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Tribuna:
Tribuna
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La elipse

Enero. 3, martesDías de amistad y rosas (de papel) con Ana Obregón. Desde que se sentó en mis piernas, el día del show/Nochevieja, en TVE (para qué seguir hablando), lo que ha nacido entre ella y yo es algo más fuerte y más fino que un amor: una amistad. A esta mujer -¿a ésta?- le gusta que la escuchen, y uno siempre ha sido buen confesor de mujeres. Por las mañanas voy a sus ensayos en Castellana 21, me parece que el mismo entresuelo donde estuvo Rupert, el peluquero, ahora escuela de baile de unos italianos. Ana, ensayando, en el ruido y la furia, pero un ruido pasado por la música y una furia pasada por su body, el esqueleto más lírico que se mueve hoy en España, entre la vida de la fama y la fama de que le queda poca vida.

-Me he tomado tres prevalones esta mañana, Paco.

Y tú me lo preguntas, Ana. Prevalón eres tú. Con fiebre, con cansancio, con sueño, casi como un articulista o un director de periódico, Ana ensaya hasta que el body se le cae al suelo. Sería capaz de seguir ensayando desnuda. Nacida para niña de Serrano, el desamor y la desmuerte la maduraron a la manera que me dijo André Bretón en el cabaret Voltaire de Zurich, mientras los ricos españoles enterraban cofres bajo los tilos:

-Mon petit, la belleza moderna será convulsa o no será.

Ana es una belleza convulsa. Viene de la enfermedad, la desmuerte y el desamor, ya está dicho. Va hacia un suicidio "de faros y de millas", que dijo Gerardo, nuestro Bretón de segunda enseñanza. Ella es en estos días -y por poco tiempo, me temo- el parabrisas de mi previda/muerte y no sé si la cuatricomía que se ocupa de estas cosas ha dejado constancia suficiente de un ser humano débil y joven, con patitas líricas como la cordera de Clarín que es el San Jorge de sí misma contra el dragón del miedo, contra el dragón de mil cabezas que muerde en su cabeza única y adorable.

-¿Tú no tomas prevalón, Umbral?

-Lo mío, Ana, amor, ya no se quita con prevalón.

5, jueves

Miguel Ortega me envía dedicado el libro que ha escrito sobre su padre. Ortega Zapata, Ortega Munilla, Ortega y Gasset. Hay una máquina de escribir, una vieja Royal, que ha pasado, como un barquito de chimenea, por las "procelas" -que diría Azorín- del talento de los Ortega. Del abuelo al nieto o cosa así. Recuerdo una anécdota de Pérez de Ayala (que Miguel Ortega me parece no recoge en su libro, porque está llena de avilantez), cuando el asturiano felicita a Ortega por un artículo/ensayo:

-Muy bien, Ortega, muy bien, llegará usted a escribir como su padre.

¿Y cómo responder a una injuria que se fundamenta en nuestro propio padre? Pérez de Ayala, ensayista sin ideas, movelista sin marcha, intelectual con el coco comido por Ortega, como casi todos los de su generación, intentaba vengarse del joven genio, que siempre fue generoso con él, como con todo el mundo. El libro de Miguel Ortega (Planeta) me está dando unas navidades felices. Llega un momento en que uno ya sólo disfruta con la memoria, y absorbe la memoria de los demás como una ostra fresca de Zalacaín. Ortega, en sus últimos años, sin gafas. último despacho de Ortega, con ficheros, retratos de mujeres y libros. El cura de la parroquia -recuerdo- se presentó la noche del muerto y le dijo al sacristán, viendo el boato cultural de la casa:

-Éste, de primera.

Afortunadamente, estaba allí el padre Félix García, luego perdido para otras causas:

-Perdón, señor párroco, de este me ocupo yo.

Ortega en el Monte Ulía, de San Sebastián, año 52, sin quitarse el sombrero. Uno no es más que un mal memorialista. (Ricardo Gullón dice que bueno: allá él). Memorizo ahora la mascarilla de Ortega en su muerte. A lo que más se parecía la mancha blanca era al mapa de España. última fotografía de Ortega, en el 55, en Soria, junto a su fiel Pepe Tudela y García Gómez. El maestro, además de toda una persona, es que era un personaje.

7, sábado

Victoria Chaplin, revisitada en el Olimpia, "El circo Imaginario" que hoy se va con su carretón. La pequeñita de los Chaplin/O'Neil, salió la más lista y corretona. Tiene el espanto perplejo del padre, más el encanto de la madre. Ch/ Ch añade una mueca nueva a la humanidad, ese instante de ojos y boca que no se sabe si van a reír o llorar. Victoria eterniza el gesto, que ha durado un siglo. Había que revisitar, ya digo, a esta mujer impar, que me parece ha pasado un poco inadvertida para la Prensa de Madrid, pese a su estreno clamoroso de insectos gigantes, japonerías y sombrillas. Con ella, claro, Jean Baptiste Thierrée y el gran Fernand Leger, que metió en el surrealismo de entreguerras una vanguardia de hombres/émbolo, mujeres/mandarína y robots pregeneración.

-Nací en Santa Mónica, estudié en Suiza, en el 69 conocí a Jean-Baptiste (he aquí, por fin, una pareja posterior al 68 famoso/ ominoso). Creo en el circo y en mi marido. Jean Vilar nos animó en D'Avignon a seguir con el experimento del circo imaginable. Hemos eliminado caballos, leones, perros, monos, la granja y el zoo que llevábamos con nosotros. Ahora sólo somos la oca, el conejo, la paloma y los niños, claro. También hemos eliminado gente, aunque quizá eso se deba al desempleo. Renunciando al "rnás difícil todavía", que quizá es fascista en su ingenuidad, hacemos lo más fácil todavía. Nos gusta la cuerda floja, los silencios de papá, hacer circo burlándonos del circo...

Es decir, la ironía. Es decir, el distanciamiento. Victoria no pierde su gesto de cine mudo, entre la risa y el llanto, adorable. Son dos intelectuales del circo o, quizá, simplemente, hacen un circo para intelectuales. Allí estaba la izquierda festiva el día del estreno. En la penúltima función, en cambio, había muchos niños. Y los niños no se aburrían ni pedían palomitas. ¿Irá a tener razón la LODE? Leger retira su humanidad/émbolo. Victoria Chaplin parece que sonríe un poco más, pero sonríe lo mismo. La entrevista ha terminado. La minutísima Vicky Chaplin, se envuelve en su larguísima melena lisa, para dormir.

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