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Iguales

Muy llamativos esos rábanos, gigantes que cultivan en China. Tampoco es poca cosa esa marea de bicicletas o esa dulce lucha contra las sombras que practican los chinos al amanecer. Sin embargo, si el reciente reportaje de televisión recuperó la imagen inquietante del imperio amarillo, no fue a partir de su diferencia. Todo lo contrarío. Lo desasosegante no reside ya en el virtual misterio de esa civilización que, en un mundo donde ya todo se sabe, se acabaría sabiendo. La amenaza comunicada se concentra en el testimonio de una pareja de recién casados, ataviados igual que unos novios de Asturias, mirandonos fijamente, sonriéndonos estereotipadamente, como una réplica fatal de nuestras vidas. Desde San Francisco a Shanghai, el mundo está concluido en lo mismo, condenado a amarse en la repetición.Las potencias de esta tierra no se abominan desde la diferencia. No existe propiamente una lucha ideológica sustantiva, ni vale la pena oponer los sistemas cuando todos ellos, llámense como se llamen, han sido pasados por la batidora capitalista y hablan la misma estrategia de poder. La tensión internacional está fundada en la exasperación de lo idéntico, en la inefable crispación que suscita ese otro que nos repite como un sucedáneo y a quien, a la vez, reconocemos como nuestro sucedáneo. La crisis tiene la textura del hastío, la estructura de un desierto que sólo recuperará su relieve tras una pavorosa convulsión. Ésta es la fase¡nación de la guerra.

Cuando el mundo era heteróclito, planeaba la mitología de la igualdad. Sólo ahora, cuando tememos ser iguales, cunde el, mito de la pluralidad, el afán de promover y hasta de luchar a muerte por los vestigios de diferencia. De hecho, algo muy fundamental se está escapando. El otro no es el antagonista que al enfrentarnos su diferencia afirma nuestra identidad. El otro es otra vez yo, refutándome como ser distinto, negando mi singularidad, horrorizándome con su copia. Cuando se habla de la conflagración nuclear como un suicidio colectivo, se está expresando con aterradora precisión lo que nos aguarda. En efecto: no existe otra salida para eliminar al otro que aportar nuestro suicidio. Como también, nunca sería mas fácil y plácido que ahora amar incestuosamente en China.

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