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El nuevo exilio cultural

Todavía recuerdo con alguna amargura aquellos tiempos de la facultad de Filosofía de la Universidad Central en que fueron expulsados violenta y vergonzosamente de sus cátedras Aranguren, García Calvo, etcétera, a los que no quedaba otra alternativa que la cárcel o el exilio. Aquella España nos heló el corazón. Hubiera sido bueno el deshielo, poder contemplar la policromía y la variedad de las nuevas primaveras culturales que debieran haber florecido, pero la poesía / profecía de Machado parecía hecha para perdurar, para mantener a perpetuidad el hielo en el corazón de una de las dos Españas.Ha vuelto el invierno, sólo es primavera en los prospectos de las agencias de viaje; el proclamado pluralismo político -mucho más teórico que real- está a años luz en el ámbito de la cultura. Si atendiéramos a lo aparente, la nueva filosofía española gozaría de una mala salud de hierro; parecería que hemos dejado atrás la larga noche de la escolástica. Pero todo eso es para los turistas. Los nuevos maestros pensadores españoles no pasan de una docena, a juzgar por su presencia pública. Helos ahí, siempre en la foto retocada, en el dibujo a carboncillo, en la recensión, en la columna de opinión, en el artículo de fondo, en sus inevitables y recidivantes apariciones, donde se repiten una y mil veces, como el águila de Prometeo, en sus bombos mutuos.

Hace muy pocos días todavía, por remitirnos al último caso, Sádaba recensionaba a Rubert de Ventós, Manuel Cruz recensionaba a José Jiménez, José Jiménez recensionaba a Sádaba, Juan Aranzadi recensionaba a Savater, etcétera -en algún caso, calificando con tres estrellas la obra del otro, como a los congeladores- Si no fuera para reír, sería para llorar; en cualquier caso, es un vicio universal al que los italianos denominan campanilismo. En el campanario que habitan, todos engolan la voz para que el tañido sea más campanudo. Detrás, las vibraciones del aire.

Si atendemos a la otra línea, la cultural-de-toda-la-vida, tres cuartos de lo mismo. Allí no entra ni con calzador nadie que no sea de la santa casa. Ni siquiera bastaría con ser converso; hay que ser cristiano viejo de toda la vida, arrastrar los avales de la cruzada, acumular trienios de fidelidad a la sempiterna causa. Media España ignorando, cuando no odiando, a la otra media; un coto contra el otro, y la sospecha por medio como tabique de separación de un mismo pueblo cada minuto más lejos de su reconciliación. La mitad buena del vizconde Demediado contra la mitad mala, antimodemos contra posmodernos, escolástica contra escolástica, y eso es todo. Ahora no es el exilio exterior, la esperanza acariciada del volver, la sintonía común contra la tiranía, sino el sordo pero clamoroso rumor de soledades desesperanzadas, el que inhabita el corazón del desterrado en su propia tierra. Aquel que se levantó con la esperanza de la virtud dialogal ha de acostarse con el vicio del monólogo.

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Esta infructuosa, tal vez aburrida queja puede sonar a desértico lamento de resentido, a coñazo de marginado envidioso, a recurso y pataleo de quien se quedó excedente de cupo y anatematiza contra las cuadras de caballo de marca reconocida sobre el mulo flaco y jumento pulgoso que monta. Puede ser. Pero cabe otra lectura igualmente correcta: el desgarro por el irreconciliable exilio cultural interior le duele a quien le amarga todo escolasticismo narcisista y estéril, a quien ve secuestrada la racionalidad en sectarismos fanatizados que hasta presumen de escepticismo, a quien este olor a cerrado se le antoja olor a podrido. Todo menos filosofía.

Nuestro país es pobre culturalmente, pero se le empobrece más al no permitirle el conocimiento de muchos intelectuales y filófosos críticos, libres, sin estrictas observancias. Para estos intelectuales otros (o salvajes, si se es menos piadoso con ellos) no hay un huequecito en los medios de masa de su propia tierra. Tampoco lo hay para un filósofo de EL PAÍS en el ambiente del Ya, y viceversa. Sólo los intelectuales bonitos de ambas cuadras saludan desde la fácil acogida de sus fans. Semejante esperpento lo está pagando todo el pueblo, al que se priva de un debate sólido y permanente. Por eso no hay mala salud de hierro en nuestra filosofía: hay dos sociedades limitadas de bombos mutuos, cada una de las cuales se parece a la otra en su sectarismo y en su pulsión irrefrenable de convertimos a todos en cerdos. Tales sectarios son la circe de los filósofos.

Carlos Díaz es catedrático de Filosofía de instituto.

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