El Likud y los laboristas, la paradoja de ser casi iguales
Ya en plena campaña electoral, pocas son las novedades respecto a los anteriores llamamientos a renovación del Parlamento (Kneset). Pocas y de escasa importancia real, según el análisis que realiza para este periódico el redactor jefe de la revista Semana, que se edita en español en Jerusalén. La opción para la formación del futuro Gobierno vuelve a plantearseentre dos frentes: el Likud (partido Jerut, nacionalista con ciertos tintes populistas, y Partido Liberal, aunque éste ha dejado prácticamente de existir como fuerza independiente), y el Alineamiento Laborista (Partido Laborista o del Trabajo -Avodá-y Mapam, su socio menor, más alguna otra pequeña tendencia, como el Partido Liberal Independiente).
Veinticinco listas en total, contando las de las dos principales fórmaciones, el Likud y el Alineamiento Laborista, se presentan a las elecciones israelíes del próximo día 23, pero sólo un puñado tiene posibilidades de lograr escaños. El partido comunista y su Frente por la Paz y la Igualdad, repetirá probablemente los resultados de votaciones anteriores, obteniendo de cuatro a seis diputados, según lo que ocurra, sobre todo, con el voto árabe, del que suele arrastrar alrededor del 50%; Tjiá, en el otro extremo, formado por nacionalistas ultras en parte escindidos de Herut para las elecciones anteriores, obtendrá de dos a cuatro escaños; Shinuí, un pequeño partido centrista, pacifista y defensor de los derechos civiles, con dirigentes prestigiosos, pero sin votos, logrará probablemente dos escaños; el Partido Religioso Nacional, ortodoxo sionista, que sacudido por divisiones y polémicas quizá vuelva a perder escaños, colocándose entre cuatro o cinco; el ultraortodoxo partido religioso Agudat Israel, que -también dividido, sobre todo por la escisión de las tendencias sefarditas- quizá logre tres escaños; Tami, religioso, apoyado por los judíos de origen marroquí, pero que ha alcanzado una mayor área de influencia por su populismo, que conquistará dos o tres; la nueva lista formada por el ex ministro de Defensa de Menájem Beguin, Ezer Weizman, que cosechará votos moderados provenientes de Herut, tal vez hasta lograr cinco o seis escaños; el Movimiento por los Derechos Civiles, que, fortalecido por un grupo socialista sionista (Sheli) proveniente de varias divisiones de la izquierda, tal vez consiga en esta ocasión dos o tres escaños en cambio del único que obtuvo en las últimas elecciones, y otra novedad: Shas, la lista ultraortodoxa sefardita, que saldrá a probar si puede ser un partido nacional.Como se ve, toda la gama, que si la polarización entre las dos grandes agrupaciones no es muy fuerte, quizá llegue a representar en conjunto el 30% del Parlamento. Pero de esos partidos dependerá la formación del próximo Gobierno, porque ni las encuestas de opinión más atrevidas se animan a dar mayoría absoluta al Likud o al Alineamiento Laborista. Y aquí comienzan las paradojas de la política israelí.
De todos los partidos menores mencionados, sólo algunos tienen posición tomada: el ultranacionalista Tjiá se negaría aun bajo tortura a formar, coalición con los laboristas, y el partido comunista, el centrista Shinuí y el Movimiento por los Derechos Civiles sólo están dispuestos a formar coalición con ellos o a apoyarlos desde fuera. El resto negociará sus votos parlamentarios con cualquiera de los dos grandes a cambio de carteras ministeriales y otros favores.
Parecerá increíble en un país con tan graves problemas en todos los terrenos, desde el económico hasta la inacabable guerra de Líbano, y con tan fuertes pasiones políticas, pero es así. De hecho, los partidos religiosos han formado parte de todas las coaliciones de Gobierno desde la existencia del Estado, bajo una u otra forma.
Esa es una de las causas que explica el extraño comportamiento de las dos grandes formaciones durante esta campaña electoral: los dos han tratado de rebajar hasta tal punto sus plataformas y posiciones, que sólo un estudio semántico permitiría encontrar diferencias entre uno y otro. El Likud trata de limar su perfil agresivo populista y belicista, intentando que sus partidarios cuiden su boca en los mítines, enviando al ex embajador en El Cairo, Ben-Elissar, a encontrarse con el presidente egipcio, Hosni Mubarak, para coincidir con él en la necesidad de reiniciar las conversaciones sobre la autonomía de los territorios ocupados en 1967 (conversaciones interrumpidas hace dos años, y que, en realidad, nunca se llevaron adelánte con ánimo negociador), y el primer ministro, Isaac Shamir con un ojo puesto en Estados Unidos y otro aquí, ha llegado a proponerle a Irak que exporte su petróleo sin temores por el puerto jordano de Aqaba y por el oleoducto que atraviesa territorio también ocupado en 1967 en el norte de Israel (recuérdese que en víspe ras de las elecciones anteriores el Gobierno de Beguin ordenó el bombardeo de la planta nuclear iraquí, lo que indica suficientemente el cambio de actitud). El Alineamiento Laborista, por su parte, moviéndose en dirección contraria, ha eliminado de su plataforma, por ejemplo, toda alusión a negociaciones de evacuación de las alturas del Golán, ocupadas asimismo en la guerra de 1967.
Plan laborista de retirada
Sólo en relación a la zona ocu pada de Líbano aparece en esos aspectos alguna diferencia, ya que el laborismo ha presentado un plan de retirada en dos etapas. Pero si se examina ese plan, se verá que condiciona la retirada a tantos requisitos (entre ellos, un acuerdo previo con el Gobierno de Beirut) que en muy poco se dife rencia, de lo que dice el Likud, el que afirma que es imposible retirarse "por ahora".En cuanto al aspecto económico, el Likud niega que si gana las elecciones vaya a desarrollar una política recesiva, con baja de los salarios y desempleo, y las necesidades electorales inmediatas lo han llevado a frenar el aumento de precios y a reponer calladamente subsidios a los bienes y servicio de consumo masivo de tal modo que sus intenciones reales (que son las que niega) quedan absolutamente encubiertas. Pero el laborismo tiene exactamente el mismo plan, y así lo confiesa en privado su candidato a ministro de Finanzas, Gad Iacovi, pero en público asegura que "no se tomará ninguna medida drástica" y que su propósito fundamental será impulsar las inversiones productivas.
Además de la necesidad de alianzas, los dos grandes se comportan así porque tratan de atraer al mismo electorado o, al menos, de no espantarlo hacia los brazos del rival: la franja de votantes indecisos (alrededor de un 35% del total) que se inclinan a posiciones de derecha moderada en política exterior, pero que huirían velozmente si se les hablara de rebaja de los salarios y desempleo.
Con todo, esas intenciones son sacudidas por la realidad: la impopularidad de la guerra de Líbano es tal, que el ministro de Defensa del Likud, Moshe Arens, se ve obligado a desmerecer agriamente el plan de retirada laborista, calificándolo de "cuadratura del círculo". La ola de huelgas de todos los servicios públicos lleva a agrias disputas entre la Histadrut, la central sindical controlada por el laborismo, y el ministro de Finanzas, Cohen-Orgad, obligado éste a no ceder demasiado por las presiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y por las crecientes amenazas en Estados Unidos de que no habrá más ayuda a costa del contribuyente norteamericano si en Israel "no se pone la casa en orden". Y los descubrimientos del terrorismo judío organizado contra la población árabe de los territorios ponen una ominosa nota de violencia en la imagen del Likud.
El resultado de todo esto es que la mayoría de los ciudadanos muestra una visible indiferencia ante la campaña electoral. El Herut, acosado por los movimientos laborales y por las encuestas que lo dan como perdedor, ha comenzado a acusar a su rival de que piensa llegar a un acuerdo de retirada en los territorios ocupados. La paradoja política llegaría al máximo si, por no perder votos en la, derecha y no provocar problemas en sus propias filas, con sus elementos más anexionistas, el laborismo llegara a negarlo.
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