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Reportaje:Preparativos de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles

Deporte para después de una guerra

Luis Gómez

En una tortuosa ceremonia inaugural, con 40 grados de temperatura y una lentitud que provocó desmayos entre los 4.468 atletas participantes, Fanny no tuvo ocasión para reparar en dos jóvenes, uno casi adolescente, Bob Mathias, y otr6ya curtido en algunas batallas de resistencia, el teniente checo Emil Zatopek. Para ellos, en 1948, en Londres, les llegaba su primera oportunidad. Fanny estaba convencida de que, para ella, era la última.Sólo unos días después, la guerra aún quedaba más lejos. Habían pasado sólo unos minutos desde que, con sus compañeras del equipo holandés de relevos 4x100 metros lisos, su última intervención en los Juegos Olímpicos había sido contundente haciendo levantar de sus asientos al heroico espectador londinense de Wembley. Ella, una mujer, una holandesa tenaz, había absorbido los tres metros de ventaja que le llevaba la corredora inglesa en el último relevo. El público la aplaudió, sobre todo aquellos que tuvieron conciencia de que Fanny acababa de conseguir su cuarta medalla de oro.

Fanny Blankers Koen, había multiplicado por cuatro su sueño (100 metros lisos, 200, 80 metros vallas y relevo 4 X 100). La admiración popular hacía olvidar 12 años de ostracismo, dos Juegos Olímpicos frustrados por el loco juego de la guerra, dos oportunidades irrecuperables de canjear sus récords mundiales por medallas olímpicas.

Así, 1948 no era año de posguerra; la cartilla de racionamiento era generosa con Fanny, alimentada, por fin, con cuatro medallas.

Una mujer para la historia

Pero, como mujer, debía esperar al juicio de la historia para que se reconociese plenamente que sólo ella podía merecer entrar en la leyenda de 1948. 1948 era posguerra, sí, y los atletas venían del duro entrenamiento del frente de combate; otros sólo dejaron su nombre para los pronósticos ficticios, porque un balazo les había dejado fuera. Eran los de 1948, sí, unos Juegos Olímpicos para hombres, para que, en los barracones que hacían de improvisada villa olímpica, rememoraran sus hazañas de guerra. Londres había querido hacer otro acto heroico aceptando la organización de los Juegos; nadie se lo pudo arrebatar moralmente.

Fortalezas Volantes traían desde Estados Unidos el pan, la mantequilla, la carne; de Francia 600 toneladas de víveres y el vino; de Italia, pasta y aceite. No hubo lujo, sino racionamiento. Sólo Wembley, histórico, colosal, aguantando sus 100.000 localidades intactas desde 1923, a pesar de los bombardeos, fue acondicionado como centro neurálgico de los Juegos. Allí, Fanny pudo lograr el sueño que nació en el estadio olímpico de Berlín. Pasó la guerra en la invadida, pero tranquila Holanda, olvidada de la fama y batiendo silenciosamente récords mundiales con el solitario testimonio de algunos vecinos curiosos y sorprendidos que, con seguridad, no acertarían a comprender cómo, en tiempo de guerra, una mujer podría entretenerse en correr.

¡Qué diferencia su ejemplo con el de Bob Mathias!, debió pensar Fanny para sus adentros. No cabe duda, los hombres habían cerrado filas en tomo a un jovencito que ni siquiera había hecho la guerra.

Mathias, el actor

Y, ¿quién era Bob Mathias? Sólo un joven de 17 años, un adolescente que había seguido la guerra desde los noticieros cinematográficos mientras su padre le mimaba en California para convertirlo en un buen atleta universitario. Y es que Bob Mathias sólo había sido, unos años antes, un niño enclenque, de aspecto enfermizo, al que el doctor Charles Mathias, su padre, alimentaba a base de píldoras de hierro e hígado porque no podía soportar la idea de que su primogénito no pudiera igualar sus hazañas en el equipo de fútbol. Mientras Fanny pasaba hambre en Holanda aunque buscara tiempo para correr y esperaba el día D y la hora H de la invasión que diera comienzo a la paz, Mathias empezaba a coger peso, moldeaba su fisonomía y brillaba tímidamente como decatleta. Pero era joven demasiado joven. ¿Cómo había llegado a Londres y a unos Juegos Olímpicos?

Bob Mathias siempre tuvo la suerte de cara. Meses antes había participado en Los Ángeles en una prueba de decatlón por simple consejo de su entrenador, que veía en él algunas posibilidades para 1952. Bob, un desconocido, ganó la prueba y sorprendía a los técnicos con 7.094 puntos. Su entrenador miró rápidamente el calendario y comprobó que aún quedaba tiempo: el 26 de junio, en Bloom field, 15 días después, se disputaban los Campeonatos Nacionales que servían de preselección para los Juegos Olímpicos de Londres Bob ganó a todos con 7.224 puntos y tuvo que arreglarse apresuradamente el pasaporte. Era el com ponente más joven que nunca había tenido el atletismo norteameri cano. El 5 de agosto tenía ante sí a 35 decationianos de 20 países. Dos días después, ganaba.

Pero la historia más inmediata terminó siendo injusta con Fanny, y el triunfal paseo en carroza que le tributó la ciudad de Anisterdam apenas le dio otra notoriedad que la de una Prensa que se empeñaba en destacar, por encima de todo, su papel de madre. Pudo acudir, también, a los Juegos Olímpicos de 1952, en Helsinki, pero no consiguió más medallas. Poco menos que resultó humillada ante atletas más jóvenes. Llora de impotencia sobre la pista, en la final de los 80 metros, en su última oportunidad, cuando al tropezar con la tercera valla, pierde el ritmo y abandona. Su historial no lo recordó nadie entonces. Atrás quedaban 21 años de carrera deportiva, 33 récords de Holanda y 12 veces plusmarquista mundial.

Pero, ¿y Bob Mathias?

Su final fue tan electrizante como su principio. En Helsinki renovó la medalla de oro, pero Bob tenía un físico envidiable y era muy joven. En 1953, Hollywood le tentó e interpretó una película sobre su propia carrera deportiva. Se le consideró, por ello, culpable de violación del espíritu amateur y, a los 22 años, dejó el atletismo olímpico. Su fama, sin, embargo, había alcanzado las paritallas cinematográficas.

La historia olímpica sólo fue justa con un desconocido llamado Zatopek, que nació para el deporte en 1948. Por entonces, pocos se fijaron en él, pero tuvo tiempo sobrado para completar una prestigiosa carrera.

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