En busca del centro perdido
LAS ELECCIONES a los Parlamentos del País Vasco y de Cataluña no sólo confirmaron la implantación hegemónica del nacionalismo moderado en ambas comunidades autónomas sino que también han contribuido a debilitar al máximo las esperanzas de Manuel Fraga, líder de Alianza Popular, para convertirse en factor aglutinante de una alternativa al PSOE en los próximos comicios generales. Los escuálidos resultados obtenidos en las urnas catalanas por Coalición Popular, pese a los presupuestos millonarios de la campaña y a los esfuerzos de Manuel Fraga por protagonizarla como jefe de la oposición, han mostrado su incapacidad para recuperar incluso los votos abandonados a su suerte por UCD.Las elecciones del 28-O, con el espectacular ascenso de los socialistas, el crecimiento de Coalición Popular y el desmoronamiento de las dos plataformas centristas residuales, contribuyeron a fabricar el espejismo de que el sistema de partidos había quedado definitivamente cristalizado en España. Según ese modelo, los antiguos sufragios de UCD, que corresponderían en buena medida a sectores sociales indecisos entre la derecha clásica y la izquierda democrática, serían disputados en el futuro por la coalición presidida por Fraga y por el socialismo de Felipe González. De acuerdo con esa interpretación, los votos de UCD prestados al PSOE y los dos millones obtenidos por las candidaturas centristas en 1982, auténtico campo de batalla electoral de nuestro sistema democrático, podrían ser conquistados en 1986. por Manuel Fraga. La desaparición de la ultraderecha involucionista, la mayoría de cuyos, sufragios había sido recogida por Coalición Popular, y la crisis de los comunistas, agravada posteriormente por la escisión encabezada por Ignacio Gallego, suprimía el peligro de cualquier desafío importante por los extremos. Los nacionalismos catalán y vasco quedaban como fenómenos atípicos, susceptibles de ser normalizados con el paso del tiempo.
Y, sin embargo, no parece que el curso de la política española vaya a transcurrir por los cauces de ese bipartidismo artificialmente esbozado hace año y medio. La enorme diferencia entre los votos obtenidos por Felipe González y por Manuel Fraga configuraban un sistema de partido dominante y no un auténtico sistema bipartidista, definido porque la alternancia en el poder no es una posibilidad abstracta sino una realidad contrastada en los hechos. La existencia del nacionalismo vasco y catalán interfería en la polarización ideológica derecha-izquierda con otra escala de preferencias de naturaleza distinta, con la peculiaridad añadida de que las fuerzas predominantes en el campo nacionalista de ambas comunidades se sitúan en posiciones homologables con la derecha democrática europea. A pesar de su carácter moderado y de su prudente reformismo, la política socialista durante su primer año y medio de actuación no parece haber consolidado sus conquistas en el electorado centrista. Sin embargo, esos sectores descontentos tampoco se muestran propicios a cambiar el sentido de su voto para entregárselo a la coalición dirigida por Fraga, incapaz también de atraerse los sufragios obtenidos por los centristas en sus últimas comparecencias electorales. Finalmente, no hay síntomas de que el desgaste del Gobierno por su izquierda vaya a engrosar de manera apreciable a las candidaturas comunistas. La abstención podría ser el paradero de los votos decepcionados incapaces de reorientarse hacia Alianza Popular.
Manteniéndose las cosas iguales, el panorama electoral de 1986 -o de 1985, si se produjera una disolución anticipada de las Cortes Generales- podría registrar un descenso de las adhesiones al PSOE, un incremento de la abstención y aumentos poco significativos de la coalición dirigida por Manuel Fraga, con el resultado de que tal vez los socialistas vieran disminuido su número de escaños sin que Alianza Popular y sus compañeros lograran acortar sensiblemente las distancias que les separan de la mayoría.
Las dimensiones y el significado de la llamada operación Roca, iniciada hace varios meses por el portavoz de la Minoría Catalana en el Congreso, sólo pueden entenderse en el contexto de esa situación, definida por las previsibles dificultades del Gobierno socialista para conservar los votos prestados del centrismo y por la incapacidad de cualquier coalición que postule a Fraga como candidato a la presidencia del Gobierno para conquistarlos y para atraerse los sufragios obtenidos por Lavilla y por Suárez en 1982. El proyecto reformista tiene a su favor la existencia de un espacio electoral, ideológico y político que sólo provisionalmente el PSOE puede representar y que nunca Fraga podría ocupar ya. La reconstitución en el resto de España de la derecha democrática -al estilo de CiU y del PNV, pese a las modificaciones que el nacionalismo impone a las contra posiciones ideológicas de carácter puramente político no es una tarea fácil ni se logrará tampoco a corto plazo, pero constitye la única alternativa real a la izquierda democrática de Felipe González.
Para esa empresa, el proyecto reformista cuenta con el apoyo de Convergencia Democrática de Cataluña y con el talento de Miquel Roca, en quien se dan cita las concepciones ideológicas y el historial político de un líder. Las ambiciones de este brillante parlamentario y excelente organizador han sido descalificadas de antemano por los separadores que prosiguen en la tarea de arrojar a los lazaretos separatistas a quienes tienen diferentes interpretaciones acerca de la historia, la realidad y el futuro de España. De ese modo, aunque el presidente del Gobierno sea andaluz y el jefe de la oposición que aspira a sucederle oficie de gallego, resulta según estos arúspices que el origen catalán de Roca le impediría acceder a tal cargo. Demasiado endeble la argumentación.
En cualquier caso, las perspectivas de reconstrucción del centro no son fáciles. El hundimiento de UCD es un argumento histórico para negar posibilidades al intento. Pero también serviría para hablar de sus virtualidades: las experiencias fracasadas pueden convertirse en una rica cantera de enseñanzas, siempre y cuando el propósito de no reincidir en los errores comience por identificar a quienes los cometieron. El considerable número de antiguos dirigentes centristas en paro, que se han resistido con honradez plausible a ingresar en Coalición Popular y que no han buscado tampoco refugio en el poder, puede crear un exceso de oferta y, lo que resulta más grave, infectar desde el comienzo al nuevo proyecto con las miserias y las torpezas del pasado. Las pretensiones de Antonio Garrigues y del PDL tienen los pies de barro al partir de un absoluto fracaso electoral en las elecciones municipales. Finalmente, la figura de Adolfo Suárez, que simboliza todavía para muchos españoles -incluido el presidente González- buena parte de los éxitos de la transición, resulta tan difícil de asimilar por el proyecto reformista como conveniente para su éxito en las urnas. En definitiva, Roca no lo tiene fácil, pero su operación es posible.
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