Los vecinos de arriba
Los marcianos o extraterrestres se asomaron muy pronto al cine de la mano de Meliés. Desde entonces han sido personajes que podían aparecer en la pantalla, dotados de mayor o menor perversidad, pero casi siempre caracterizados por un antropomorfismo robotizado, una superioridad tecnológica y connotados peyorativamente en lo que a sentimentalismo se refiere.Ultimátum a la Tierra (1951) inaugura una nueva utilización del alienígena. La película no puede entenderse sin contextualizarla como un producto pos Hiroshima. Aquí, los visitantes no tienen otro propósito que el advertir a los terrícolas de la insensatez con que se están comportando. Los marcianos, como seres más inteligentes y sensatos, contemplan con asombro nuestra pasión por nuclearizarlo todo, por suministrarnos y vender bombas atómicas. Ya no es una ciudad la que corre peligro, sino todo el planeta y, con él, el equilibrio de la galaxia.
Ultimátum a la Tierra se emite a las 20
00 por la segunda cadena.
La película, intriga sentimental al margen, reposa sobre la idea de qué hacer ante un platillo volador cuando éste se ha posado en medio de un parque urbano. ¿Nos atacan o es una visita de buena voluntad? Hay opiniones para todos los gustos, aun que los círculos próximos al poder prefieren creer que nada bueno puede salir de la nave espacial. Tanques, ametralladoras y soldados acaban rodeando el artefacto, incapaces de comprender el sentido admonitorio de la aparición de los marcianos. Claro que el lenguaje empleado por los del platillo es misterioso, y el saber humano tarda demasiado en comprender que esos seres tan sólo pretenden tirarnos cariñosamente de las orejas.
Réplica de Orson Welles
Robert Wise, el cineasta que firma el filme, es un antiguo montador de Orson Welles. Se trata de un hombre eficiente, que siempre ha merecido toda la confianza de los estudios. En realidad, su película -que es estimable, por más que los efectos especiales nunca (ni en su momento) estuvieran demasiado logrados- puede verse como una réplica domesticada, con moralina y prudencia, de la emisión radiofónica sobre La guerra de los mundos.
La obra de Wise propone una reflexión bienintencionada y tontorrona allí donde Welles creaba pánico y caos. Es la expresión más acabada de aquello tan inútil, pero tan educado, que se ha dado en llamar 'crítica constructiva'.
Como clásico del género fantástico, Ultimátum a la Tierra intenta una síntesis de las dos líneas de fuerza en las que se mueve la tradición: lo desconocido exterior al hombre y el peligro creado por el propio hombre. Wise logra que lo desconocido -los marcianos, el platillo, etcétera- sirva para advertir de lo segundo -la bomba, la energía nuclear, el armamentismo- y quién sabe si también neutraliza la eficadia de las opciones, convertidos los marcianos en vecinos de arriba, y el peligro nuclear en un juguete en manos de niños traviesos.
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