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Viernes laico

El otro no lo tiene demasiado claro. Me contempla con sus ojos negros, grandes, húmedos, se remueve todo él, emocionado, como si nunca hubiera conocido a alguien como yo. El otro, naturalmente, es un perro. Y a este perro estoy preguntándole hoy qué diablos hacemos con el Viernes Santo que se extiende como melaza sobre la tostada mechada de semáforos que es la ciudad en estos días desiertos.Cuando yo era pequeña, el Viernes Santo servía para que las manolas se recogieran, envueltas en moarés acuosos como el forro de un catafalco, pertrechadas tras el entretejido de su mantilla. No hace de eso tanto tiempo como podría creerse: pero eran años pobres, y un moaré, al fin y al cabo, podía conservarse en naftalina de una Semana Santa a otra, prolongar su existencia como los vestidos de novia que, convenientemente reformados, se convertían en el traje de ceremonia apto para asistir a otras entregas, otras bodas. Ahora, ya me diréis. Mi perro me observa con infinita tristeza y, a menudo, no puede ocultar la impaciencia que le produce que la persona a la que más admira en el mundo, no sepa solucionarle estas horas vacías de can desheredado, sin chalé, sin mal piso en una urbanización de mirlo garantizado. Yo carraspeo y me desdibujo pasillo arriba, pasillo abajo, le pongo Casta diva por la Callas, pero él se queda inamovible.

Cómo contarle a mi bicho que una, cuando carece de fe en la visita a los cristos yacentes y, a la vez, desconfía de las vacaciones a plazo fijo, se encuentra sencillamente sin respuestas. Los perros lo esperan todo de nosotros, como las mujeres lo esperábamos, todo de los hombres cuando creíamos en nuestra debilidad y en su fortaleza. Ahora hay que apañarse con la realidad. Ni más ni menos.

Todo eso, no sé por qué, no me atrevería a insinuárselo al pobre incauto, no sabría decirle que su osadía al quererme no es menor al coraje que me exige el hecho de tenerle bajo mi tutela. Pero el otro, asquerosamente, se empeña en pretender que soy fuerte, perfecta, que el brío que le proporciona el calcio es obra de mi vigor, de mi seguridad.

Daría cualquier cosa por no tener que mirar todos los días los ojos de mi perro.

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