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Reportaje:

Por qué Sevilla perdió su silla

La destitución del viceministro de Hacienda, primer episodio de una crisis más profunda en el equipo económico del Gobierno

J. A. MARTINEZ SOLER, "Bueno, Pepe, sigue trabajando y cerrando los temas pendientes. El jueves continuaremos esta conversación para preparar juntos, lo mejor posible, tu próximo relevo". Estas fueron, casi textualmente, las últimas palabras pronunciadas por el actual ministro de Economía, Miguel Boyer Salvador, al despedirse de su viceministro de Hacienda, José Víctor Sevilla, el pasado martes por la noche, según han declarado altos funcionarios del equipo, del ex secretario de Estado. Ni Boyer ni Sevilla han querido confirmarlo ni desmentirlo. El primero mantiene cerrada la puerta de su "servicio de estudios" y el segundo, permanentemente descolgado su teléfono particular. Al día siguiente, miércoles, antes de que el gallo cantara tres veces, Boyer Salvador había- decidido ya destituir por sorpresa -y "fulminantemente", según su costosa pasión por resolver los temas más graves del Estado- a su viceministro.

Cesado por querer dimitir

A las dos de la tarde, tras el Consejo de Ministros, un corto telefonazo del superministro se clavó sobre el corpachón del redactor de la VI Reforma Fiscal española, mientras despachaba asuntos del departamento con dos diputados canarios. Varios colaboradores de la confianza de Sevilla, que habían conocido el martes por la noche o el miércoles a primera hora, y con total reserva, la nocturna conversación sobre la aplazada dimisión de su jefe, palidecieron al oir las noticias -consideradas por ellos como "calumniosas y cobardes"- de Radio Nacional de España.

En el boletín informativo de las cuatro de la tarde, la emisora estatal lanzó una sombra anónima de deshonor contra el autor del esqueleto económico-fiscal del Estado de las Autonomías, José V. Sevilla, al anunciar a toda España que "el cese ha sido adoptado por ciertas indiscrecciones cometidas por José Sevilla al facilitar datos económicos sin el correspondiente permiso".

Los padres de la Patria acudieron aquella tarde al Congreso de los Diputados es peculando, entre otras posibles causas, con la noticía publicada por EL PAÍS, el domingo anterior, sobre las irregularidades descubiertas en las cuentas del Banco de España, en cuya plantilla ha sido reciente y legítimamente ascendido de cate1goría Miguel Boyer. Pero esta hipótesis quedó descartada íninediatamente, ya que los papeles de la, auditoría que parecía hacer temblar el misterio del banco emisor -y estaba provocando, una tormentosa respuesta por parte de los paladines del plan de estabilización- nunca pasan por Hacienda, puesto que el Tribunal de Cuentas depende directamente de la soberanía popular representada en las Cortes.

La plana mayor de Hacienda comunicó la noticia dada por la radio oficial al aún sorprendido José, Sevilla quien, en presencia de sus colaboradores, tomó el teléfono, esta vez sin disimular su, malhumor, y exigió explicaciones al superministro Boyer Salvador. No ha trascendido la respuesta de Boyer a Sevilla. Pero, minutos después, el portavoz oficial del ministro de Economía, Juan Tapia, desmintió tajantemente a los medios informativos la información de Radio Nacional de España, y distribuyó una nota explicativa sobre la dimisión-destitución atribuyéndola razonablemente a "las necesidades de máxima coherencia básicas en todo equipo ministerial".

Altos funcionarios de la administracción socialista, que conocieron "con estupor" el desarrollo de la primera crisis del equipo económico del Gobierno, han señalado que "ésto no tiene nada que ver con Alfonso Guerra ni con el resto del Gobierno, ya que se trata de un enfrentamiento personal donde juegan más los celos, miedos, inseguridades, soberbias y desconfianzas individuales que los criterios políticos o económicos". Estos medios, habitualmente solventes, han afirmado, no sin cierto pavor a ser acusados de recibir periodistas, que "lo más grave de este asunto no es la crisis de fondo, abierta casi públicamente durante la elaboración de los Presupuestos del Estado para 1984, donde quedaron patentes las discrepancias fundamentales entre Boyer y Sevilla, sino la crisis de forma".

Estabilización y 'fraude' electoral

La llamada crisis de forma -destitución nocturna y por sorpresa- está creando notable malestar entre los socialdemócratas del PSOE. Y según ellos, lo que es peor: un sentimiento, todavía no generalizado, de miedo que presagia una eventual caza de brujas, desencadenada por los partidarios de la actual política económica (cercana a las teorías monetaristas) contra los deseosos de aplicar las tesis de José Sevilla, en línea con el programa electoral del Gobierno: "Mantenimiento del poder adquisitivo de los salarios y todas las mejoras de productividad para que los empresarios ajusten su crisis".

En realidad, el propio Boyer reconoció anteayer que "la situación económica ha mejorado en 1983". En 1983, el Gobierno siguió la política económica de moderación ofrecida por Felipe González al electorado español, basada en un cierto mantenimiento, del poder adquisitivo de los trabajadores. Esta tesis fue defendida por José V. Sevilla también para 1984, al intentar elaborar, sin éxito, los Presupuestos del Estado.

El ministro retiró públicamente su confianza al secretario de Estado para llevar a cabo la reforma presupuestaria o del gasto público, autorizándole, no obstante, a completar la reforma fiscal que inició bajo el mandato de Francisco Fernández Ordóñez.

Únicamente el ministro de Defensa, Narcís Serra -según conocedores del pragmático economista que está realizando sin ruido, y a paso ligero, la reconversión militar- se atrevió, al parecer, a opinar alguna vez contra la línea estabilizadora, de ajuste, duro, basada en la reducción de los salarios reales, propuesta por Boyer para 1984 y contestada ahora en las calles por los sindicatos.

Debate universal en un vaso de agua

En realidad, las discrepancias de fondo entre ambos sectores son las mismas que se plantean, desde hace muchos años, en todos los países occidentales que buscan salida a la crisis económica. Unos atacan la inflación y/o el paro, mediante la restricción monetaria y la reducción de los salarios. Otros, en cambio, prefieren un mantenimiento del consumo para que no decaiga la actividad productiva y tratan de aprovechar el pequeño margen de la mejora de la productividad para acometer reformas estructurales. En este debate universal ha triunfado, por el momento, la posición primera, en cierta medida inscrita -aunque con matices- en la corriente de soluciones ensayada por Reagan y Margaret Thatcher en sus respectivos países.

Los objetivos macroeconómicos previstos por Boyer se han cumplido, por lo demás, bastante bien: control del déficit de caja (por mayores ingresos fiscales, no por menores gastos públicos), reducción del déficit de balanza de pagos, y descenso de la inflación.

La discusión sobre las políticas a seguir ahora puede ser infinita; ambos bandos tienen una batería de razones a favor y en contra.

Las tesis del ex secretario de Estado

J. A. M. S., Los escasos ejemplares de la monografía número 18 del Instituto de Estudios Fiscales valen ahora su precio en oro. El libro, con el título "Economía Política de la Crisis", fue publicado antes de la victoria socialista y su autor es el recién cesado viceministro de Hacienda, José Víctor Sevilla. Entre otras conclusiones, destaca el capítulo "Hacia una política progresista", donde marca claramente las profundas diferencias existentes entre el pensamiento económico de Sevilla y el de Boyer, mucho antes de que Felipe González convenciera a ambos para que ensayaran un trabajo en equipo. La incomunicación personal y, quizás, la desconfianza mutua -y algún que otro gesto "más de soberbia que de autoridad"- hicieron inviable el proyecto pensado por el presidente González para los dos brillantes economistas.

El ex secretario de Estado, José Víctor Sevilla Segura, predicó alguna vez entre su equipo de Hacienda, y estos lo han recordado ahora, que "el gesto de autoridad debe ser cotidiano, no esporádico, sino continuado, que se ejerce todos los días y tiene una función integradora y fortalecedora de la institución; pero el gesto de soberbia sirve sólo para la auto satisfacción del que lo ejerce y suele perjudicar y destruir la credibilidad de la institución". "

El segundo párrafo del capítulo citado del libro de Sevilla resumen la crisis de fondo y dice lo siguiente:

"Una política progresista", escribió Sevilla en 1982, poco antes de ocupar su cargo en Hacienda, "debería arrancar -como necesidad política- de una doble negación. Negación, primero, de que la reducción de los salarios reales pueda constituir un camino sensato para alcanzar soluciones a la situación de crisis."

"Por tanto, una política progresista debería defender, como principio, el mantenimiento del poder adquisitivo de los salarios, negando que la vía de las reducciones salariales unilaterales como, a fin de cuentas, se ha venido produciendo de hecho, supongan un mecanismo efectivo de creación de empleo y de solidaridad con los trabajadores parados".

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