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Emparejamiento urbano por encargo

El hecho de que las agencias matrimoniales se presenten en la actualidad como un fenómeno en franco crecimiento en el marco de las sociedades urbanas y sea, al mismo tiempo, prácticamente ignorado en las zonas rurales no resulta en absoluto sorprendente. Entre otras muchas y complejas razones, en las que sería necesario ahondar con un mayor detenimiento, las grandes ciudades -en relación con aquellos núcleos sociales donde el comportamiento y la convivencia humana se desarrollan aún dentro de las características propias de lo que damos en llamar medios rurales- engendran más soledad en aquellos sujetos que presentan dificultades para las relaciones, y que son, al parecer, los que con más frecuencia solicitan los servicios de las mencionadas agencias.En las zonas urbanas o industrializadas, el arropamiento familiar se diluye progresivamente, y otro tipo de contactos generados en torno al individuo, como pueden ser los vecinales o los laborales, no llegan a actuar como sustitutivos, o representan incluso medios que producen hostilidad y desconfianza. Al mismo tiempo, la ciudad, frente a la aparición de algo tan sorprendente como es el emparejamiento por encargo en una cultura que sostiene oficialmente el matrimonio por amor, favorece una condición de anonimato a quien decide recurrir a los ser vicios de semejantes agencias. Hecho más dificil de concebir en un medio rural, tanto por la menor necesidad que el individuo tiene de soslayar su soledad como por lo que el procedimiento de emparejamiento por en cargo tiene de artificioso.

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Lógicamente, quienes acuden a las agencias matrimoniales suelen ser personas con escasa capacidad para la interacción social y dotadas de unas mínimas habilidades para las relaciones interpersonales. Pero, al mismo tiempo, son sujetos conscientes de su necesidad afectiva, de su deseo de compañía y sobre todo, dado que la mayoría son varones, de sus dificultades prácticas para atender con éxito su cotidianidad. Por otro lado, el concepto de consumo se ha hecho tan extenso y común que a quienes se acogen a este recurso no les repugna la idea de que una entidad especializada les proporcione, mediante un coste económico determinado, la solución idónea a su problema personal.

El hecho de que los solicitantes sean en su mayoría varones evidencia un menor reparo para enfrentarse a la inhibición que semejante ayuda puede proporcionar, una mayor independencia económica para afrontar los gastos y una notable urgencia por combatir el desamparo, doméstico en el que se hallan inmersos sin vislumbrar una solución que proceda de sus propios recursos.

Adaptación a estereotipos

Si bien la soledad de los individuos que se dirigen a la agencia matrimonial está potenciada por la disminución de la fuerza de cohesión de la familia tradicional, en su búsqueda de pareja procurarán adaptarse al más estereotipado de los patrones que marcan la diferencia femenino/ masculino. Descartado el aspecto pasional y romántico de una relación, los valores prácticos, sobre los que descansará la posible duración de la pareja, se imponen. Y tales valores, de carácter eminentemente pragmático, son cuidadosamente solicitados y comprobados en los primeros contactos, ya que de ellos depende el éxito de la inversión; de ahí, algunos de los requerimientos que llenan las fichas de solicitud: mujeres hogareñas, cariñosas, buenas administradoras, etcétera; hombres honestos, trabajadores, de buen carácter, etcétera.

Parte de la incapacidad de los solicitantes matrimoniales para llevar a cabo en solitario la búsqueda de compañía satisfactoria procede de la actual crisis de valores que detectan en su entorno, crisis que les desconcierta y que acentúa en ellos el sentimiento de carencia de habilidad para salir airosos de un posible trato social; por ello, cuando pueden formular abiertamente sus deseos, eligen una persona que encarne el papel sexual más perfilado posible con la convicción de que una clara delimitación de derechos y de obligaciones hará más viable la compañía.

Sin duda, se trata de un fenómeno social pintoresco en el que la propia sociedad que engendra el problema ofrece una estrategia comercial consumible para resolverlo y la alta credibilidad que posee en estos momentos el consumo permite su expansión.

Un hecho preciso, ya constatable (la mayor demanda de emparejamiento por encargo se produce durante los fines de semana, y también en los períodos vacacionales), permite deducir que a medida que el ocio aumenta, a expensas de la reducción de los horarios de trabajo, del acortamiento de la edad de jubilación y del, desempleo, la sensación de soledad intolerable por parte de algunas personas puede facilitar el recurrir a una relación establecida por mediación de terceros. En realidad, tras un período relativamente corto de la historia en el que ha irrumpido el amor como móvil que justifique el matrimonio, y a cuya crisis estamos asistiendo, las agencias matrimoniales representarían una vuelta a un sistema de matrimonio por conveniencias sociales de larga tradición.

También resulta curioso comprobar que, frente a la actual situación de inestabilidad de la familia, para determinados miembros de la sociedad continúa priman do la idea tradicional de pareja, hasta el extremo de llevarlos a tratar de conseguir la por intermedio de otro. Sin duda, la mayor permisividad moral de la sociedad permite en estos momentos la subsistencia de modelos de relación diversos y contradictorios, cuestión esta que, en cualquier caso, representa siempre un hecho relajante.

Rosa Sender es psiquiatra, Profesora de la facultad de Medicina de la universidad de Barcelona y miembro del grupo Galton de psicólogos.

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