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Posaderas

Manuel Vicent

Por fin, gracias a los negros, la civilización occidental está aprendiendo a mover el culo. Es lo último que se lleva en semiótica. Desde los blues de la recogida del algodón hasta los gritos selváticos del rock más fiero, los negros han impuesto a toda el área cristiana el sonido del tam-tam y el fregado de maracas con calabazas secas. Los cristianos, llenos de buena voluntad, han hecho un gran esfuerzo por acomodar sus caderas al ritmo africano, pero el trasero del blanco, considerado en sí mismo, sigue siendo todavía un paquete mollar nada expresivo, que sólo sirve para sentarse. Los negros son muy físicos. Cuando los observas en grupo, caes en la cuenta de que apenas hablan, que raramente cambian entre ellos dos frases seguidas. En cambio se mueven, ríen, se palpan, danzan, se empujan, agitan los bajos, se miran de forma táctil casi húmedamente y establecen en la reunión una atmósfera sensitiva. Estos seres le dan al bullarengue una importancia extrema.En materia de comunicación algo nuevo está germinando en las aceras de Occidente. Cierto que la mayor parte de los culos blancos son ya irrecuperables para este moderno código de señales. Fláccido como un pudding de pasas y sometido a la moral hebraica durante un par de milenios, el trasero de la gente cristiana sólo ha sido un lugar inhóspito del cuerpo que ha cumplido históricamente un encargo funcional, práctico, aunque insensible. Pero en los últimos tiempos la juventud del hemisferio norte ha comenzado a utilizarlo como una forma de expresión magnética, siguiendo las enseñanzas de la selva. Esto no tiene nada que ver con el erotismo ni con el imperio de la carne, sino con una clase de energía cuyas descargas establecen una nueva red interactiva en la comunidad. Los negros dicen que los blancos no saben qué hacer con el culo. Es verdad. A ellos les sirve de instrumento vibrátil para emitir mensajes, signos, fonemas eléctricos, deseos y contextos de segunda lectura. Con él realizan maravillas de semiología. Recientemente el lenguaje de las posaderas acaba de entrar en Occidente. Es todavía una ciencia rudimentaria que está en pañales. Pero los jóvenes en onda están aprendiendo este rito. En el asfalto de nuestras ciudades ya se ven culos que hablan sonidos en varios idiomas.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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