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Más luz

Una y otra vez se opina, a propósito de la cuestión vasca, que se trata de un problema político, o que simplemente ha de plantearse como mero problema policiaco; o, las más de las veces, que serían precisas medidas de ambas índoles, con mayor o menor subrayado en lo político o en lo policiaco, según la procedencia ideológica de las opiniones que a este respecto se formulan una y otra vez a lo largo de ya tantísimos años.Entre densas oscuridades se camina de esta manera, pienso, tanto si se abraza la opción de lo que se llama las medidas políticas como en el peor caso de que se propugne la pura y simple represión, como parece ser el camino que, ¡ay, Dios mío!, nos ha anunciado el presidente del Gobierno en su última comparecencia; y algo de eso pasa con las opciones medias o intermedias, más o menos matizadas. La experiencia del mucho tiempo ya transcurrido en tales zozobras, sin que se avizore ni una ligera lucecita que parezca anunciar una salida a tan terrible situación, parece que da, por lo menos, cierto aire de fuerza intelectual a esto que acabo de decir. Me considero entre las personas de inteligencia media, y aún mediana, pues, caso de darse en mí alguna cualidad un tanto sobresaliente, sería, creo yo, la capacidad de imaginar y desarrollar algunas situaciones de forma teatral y, en ocasiones, propiamente narrativa; pero nada más. Ahora bien, una gran pasión por la verdad sí que me acompaña y no me abandona nunca, y, por cierto, ha sido muchas veces causa de no pocos quebrantos en mi vida. Desde esa pasión, y no desde cualquier otra instancia, voy a expresar una opinión tercera, si así quiere decirse: tercera y no conciliatoria, ni sintética con aire más o menos dialéctico. Se trata, ni más ni menos de que es menester empezar por otra parte.

En pocas palabras: no se trata de un problema meramente político ni meramente policiaco, ni una mixtura de ambas metodologías. Se trata -y qué valor hay que tener para plantear el asunto de esta manera- de un problema teórico. O, si se quiere, filosófico. O, si se quiere, científico. Glosando a Lenin, en términos digamos anteriores a que uno se plantee o no un proyecto revolucionario, podríames decir que sin teoría política no es posible realizar una acertada práctica política; y la teoría se hace en un lugar donde no se oye el ruido de los sables, sino los dictados del entendimiento y de la voluntad ética.

Ese ruido se oye en el justo momento en que se pasa del terreno de la ciencia (de la teoría) al de la ideología (al de la política). Pero habría que empezar al menos por una reflexión científica sobre las cosas, a poco que se tenga una cierta aprensión de caer en el más grosero (y, por cierto, erróneo) de los pragmatismos, lo cual después se paga muy caro, y no sólo desde el punto de vista moral. Es un derrumbadero de las personas de las cosas. Sobre todo, atención al momento en que uno recibe testimonios de simpatía procedentes del sector troglodita: es malísimo síntoma ese, si no hubiera otros de mayor envergadura epistemológica.

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Alguna pequeña luz teórica se ha encendido en el campo de la intelligentsia madrileña durante los últimos tiempos. Yo quisiera señalar aquí, y desde luego recomendar su lectura, las reflexiones -en algunos aspectos muy discutibles desde mi punto de vista- que en más de una ocasión ha publicado el sociólogo Jesús Ibáñez. Tanto su respuesta a la encuesta sobre la negociación, que se publicó en un libro, como un reciente artículo publicado en EL PAÍS con el título El terrorismo (y al que tendría que objetar la aceptación acrítica de ese término ideológico), son buenas muestras de ese necesario esfuerzo teórico por cuya necesidad abogo en estas líneas, no porque suponga la posibilidad de que tal esfuerzo sea posible en el mundo de los políticos, sino porque observo la misma indigencia teórica -el mismo irracional fervor ideológico (sobre todo cuando se trata del problema de la unidad de España)- en ya demasiados de los intelectuales, progresistas un día, áulicos hoy para su mala fortuna intelectual; y algo de mala conciencia, que por otro lado es lo suyo, podría despertarse quizá en ellos a favor de que el panorama de la cultura española de hoy no siga ofreciendo tan lamentabilísimo espectáculo: intelectuales gran-españoles, chovinistas hasta el extremo, de encontrarse muy a su gusto en la caverna matritensé; y no hablo ahora de los grafómanos tragaperras, que es una especie que siempre existió pero que hasta ahora no había cructado con expresiones como "me pagan por esto" y otras no menos divertidas e indecentes. Acompañantes casi efusivos de las mayores inepcias de la gobernación del Estado. Silenciosos cómplices de todos los abusos del poder. Todo ello configura un momento muy bajo de la vida intelectual, de manera que el esfuerzo que uno propone en estas líneas -el esfuerzo de comprensión de las cosas en el que ha consistido siempre la vida intelectual-, ¿de dónde podría surgir? Quienes tendrían que ser implacables destructores de todo fetichismo se detienen llenos de un pasmo sagrado ante una "eterna metarisica" (José Antonio Primo de Rivera), ignorando la génesis de los fenómenos históricos y el "cómo fue" de la constitución de los actuales Estados; y, por tanto, de la científica justificación de lo que, desde el chovinismo de gran potencia, se considera irracional: la reclamación de autogobierno de las pequeñas naciones, que además hoy se plantea en términos internacionalistas y es un reto contra la homogeneización planetaria que es el programa del imperialismo.

Luz, más luz. Pero, ¿desde dónde podría llegar esa luz necesaria? Con pena escuchamos el otro día la comparecencia de Felipe González. Pensé, escuchándolo, en El retrato de Dorian Gray y en que quizá en las facciones de algún retrato que le hayan hecho se estén reflejando aspectos no muy plausibles de su comportamiento moral (en lo que a su vida política se refiere, naturalmente; del hombre público hablo y nada más). También en las suyas propias parece haberse apagado alguna ingenua alegría que formaba parte de su imagen natural. Ahora hay técnicos de imagen. Pero eso no conduce a parte alguna en la que los pueblos puedan encontrarse y abrazarse en la hermandad de un proyecto de nueva organización y, sobre todo, de nueva vida, de la que la organización política no tendría que ser sino un mero reflejo. ¿Pero todo esto que estoy diciendo no es sino una tontería? ¿Me callo? ¿Qué ruido se oye? ¿Es un ruido metálico? ¿Seré reo, por lo que ahora estoy diciendo, de apología del terrorismo?

P. S. Escribí este artículo a raíz del reciente discurso del presidente del Gobierno sobre nuevas medidas antiterroristas. Posteriormente se ha producido en Bilbao una manifestación convocada por Herri Batasuna, en la que ha quedado elocuentemente probado que es necesario pensar esta cuestión muy seriamente. Cualquier reducción del problema vasco a la necesidad de una vía decididamente represiva pondría la cuestión en términos que apuntarían a cifras propias de lo que tantas veces, históricamente, se ha caracterizado como genocidios. Atención, pues, a este dato científico, que ha de contar mucho más para nosotros que las inepcias y los balbuceos retóricos procedentes de la caverna española, por muy encastillada y armada que esta caverna se halle.

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