la figura y a la Corte alfonsí un aura de rareza y de misterio indiscutibles. El propio don Marcelino Menéndez Pelayo no dejó de recelar con sospechosa mirada algunas de las actividades y publicaciones que salían, patrocinadas, de la real cámara.

Después de contemplar esta exhibición considerable resuena en mi memoria el recuerdo de mi primera visita a Palermo y al sur de Italia hace muchos años. Me impresionó entonces el rastro considerable que Federico II, el emperador germánico en quien terminó la línea de los Hohenstaufen, dejó, no sólo en la población de la isla de Sicilia, donde se halla su bellísimo sepulcro, sino también en la memoria del pueblo alemán, que lo considera, todavía hoy, como el mejor emperador de su historia. Al margen de su agitada y aventurera biografía político-militar y de su larga y durísima lucha contra los intereses del papado, la razón de su popularidad fue el ambiente tolerante y abierto que emanaba de su Corte. En sus palacios de Messina, Palermo y Nápoles funcionaba un núcleo permanente de sabios matemáticos; de astrónomos y de legistas y eruditos, en los que se debatían los grandes problemas de la cultura europea y de las novedades científicas y de la sabiduría antigua. Eran estos hombres cristianos, árabes y judíos, y entre ellos, el toledano Miguel Escoto, y en su convivencia adivinaban las gentes un ambiente que se avenía bien con la tradición siciliana, en la que tantos y diversos sedimentos se acumulaban.

El propio emperador Federi-

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co, que quiso establecer en Jerusalén un condominio cristiano-musulmán para que tuvieran acceso a la ciudad santa las tres religiones que la veneran como tal, trajo, al regreso de su controvertida cruzada, a Sicilia gran número de volúmenes, códices y manuscritos de la antigüedad clásica, que enriquecieron aún más los círculos de estudios del emperador. ¿No sería verosímil suponer que existiera una influencia directa de este personaje -que desencadenó una ola de leyendas míticas a su muerte, en 1250- con Alfonso el Sabio, cuya madre, Beatriz de Suabia, era prima hermana de Federico II? El recuerdo y la trayectoria vital e intelectual del monarca italo-alemán, tan admirado y querido en Europa entera, ¿no sería en alguna medida un elemento de singular influencia en la formación educativa del Rey Sabio, deseoso de emular las nobles y liberales inclinaciones de su pariente, que en la Corte de Castilla serían íntimamente comentadas y conocidas?

Federico II, que hablaba seis lenguas a la perfección, era también, como Alfonso, su sobrino, poeta y aficionado a la música, y ha sido llamado, con razón, el primer príncipe del Renacimiento, por su humanismo y su fervor hacia el progreso de las ciencias y las artes. De su compleja y discutida trayectoria política quedó poco en pie al terminar su dinastía. Pero la memoria de su talante ilustrado sigue vivo en la admiración popular de las gentes.

En la corte de Alfonso el Sabio palpita también el primer balbuceo renacentista, mientras las tres etnias de nuestro ser histórico se hacían presentes en las disputas dialécticas y en las traducciones y versiones al castellano de un mosaico inmenso de obras orientales, desde las aventuras del Calila y Dimna hasta el tratado del ajedrez. El clima de avidez por la cultura lo llenó todo en este largo reinado de nuestro sabio monarca estrellero. Fue poeta en la lengua galaica para cantar a Santa María, y en la castellana, para quejarse de sus desdichas: "¡Cómo yaz, sólo, el Rei de Castillay /-Emperador de Alemania que fué / Aquel que los Reyes besaran el pié... / El que acatado en lejanas naciones / Foé por sus tablas e por su cuchilla".

En Toledo se enseñan ahora las Tablas y la cuchilla. Esta última, enmohecida, nos cuenta los efímeros lances de guerra. Las Tablas nos traen el guiño y el nombre de las estrellas que algunos relacionan con el destino de cada hombre.

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