Schumcher
Difícil papeleta la de este muchacho, con estampa de jefe de húsares y voluntad de guardametas. En su pasado, la mancha de haber tratado de decapitar manualmente a un jugador francés, y en la actualidad, blanco de las agresiones verbales de los públicos de toda Europa, irritados porque sólo consiguió la decapitación parcialmente y lo que pudo ser espléndido efecto audiovisual de cabeza descorchada bailando sobre el surtidor de su propia sangre se redujo a cruel pero vulgar fractura de mandíbula.Schumacher llegó a París con el latente deseo de redimirse como verdugo en la patria de su víctima, y respondió humildemente a insultos y lanzamientos con gestos de ostensible humildad. Vigilaba las bandas del terreno de juego por si aparecía en ellas algún ciego o alguna viejecita con nieto, para ayudarles a cruzar entre el aplauso de los espectadores, conmovidos por su arrepentimiento y rehumanización. De haber sido arropado por el buen fútbol de la selección alemana, Schumacher habría podido ofrecer la generosidad del fuerte, el espectáculo del triunfador encantador que pide perdón por un estado de canibalismo pasajero. Pero el juego en sórdida sordina de la selección alemana convirtió la humilde gesticulación de Schumacher en esa petición de gracia ala que el público siempre responde con e pulgar hacia abajo, y el guardameta ha abandonado Francia dejando atrás el rastro coagulado de un verdugo venido a menos.
Tras el gol español que eliminaba a Alemania, Schumacher se quedó colgado en las redes de su portería como un gorila rubio y lanzó una mirada de perplejidad y rabioso desencanto a las masas del gol norte o sur. No era una mirada tranquilizadora. Este hombre se ha marchado de Francia herido en su amor propio, muerto en su amor ajeno y mucho me temo que se haya instalado para siempre en su interior el alma del estrangulador de Boston, alma irritada porque los públicos se han burlado de sus deseos de arrepentimiento. "Llamé al cielo y no me oyó", se queja Don Juan, y amenaza con que de cuanto pueda ocurrir a partir de ahora responderá el cielo, no él. Cuidado con Schumacher. Ha salido de Francia más quemado que James Cagney en Al rojo vivo.
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