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España, digna subcampeona de la Eurocopa de fútbol

El 'cocoricó'

El cocoricó francés estalló anoche, en el Parque de los Príncipes, con el triunfo de su selección nacional de fútbol. El cocoricó francés es algo así como la pasión española por el mismo deporte, pero pasada por el colador del racionalismo; el cocoricó, como es fácil suponer, es el despendoleo del legendario coq (gallo) francés; es decir, el no va más del tío que se dice a sí mismo: "como yo, ni Dios".Pues eso es lo que acaeció ayer en el campo de fútbol sembrado de presidentes (Mitterrand, González, Chirac, etcétera) y de príncipes, como Felipe, y de ministros, como el de Asuntos Europeos, Roland Dumas, que, a pesar de ser muy amigo de España, exhibía toda la felicidad de su rostro de héroe maduro de película, al ladito mismo del presidente de la República, para felicitar a los Platini y compañía y a Hidalgo (el entrenador) y no a los "hidalgos" españoles de los que hablaba la Prensa.

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Porque son racionales y cartesianos, los franceses, anoche, no se echaron a la calle para festejar " el día histórico" del fútbol francés, que, por primera vez, consiguió una copa así de internacional. Aquí lo que funciona es el cocoricó, que no es tan exhibicionista como la pasión hispánica, pero es inexorable. Podría decirse que, a la pasión-fútbol de los españoles, los franceses responden con la pasión-nación. Podría decirse mucho más, pero nada sería total. Lo cierto es que, cuando el árbitro pitó el final, cada francés, más o menos científicamente, como diría Mitterrand, se durmió a pierna suelta.

La cosa ya empezó por el día, con la Prensa cocoricó; incluso, con la más austera, como el independiente Le Monde, que, hecho histórico también, le dedicó un titular en primera página a Michel Hidalgo, el seleccionador de origen español que, en principio, se retiró anoche con el final de la Eurocopa, tras ocho años de labor reconocida como insuperable. A las nueve de la mañana, cuando los ministros del Gobierno socialista llegaron al palacio del Elíseo para celebrar el consejo semanal del gabinete, se palpó a lo bestia que el cocoricó se crecía: el canal de televisión de más audiencia del país interrogó a cada uno de los titulares de una cartera ministerial sobre su pronóstico y, a mediodía, todos los telespectadores pudieron saber que sus ministros asistirían al encuentro, en el Parque de los Principesco ante la pequeña pantalla, y que cada cual deseaba el triunfo francés como se desea un amor cuando se anda escaso.

A algún corresponsal de la Prensa española dos emisoras radiofónicas y un canal de televisión lo entrevistaron para analizar las relaciones fútbol-España-Franciavascos-Mercado Común-etcétera.

Mitterrand, que ya no sabe cómo atraerse la simpatía política de sus conciudadanos, al cabo del primer tiempo, a través de la televisión, se salió con un análisis técnico que seguro que envidiaron muchos especialistas. Dijo que "Francia juega más científicamente, pero con lentitud; España, por el contrario, es más rápida y, de seguir así, quizá será la que marque en primer lugar". Y aún añadió: "Felipe González dice ¡viva España!; yo digo ¡viva Francia.' y, al final, hay que decir ¡viva el ganador!". No se le podía pedir más a un presidente. Y los azules ganaron. A Mitterrand, ahora, lo que le hace falta es ganar las próximas elecciones.

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