La pornografía
El fenómeno de la pornografía es algo que a muchos parece preocupar. Rara es la persona que no hace sobre él su propia valoración ética. Y, sin embargo, pocas veces se oyen estimaciones verdaderamente serias. Con frecuencia tales opiniones, bajo el barniz de una aparente objetividad, no son sino reflejos, más o menos racionalizados, de ciertas posturas -ideológicas o religiosas- cuya polarización, tristemente, va en aumento. Por ello, y dado el interés que, al parecer, despierta este asunto, creo que sería conveniente analizarlo con serenidad y rigor.Evidentemente, no es éste el lugar idóneo para iniciar ese análisis. Pero sí quiero apuntar dos requisitos que, a mi juicio, son imprescindibles para intentar una aproximación válida. El primero es su delimitación. Una cosa es la pornografía como explotación -y frecuente deshumanización- de ciertos procesos biológicos, y otra, el vasto y complejo mundo de lo erótico, cuyo amplio horizonte puede enriquecer al hombre en la realización gozosa de su ser personal, dotándole de formidables recursos para que tal realización, no por gratificante, deje de ser profundamente humana. El segundo requisito es la desideologización. No es ésta una cuestión sobre la cual tenga por qué haber una opinión de derechas y otra de izquierdas. No es asunto político, sino de simple interés general. Y tampoco es problema religioso: una cosa es la fe de cada cual, y otra, valerse de ella para apoyar, con pretendidos argumentos trascendentales, la culpabilización sistemática de todo -o casi todo- lo que tenga que ver con la condición sexuada de los seres humanos.
Sólo desde una reflexión seria y sosegada podrán dintinguirse las opiniones razonables de quienes ven con preocupación el posible influjo desvitalizador de la pornografía sobre la sociedad, de las voces enfermizas de quienes no saben -o no pueden- apreciar la belleza del cuerpo humano y la bondad de lo erótico como valores a los que no hay por qué atribuir intrínsecas connotaciones negativas. /
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