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Se celebran los XIV Juegos Olímpicos de Invierno en Sarajevo

Una gran nevada precedió a la solemne inauguración

Sarajevo, después de tres semanas sin nieves, pareció el día de la ceremonia inaugural de los 14º juegos olímpicos como una auténtica sede invernal. Una gran nevada, caída desde la madrugada anterior hasta bien entrada la mañana, cubrió incluso la ciudad. Las serias dudas que existían sobre su escasez quedaron así totalmente disipadas. Tras la solemne y espectacular apertura de ayer, en que se recordaron los 60 años transcurridos desde Chamonix (Francia), sede de los primeros juegos, en 1924, hoy continuarán las competiciones con el descenso masculino como principal atracción.

Tito se hubiera sentido feliz. Los ojos del mundo deportivo invernal y hasta del que no lo es se han parado en su Yugoslavia, ese país que aún preside como un recuerdo inborrable casi cuatro años después de su muerte.Sus retratos no estaban en la ceremonia inaugural ayer, pero sí los autobuses, en los restaurantes, en los hoteles y hasta presidiendo las conferencias de prensa. El récord lo tiene uno enorme, de 20 metros de lado, protagonista de la Marsala Tita, la calle principal de una ciudad que no olvida al jefe de los partisanos que la liberaron del terror fascista en 1945. Sarajevo no puede olvidar al hombre que consiguió el respaldo internacional de estos juegos.

El presidente yugoslavo, Mika Spiljak, declaró abiertos los juegos tras cederle la palabra Juan Antonio Samaranch, que intervenía así por primera vez, en la máxima ceremonia olímpica, como primer mandatario del deporte. El presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), tras elogiar el esfuerzo del país balcánico y de la ciudad, terminó sus palabras n inglés, sin leer papel alguno, con unos vivas a Yugoslavia y a Sarajevo, siempre en su línea diplomática.

La llama olímpica llegó al centro del estadio de Kosevo, vecino al pabellón Zetra, de patinaje artístico y hockey sobre hielo, y al anillo de patinaje de velocidad , portada por un esquiador de fondo que la traspasó a la mejora patinadora artística yugoslava, Sandra Dubravcic, quinta en los pasados campeonatos de Europa de Budapest y esperanza nacional de medalla. Cuando encendió la gran llama del pebetero instalado en un lateral, el espíritu olímpico, con múltiples problemas actuales, pareció renacer. Pero, curiosamente, poco después, el mejor esquiador yugoslavo, especialista en pruebas de habilidad, Bojan Krizaj, tuvo un lapsus muy sintomático cuando prestaba el juramento olímpico para competir lealmente en nombre de todos los atletas. Desfilaron 49 países y más de 1.500 participantes; desde los 126 representantes de Estados Unidos y los 125 de la URS S, hasta los solitarios de Puerto Rico, Egipto, Senegal y las Islas Vírgenes británicas. Todos estos últimos, casi participantes simbólicos, son estudiantes, bien en universidades de Estados Unidos, como el primero, especialista en luge (trineos), o en Europa, los tres últimos, dos esquiadores y el patinador de las Islas Vírgenes.

El egipcio El Reedy bajará hoy en última posición del descenso alpino, pues, al hacer casi un minuto más que los mejores tiempos en los entrenamientos, podría ser alcanzado por otro participante, por lo que no entró en el sorteo del orden de salida. España, con sus doce representantes y Blanca Fernández Ochoa de abanderada, volvió a demostrar su pésimo gusto para la indumentaria, con unos abrigo-anoraks azules que parecieron luchar para el último premio de mal estilo en directa competencia con la representación rumana. La ceremonia duró casi dos horas, con el habitual espectáculo folklórico y protocolario, en el que: intervinieron 400 militares, 800 jóvenes y 1.20,0 miembros de grupo folklóricos, sólo una mínima parte de los infles de trabajadores y estudiantes que están dedicados a los juegos. Entre los espectadore muchas caras conocidas: desde Ingemar Stenmark, que ha declarado no estar dolido por no poder participar, sino que lo esperaba según su situación de profesional, hasta actores de cine como Kirk Douglas o Liv Ullman, pasando por el rey Olaf de Noruega, Giulio Andreotti -ministro italiano de Asuntos Exteriores-, el príncipe Bertil de Suecia o la princesa Nora de Liechtenstein, éstos dos últimos presidentes de sus respectivos comités olímpicos nacionales, y la millonaria norteamericana Vanderbilt, que invitó a todos a una cena multitudinaria, que repite en cada edición de los Juegos.

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