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Reportaje:XIV Juegos Olímpicos de Invierno en Sarajevo

Los saltos de trampolín, el concurso de los hombres-pájaros

Los saltadores de trampolín se convierten en pájaros muy especiales: con huesos más pesados y sin alas, difícilmente pueden sostenerse en el aire más de unos segundos. Sólo entre tres y cinco, según la distancia alcanzada. Pero vuelan. Llegan a conseguirlo con unas tablas en los pies, que les han servido para el deslizamiento en el también rápido descenso, y que luego deben utilizar para equilibrar el cuerpo sobre ellas en una posición tumbada hacia adelante. Los brazos sólo son raquíticos alerones para no desviarse de la corta ruta.Deben ir pegados al cuerpo, postura bien distinta a la poco aerodinámica de los saltadores primitivos, que con los brazos hacia adelante y tronco erguido, creían equilibrarse mejor.

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Una instalación complicada

La pruebas olímpicas son dos: en trampolines de 70 y 90 metros. Estas cifras no expresan su altura, sino la distancia del arco de parábola de nieve, pista inclinada que superan los especialistas. Cuanto más pendiente esté, más distancia se puede alcanzar. En los de 70, hasta 90 metros. En los de 90, hasta 106-107. El máximo de arco de parábola está sobre los 130 metros en los grandes trampolines de vuelo, en que se llegan a alcanzar los 180.

La bajada se hace en cuclillas para ofrecer menor resistencia al viento, siempre en busca de un mayor aerodinamismo, como en todos los deportes en que se intenta contra el aire una marca de espacio o de tiempo.

El despegue es el instante clave para convertir el movimiento deslizante en aéreo. El más importante quizá, y el que da la diferencia entre los 30 metros de los primeros saltos conocidos y controlados en la historia, los del noruego Sondre Nordheim.

Al llegar al borde del trampolín, desde la posición flexionada, el saltador estira el cuerpo, se levanta, pero no puede hacerlo demasiado pronto. Sería fatal. El ángulo resultaría malo y también sería tarde, centésimas de segundo tan sólo, para conseguir una buena posición de equilibrio.

Con una velocidad de vuelo de 18 metros por segundo, es decir, 64,8 kilómetros por hora, aunque se puede salir del trampolín a cerca de 100, habitualmente, y llegar, tras el vuelo, a 120 o 130, los ensayos científicos han demostrado que el saltador se encuentra entonces sometido a una fuerza de la gravedad o peso vertical de 30 kilos. Gracias a su posición aerodinámica puede salvar una distancia doble a la que alcanzaría una piedra o bola del mismo peso que el saltador.

Los esquís son más largos que los de tierra firme, pues así permiten obtener más velocidad y estabilidad en el descenso por el trampolín. Miden 2,60 metros y pueden pesar hasta 11 kilos. Su colocación durante el salto, paralelos, también es fundamental para la puntuación, como la posición sobre ellos del saltador, pues así podrá obtener la mejor nota de estilo de los cinco jueces, que dan tanta importancia a esto como a la longitud del salto.

En los concursos, donde se descarta siempre la nota más alta y la más baja, se efectúan dos saltos, que supone la atribución básica de un total de 240 puntos teóricos, 120 por cada uno, 60 de estilo y 60 de distancia. Pero la cifra total casi siempre se supera, porque si en estilo no se llega a la perfección de 60 o 120, en longitud sí. Sumar 60 puntos en un salto supone llegar en cada trampolín, al punto C (ver gráfico). Lo que más penaliza en estilo es una mala toma de tierra, que debe ser con las piernas flexionadas una delante de otra

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