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El último Tola: una fecunda crisis de ideas

Hoy se despide, en su emisión número 30, el programa Si yo fuera presidente, espacio que la audiencia de la segunda cadena de TVE ha valorado en distintas semanas con el índice de mayor aceptación, por encima de largometrajes y muy por delante de La clave. Su director y presentador, Fernando G. Tola, reitera que la razón de esta suspensión -muy probablemente provisional- es "la incapacidad del equipo para imaginar nuevos programas"."Una especie de informativo crítico, un programa político-musical para ver si es posible que la política sea la expresión de la sincera convivencia y de la lucha por la felicidad del ser humano. Y para ver si es posible que la música sea parte de esa felicidad por la cual el hombre canta". Así definieron Fernando G. Tola y su director adjunto y coguionista, Arturo González, el programa Si yo fuera presidente.

Tola y González se encuentran ahora frente a un muro y se miran con perplejidad, entre las peticiones de los directivos para que sigan adelante y la penuria de ideas, una razón inconfesable porque atenta contra la supervivencia del Ente. Si a Manuel Torre Iglesias, Ramón Sánchez Ocaña, José Luis Balbín, Francisco García Novell, Rafael Romero o a los juniors Matías Prats y Jesús Álvarez, se les ocurriese de vez en cuando quedarse perplejos ante el muro y ser más generosos con sus personales cuentas corrientes de audiencia, tendríamos sin duda una televisión más inteligente y valerosa.

Si yo fuera presidente, como sucedió con su otro programa de la etapa de Fernando Castedo, Esta noche, son dos de los escasos programas innovadores que ha emitido TVE en muchos años y, en ambos casos, gozaron de gran aceptación por parte de la audiencia. Una paradójica acogida a dos fórmulas experimentales que vulnera las reglas de los programadores, cuya última justificación son los supuestos gustos y hábitos de las audiencias.

Renunciar a la rutina

La decisión de Tola, González, Ignacio Lewin -en la dirección- y los seis redactores-asesores del programa -que ha tenido un presupuesto medio modesto, 1.560.000 pesetas aproximadamente por emisión de 90 minutos- es inteligente y grata porque supone renunciar a convertirse en rutina.Ocurre en televisiones públicas como ésta cuya programación es tan comercial como el de cualquier televisión privada: filmes, telefilmes, concursos y variedades para las horas de máxima audiencia en la primera cadena. Televisiones que basan su éxito de audiencia en la serialización de productos, llámense Dallas, debates en La clave o la guerra del Líbano por entregas en los telediarios.

Las músicas de la Orquestina del Maestro Salomón, Patxinger, Alberto Pérez, Javier Krahe y Joaquín Sabina, con interpretaciones en vivo -sin el adulterado play-back de los musicales mayores- y fuera de los circuitos comerciales; los decorados base de una plaza del pueblo y el despacho del ficticio presidente, a veces sustituidos por la ventanilla de la administración, el banco de un parque, y el vagón de un metro; y, sobre todo, la presencia de gentes que no acceden a TVE más que como ornamento de concursos y circos infantiles, para expresar sus opiniones y tratar asuntos inmediatos y próximos como el cuerpo, la distancia, el amor, los niños y los ancianos, la educación, la seguridad, etcétera. Todo ello ha producido un programa inédito en TVE, imaginativo, fresco, abierto a fórmulas que han ido cambiando emisión tras emisión, no siempre con el mismo éxito.

Ha sido, por ello, un programa de talento que inyecta una fuerte dosis de esperanza en la posibilidad de cambiar la televisión pública. Y en 30 programas sólo dos ministros: José María Maravall y Ernest Lluch, el pasado martes, cogidos de la barra del metro, en un viaje de vuelta, con una caja de zapatos debajo del brazo.

"No nos engañemos", afirma Tola, "estos 30 programas han salido por casualidad, como dice Arturo González". Al equipo del programa le ha llegado el tiempo de reflexionar sobre está experiencia y trabajar nuevas fórmulas, si, como es de desear, vuelve pronto a la programación.

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