A la gente
Desde los primeros compases de mi humano raciocinio (a los seis o siete años) pude comenzar a percibir extraños abismos entre mi existencia y la existencia imperante de mi alrededor.Uno sobrevive como le permite su propia casta. Comprende que los pensamientos vagan en algún lugar, pero también aprecia que, estén donde estén, vuelan sujetos a ciertas normas; normas tajantes, vistosas y elocuentes, como las sefíales de tráfico; subacuáticas y ambientales, con toque a pino verde- normas escondidas en la sonrisa, o agarradas a una pupila dura e inamistosa; pero normas reales, poderosas y amplias como los océanos de la tierra.
Mi locura (y la de otros seres humanos que yo no conozco) va adquiriendo tonos geométricos; no encuentro el camino de la indiferencia salvadora, no puedo desen-
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A la gente
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cunarme de los brazos del sistema este, que me atrapa, creyéndose él que me protege.
A veces distingo principios luminosos donde comienzan los bosques; a veces logro respirar distancias insospechadas; a veces escucho el nombre de la paz cuando duerme un niño; a veces sé que el cielo es infinito, y las estrellas también... Pero, y lloro,por eso, no sé vivir aquí, y no sé salir tampoco.
Ignoro si es el vacío quien invade mi angustia (algunas veces densa), o la angustia quien invade mi vacío. Es entonces cuando me golpea el aliento del destino, que discurre por mi existencia con el soplo del azar subversivo, después de haberme plantado en este siglo de metal... ¡Y lo peor!, habiendo añadido a mi ser un cacho de carne llamado cerebro, perturbador y maligno en una persona como yo, simple y animal. /
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