Madrid bien vale una misa
Parece que sigue siendo verdad aquel viejo refrán de que "los españoles siempre van detrás de los curas: o con el cirio o con el garrote". Acabamos de acompañar a su última morada al gran poeta Jorge Guillén, vallisoletano de nacimiento y malagueño por opción. La Prensa (que todavía no sabe usar elegantemente eso que se llama libertad) tuvo que destacar con letras grandes que no habría ceremonia religiosa por expreso deseo del fallecido. ¿Era eso una noticia? A Jorge Guillén lo traté íntimamente en estos últimos años y me hizo confidencias muy sabrosas sobre su actitud frente al fenómeno cristiano. Algún día las podré hacer públicas. Pero ¿a qué viene subrayar la ausencia de ceremonias religiosas en el entierro de un gran ciudadano que no era católico practicante? La noticia habría sido la contraria. La familia Guillén me ha comentado, muy agradecida, la total ausencia de acosos clericales para meter al gran poeta, en el carril de la clientela dominical.Esto me da pie para hacer una observación de última novedad. En los años del tardofranquismo, una buena parte de la Iglesia católica española tomó actitudes arriesgadas a favor de la lucha por la libertad frente a la dictadura.
Los templos y los monasterios sirvieron de refugio a los luchadores. Muchos miembros del clero sufrieron en su carne los zarpazos del régimen. Hubo incluso una cárcel especial para curas en Zamora. A decir verdad, este apoyo de la que podríamos llamar Iglesia profética o conciliar no pretendía ninguna contrapartida. No era como antes: se podía seguir siendo ateo, agnóstico o cristiano tibio, sin que por ello el apoyo de esa parte de la Iglesia española aflojara en lo más mínimo.
Aun más: los que estuvimos empeñados en aquella lucha no pretendemos ahora que nos den una capellanía en el palacio de invierno. Intentamos retroceder extramuros del nuevo establishment para averiguar los espacios de marginación que, sin duda, se darán aún en esta circunstancia política. No se trata de convertirse en el aguafiestas perenne del poder de turno. Ni mucho ínenos. Solamente se pretende salvaguardar la libertad de crítica en su estado más puro.
Y digo esto porque la lectura de los medios de comunicación (y no digamos la visión de los televisivos) da la impresión de que en la cumbre del poder, a pesar de algunos escarceos, el Estado y la Iglesia siguen entendiéndose. Y no es que esto sea malo. Todo lo contrario. Pero el Estado no es solamente el Gobierno ni la Iglesia es únicamente la Conferencia Episcopal. Los acuerdos tomados en el vértice, sin atender el clamor amplio de tantos individuos y grupos intermedios, no corresponde a la realidad de cada día.
A veces parece que la propia Iglesia, no desde su condición profética, sino desde sus mecanismos diplomáticos, ha hecho como una especie de pacto con el Gobierno socialista, asegurando a éste que no lo incordiará mucho, con tal que desde arriba se bloquee la comunicación de todo lo que acontece en los ámbitos de esa que llamaríamos Iglesia profética o conciliar, y que algunos se atreven a llamar Iglesia disidente. No es este el momento de aclarar las razones para aceptar o rechazar este epíteto de disidente; pero lo cierto es que la disidencia de la Iglesia española es una continuación -a veces incluso disminuida- de aquel momento revolucionario producido por el Concilio Vaticano II y que en España se plasmó en la asamblea conjunta de obispos y sacerdotes de 1971.
¿Será posible que los antiguos compañeros de viaje de esa Iglesia profética cedan a la tentación diplomática para, desde el poder que ahora -afortunadamente- ocupan, acallar los clamores del profetismo cristiano español? ¿Será también posible que muchos de nuestros hombres de Estado, que con todo derecho (reconocido, por la misma Iglesia) no practican la religión católica, traduzcan al castellano la vieja frase maquiavélica de nuestros vecinos galos: "Madrid bien vale una misa"?
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