La Pasión, según Buñuel
Don Nazario, Nazarín, Nazareno. He aquí uno de los personajes más hondos, temerarios y amargos de Luis Buñuel. Su nombre es, por sí solo, un presagio, un escalofrío, pues enuncia ni más ni menos que al propio Cristo. Nazarín -realizado en México en 1955-, es, sin ambigüedades, una versión, en forma de parábola negra y realista, de la figura, quizá la sombra, del hombre de Nazaret.Buñuel, en el umbral de la plenitud de su carrera, se sintió fuerte, seguro de sí mismo, y afrontó el centro neurálgico de su obsesión de "ateo gracias, a Dios", su célebre paradoja, mucho más seria de lo que parece a primera vista. La figura de Cristo es obsesiva en el mundo filmico de Buñuel. El Nazareno aparece fugazmente en La edad de oro y está más o menos presente, como figura perturbadora, en otros. muchos de su filmes. Pero en Nazarín su presencia llena todo el relato, es el filme en cuanto tal. Si Cristo es, para Buñuel, un estado del espíritu, y en concreto el estado supremo de la contradicción del espíritu, su sacerdote Nazario es una encarnación, sin mediaciones, en estado de absoluta pureza, de tal estado y de tal contradicción.
He aquí, pues, a Buñuel ante un desafio personal: expresar al Nazareno como imagen superreal. La historia de Occidente, la civilización judeo-cristiana, gira para Buñuel alrededor de la idea, quizás el temor, de que Cristo es la máxima expresión de un esfuerzo tan hermoso y desmedido como inútil. De ahí el carácter terrible de este filme, su desconsolador pesimismo, que es un rasgo latente de toda la obra de Buñuel, pero que en Nazarín alcanza un grado de explicitud mayor que en ningún otro de sus filmes.
En el momento cumbre de Nazarín, cuando Nazario interioriza su pasión y, ya encarcelado, se encuentra, en el límite del infortunio, convertido poco menos que en un despojo, otras dos ruinas humanas -equivalencias del Mal y el Buen Ladrón- le flanquean: un parricida y un sacrílego. El parricida le golpea y el sacrílego, un transgresor lúcido, le dice: "Yo sólo sirvo para hacer el mal, pero ¿de qué sirve tu vida? Tú haces el bien y yo el mal. Ninguno de los dos servimos para nada". El gigantesco esfuerzo moral de la Pasión es mucho más allá de la formulación profana de Jean-Paul Sartre, literalmente inútil.
Calvario
Para llegar a esta escena crucial, Buñuel, siguiendo bastante fielmente el hilo argúmental de la novela del mismo título de Pérez Galdós en que se inspira el filme, lleva a Nazario a través de un penoso itinerario que acaba por convertirle en el último de los hombres: un auténtico calvario. Los paralelismos del relato bu ñueliano con el relato evangélico son continuos e indiscutibles. El crescendo del filme es tal vez uno de sus aspectos formales más vigorosos y hacen de Nazarín uno de los filmes mejor construidos de cuantos hizo Buñuel.
Visualmente, y por encima de las peculiaridades de los ambientes arrabaleros y campesinos mexicanos donde transcurre, es un filme eminentemente ibérico. Octavio Paz dijo del cine de Buñuel, y esto es aplicable literalmenté a Nazarín: "Sin dejar de ser cine, nos acerca a otras regiones del espíritu, como algún grabado de Goya, tal poema de Quevedo o tal pasaje de Cervantes". Rasgos de estos tres inabarcables mundos ibéricos hay en Nazarín, filme mexicano que es una joya cinematográfica de la cultura española.
Las admirables escenas, terribles, tiernas y grotescas al mismo tiempo, del enano Ujo, que interpreta Jesús Fernández; el durísimo esbozo de los dos personajes femeninos, Beatriz y, sobre todo, Andara; el ritmo austero y ascendente del filme; el virtuosismo de algunos movimientos de alta precisión de la cámara, que capturan la tormentosa historia con una precisión y una transparencia tan notables que resultan un tanto paradójicos en un realizador que decía dar la espalda a la técnica; la interpretación, al mismo tiempo ruda y delicada, espiritual y llena de fisicidad de Francisco Rabal; la brillantez de la forma itinerante del guión de Luis Buñuel y Julio Alejandro, con altos en el camino medidísimos, son, entre otros, aspectos de Nazarín sobre los que merece la pena reflexionar.
La película fluye con gran serenidad de curso, sin sobresaltos visuales ni moderneces de ningún tipo. Buñuel, que asumió a fondo la enseñanza de los clásicos del cine mudo, hace un alarde en la valoración de los rostros y de la relación del actor con la cámara. Pero él personalmente, su peculiar miindo imaginativo, está tras cada rostro o tras cada juego de cámara y actor. E incluso algunas veces se le escapa, como un puñetazo contra los ojos del espectador, su repentina violencia superreal.
Por ejemplo, en el final de la escena en que Nazarín receje en su casa a Andara, ésta levanta los ojos hacia una imagen de Cristo que el sacerdote tiene colgada en la pared: prendido, maniatado, coronado de espinas ' ensangrentado, el verdadero Nazareno tiene la boca abierta por una carcajada, una imagen próxima a lo intolerable, a lo inaceptable, a la transgresión pura y simple. Filme cristiano para unos; blasfemo para otros; tal vez es ambas cosas al mismo tiempo e indistintamente. Nazarín se emite hoy a las 22.00 horas por la segunda cadena.
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