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Vallecas, bautizado por los árabes, data de la era visigoda

Los 37 años de José Molina no fueron óbice para que tuviese la ilusión de un lebrel y le diera por armar la de Dios hasta demostrar que su barrio, proletario y con leyenda de maldito, tenía tanto o más abolengo que las murallas de Ávila. Grabadora en ristre, solo y con más moral que el Alcoyano, rescató de los cementerios donde se pudre la memoria de la historia las pistas y documentos que le han permitido abrir el museo de Vallecas.

Ahora Vallecas tiene en la calle del Párroco Emilio Franco, número 2, cerca del boulevard, un pequeño museo municipal donde se exhibe, con pobreza pero con gallardía, el largo camino transcurrido desde los primeros restos paleolíticos -vallecanos de hace 20.000 años- hasta las últimas luchas vecinales. La cosa comenzó con una de esas ideas que se tienen a la hora del tedio diario, una vez concluida su jornada de trabajo como rector de la Casa de Cultura de Móstoles. José Molina empezó a investigar y halló cosas, pequeñas controversias como la de la última sílaba -¿Vallecas o Vallekas?-, la leyenda de una plaza de toros desaparecida, un moro en la génesis de todo, burdeles de fama o aquel mito paradójico de que Vallecas era cantera de marineros.Había que ser testarudo para tomarse en serio esas historias de viejos, elevar un proyecto a la junta de distrito, y que encima te lo aprobasen. Pues Molina lo hizo, y con las 500.000 pesetas que le dieron, "ni pa pipas", matiza, se armó de valor y se puso a ello. No era tarea fácil encontrar el pasado perdido de su barrio con cuatro pistas y menos pesetas. Pero Molina logró que el 5 de mayo de 1983 se abriese el museo y se despejasen las incógnitas.

Molina tenía poco donde agarrarse. Lo primero que hizo fue grabar cientos de horas con entrevistas a los más ancianos del lugar. Viejas librerías e imprentas le pusieron sobre otras rutas. Por desgracia, el archivo municipal había desaparecido en gran parte tras la guerra civil. En la iglesia de San Pedro de Advíncula halló un inesperado tesoro: el registro parroquial, que desde el siglo XVI sintetiza parte de lo acaecido por la zona

"La historia está en las casas"

Poco a poco se fue recomponiendo el puzzle. Había días, semanas enteras que resultaban baldías, pero de pronto surgía la sorpresa. Molina iba al Museo Arqueológico y hallaba hachas y utensilios del Paleolítico o de la Edad del Hierro rescatados de las vaguadas vallecanas. Allí estaban las pruebas. Y allí siguen, porque Vallecas se tiene que conformar con poseer sólo reproducciones de la mayoría de sus huellas históricas. Sin embargo, a medida que el museo ha sido conocido, han aparecido vestigios originales, como algunas hachas paleolíticas que un vecino encontró por el lugar y ha depositado en su museo hasta que se resuelva la disputa sobre su posesión con el Museo Arqueológico.Había que abrir muchas ostras para encontrar en algunas las perlas buscadas. Documentos que atestiguasen la existencia de aldeas visigodas del siglo VI en Vallecas, horas y horas de lecturas en esas bibliotecas de luces mortecinas hasta hallar el escrito más antiguo. Datado en el siglo XI, y que, como si fuera un guiño que nos hace la historia, trata de la venta que Pedro I el Cruel, hizo de terrenos vallecanos a la Orden de Calatrava.

Otras veces los documentos aparecían por casualidad, como cuando entró a tomar un vino a una taberna del barrio y halló arrumbado en una pared un cartel anunciador de una corrida en la desaparecida plaza de toros de Vallecas, que muchos negaban, y que Molina ha demostrado que se ubicaba en la colonia del Perpetuo Socorro, justo donde hoy se levanta una comisaría de polícía.

Valle del Kas

Y es que la idea es que el museo ayude a que Vallecas se reencuentre con orgullo a sí mismo. Molina, romántico luchador de fondo, insiste en que el nombre del barrio procede de un moro latifundista llamado Kas que poseyó a través de su descendencia la zona durante los siglos IX y X -valle del Kas-. Un documento que Molina ha rescatado y conserva con orgullo es el que narra como un humilde panadero vallecano se niega a transportar pan a la Corte, que se había trasladado a Aranjuez, pese al expreso deseo real. El gremio de panaderos llegó a ser muy poderoso en Vallecas.Sobre la personalidad de los originarios habitantes de Vallecas, Molina afirma que el camino de Valencia -hoy avenida de la Albufera- inducía a los vallecanos a enjugar su sed de aventura yendo a Levante para hacerse marineros. El registro parroquial atestigua que abundante sangre francesa se mezcló con los naturales del lugar durante la invasión Napoleónica. Asimismo se recuerda la antigua fama de los mesones y burdeles del puente, que el propio Enrique Tierno rememorara en una entrevista con Molina. Su pretensión es que el museo le sirva a un Vallecas carcomido por el paro y el hacinamiento a sacudirse el gusto aciago y alegrarse con el narcisismo de los pueblos añejos.

Además el museo tiene un fin didáctico: servir de punto de arranque de nuevas investigaciones, amén de estar al servicio de colegios y estudiosos. El museo ofrece una imagen pobre. En un centenar escaso de metros cuadrados apenas tiene ninguna gran golosina que despierte exclamaciones. El tesoro consiste en reproducciones de documentos y fotografías que intentan introducir al visitante en el vértigo de la historia.

Molina sabe que falta mucho Vallecas, que quedan infinidad de madejas que desenredar. Para ello pretende crear un patronato que trabaje en la ampliación del legado vallecano, y ya ha conseguido que Televisión Española y NODO donen gratuitamente los vídeos que tienen sobre el barrio. Lo que más le interesa es relatar la historia cotidiana de la gente hasta desembocar en los 300.000 vallecanos de hoy y su compleja trama social.

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