Sorpresa electoral en Turquía
LAS ELECCIONES que se han celebrado el domingo pasado en Turquía han dado unos resultados muy diferentes de los que hablan previsto la mayoría de los comentaristas. Los límites fijados por los generales, que detentan el poder desde el golpe de Estado de septiembre de 1980, para que los ciudadanos pudiesen expresar sus opiniones, eran muy estrechos: numerosos partidos, tradicionales y de nueva creación, fueron vetados; sólo tres pudieron presentar sus candidatos. La cúspide militar y el Gobierno controlado por el ejército decidieron qué partidos estaban autorizados a competir en la lid electoral. Cabe recordar además el marco netamente antidemocrático en el que todo el proceso tiene lugar: cárceles llenas de presos políticos, insuficiente libertad de prensa, etcétera. De lo dicho muchos dedujeron que las elecciones iban a ser una simple comedia; que de las urnas iba a salir lo que los generales habían predeterminado. Esto es precisamente lo que no ha ocurrido.La necesidad para los generales turcos de basar su poder en una cierta legitimidad democrática no se debe sólo a presiones del exterior; ni a causas puramente coyunturales. Toda la historia turca, desde la revolución nacionalista de Kernal Atartuk, que pretendía sacar al país de un contexto histórico de arcaísmo político y social mediante su acelerada occidentalización, está obsesionada por la aproximación a Europa. Es un dato de fondo que influye sobre toda la vida del país. Al mismo tiempo, una vez que el poder militar aceptó la inevitabilidad de la legitimación electoral se convirtió, en cierto modo en prisionero de una dialéctica que ya no controlaba. La gran masa de los votantes turcos, a pesar de que sólo tenían tres opciones ante las urnas, han expresado unas actitudes políticas sumamente significativas. El partido más próximo al poder de los tres, el de la democracia nacionalista, entre cuyos candidatos estaban el jefe y otros miembros del gobierno, o sea el partido que debía ganar, ha sido el gran derrotado al quedar en última posición con el 23 % de los votos. El partido populista, que se presentaba con una imagen socialdemócrata, ha obtenido más del 30 % principalmente de los ciudadanos de izquierda que no tenían otra forma de manifestar sus opiniones. La sorpresa la ha dado, al menos por la amplitud de su victoria, el partido de la madre patria, dirigido por Turgut Ozal que, con el 45,8 % de los votos, obtiene 212 diputados; es decir, la mayoría absoluta de un parlamento de 400 miembros. El sistema electoral, elaborado para dar ventaja al partido más oficialista, ha sido una especie de boomerang y ha potenciado la victoria de Ozal. Sin duda éste es un conservador; era ministro en el último gobierno de Demirel y conservó su cargo, durante bastante tiempo, con la dictadura militar; ha realizado al servicio de ésta una política económica costosa para la población. Pero durante la campaña electoral se destacó cómo la figura política más capaz de expresar una actitud de crítica hacia la dictadura militar; un deseo popular muy extendido de que los militares vuelvan a los cuarteles. Su imagen de técnico eficaz le ha permitido ganar votos entre la burguesía urbana sin dejar por ello de explotar una especial sensibilidad hacia la tradición musulmana, tan arraigada en las zonas rurales. El general Evren, líder del golpe militar de 1980 y actual presidente de la república, cometió, sin duda, un gravísimo error al atacar a Ozal ante la televisión pocos días antes de las elecciones. Le dio una especie de espaldarazo cómo candidato de la oposición, y con ello ayudó a triunfar.
Ante los resultados que han salido de las urnas, el general Evren no tenía más remedio que poner buena cara: sin duda dispone, en virtud de la Constitución nada democrática vigente en Turquía, de poderes enormes, incluido el de disolver el Parlamento. Pero adoptar ahora tal medida implicaría echar por tierra un esfuerzo de varios años por lograr una combinación de un poder efectivo de tipo autoritario con espacios de formalidad parlamentaria; así como también enterrar la perspectiva del acercamiento a Europa. Es lógico por ello que Evren y Ozal se hayan reconciliado en público; con toda seguridad el segundo formará gobierno en un plazo breve y pondrá en práctica una política nada contradictoria con las orientaciones del poder militar establecido en 1980. En realidad, entre Evren y Ozal las diferencias no son muy grandes. Están de acuerdo sobre la política internacional; Turquía seguirá siendo un baluarte de la política de EE UU y de la OTAN en esa parte del mundo. En cuanto a las diferencias en cuestiones económicas, entre el liberalismo de Ozal y las tendencias más estatalistas del general Evren, no tiene por qué llegar la sangre al río. Las elecciones turcas han sido significativas; pero sería absurdo olvidar lo esencial: la democracia no es sólo funcionamiento de un mecanismo electoral; exige sobre todo un marco de libertades para los ciudadanos. Y eso es precisamente lo qué no le han dado las elecciones en Turquía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.