_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La alegría de los muertos

En estas fechas todavía próximas a la conmemoración de Todos los Santos y Difuntos es casi obligado pensar un poco en la Muerte: algo desagradable sin duda y a mi juicio más bien asqueroso que otra cosa. Pero si la Muerte tiene aire fatídico y repulsivo en cambio los muertos, los que han sido vencidos por ella, son para nosotros motivo de cariño, de dulce recuerdo. No sólo los cercanos. También otros: y algunos motivo de las pocas alegrías y satisfacciones que nos da la vida. Va el solitario en su pueblo a la única casa amiga que le queda en la vejez. Es de noche, hace frío, llovizna. La tertulia queda dominada por la Televisión. La pantalla empieza a funcionar. Después de ver un programa en que pedagógicamente, se presenta a los hombres haciendo sarracina de pobres animales en un país lejano, hay otro en que los mismos animales se matan entre ellos del modo más sabio y científico que cabe: por lo mecánico, por lo automático. Pero ahora vienen las noticias. ¡Qué alegría! Una se refiere al último asesinato cometido, otra al paro obrero, otra a las dificultades de la reconversión. Las de lejos son mejores aún. Matanzas en el Líbano, guerra horrible entre Persia y el Irak, alegrías similares en Centroamérica. Gesticulan los políticos. Lo que es verdad para uno es mentira solemne para otro. Termina el programa, termina la frustrada tertulia. El solitario vuelve a su casa destemplado de cuerpo y de ánimo. El pueblo está lóbrego. La vida es así. También nos ha hablado en términos ásperos de ella y en la Televisión misma, un jovencito, alcachofa en mano, haciendo gestos descompuestos y con palabras acusatorias. ¿Flor qué muchas de las canciones de moda parecen discursos de líderes vindicativos?¿Qué hacer? El caso es que llega la conmemoración de Todos los Santos y de los Difuntos y que para alegrarnos vamos a los cementerios, a gastar en flores funerarias y a cumplir con otros ritos tristes. El solitario piensa en esto, con un poco de espíritu rebelde. Va a leer algo en la cama. ¡Basta de tristezas vitales, de esta vida que lo que tiene de más alegre son las cifras de paro y el déficit de los estados!

El solitario coge el tomo segundo de las obras de Eugène Labiche: -¿Quién ha dicho usted? -Labiche-. -Nunca he oído hablar de él-. -Pues peor para, usted-. En ese tomo segundo está Le voyage de M. Perichon, que se estrenó en París el 10 de septiembre de 1860. El solitario lee. Primero sonríe. Luego ríe francamente. En un momento se olvida de asesinatos, déficits, reconversiones difíciles y de las juveniles gesticulaciones conminatorias, a la moda. Vive en un mundo de alegría y de inocencia y se duerme con la sonrisa 1 en los labios. ¿Gracias a quién? Gracias a un señor francés que se murió en 1888... A la mañana siguiente aún le dura la satisfacción y reconfortado piensa: -No hay que conmemorar a los santos, a los sabios, a los buenos, a los grandes artistas muertos, poniendo coronas fúnebres en sus tumbas, ni crisantemos, ni dalias ni cacharros con otras flores fatídicas. Ni con funciones solemnes. Hay que celebrar la fiesta alegremente: con sus obras. Frente a las tristezas de la vida real, que se nos presentan constantes con la colaboración de economistas, psicólogos, sociólogos, antropólogos, naturalistas y otros pájaros de mal agüero, en radios, televisiones, etc. Vamos a refugiar,nos en la alegría que nos dan los muertos. Los únicos seres alegres, al parecer, que hoy existen.

El solitario ha preparado su programa para el día de Difuntos y lo ha llevado a cabo al pie de la letra. Por la mañana, después de desayunar lo quie su pobre estómago le permite, ha encendido el tocadiscos y ha oido primero una tanda de valses de Waldtenfel, empezando con la Estudiantina.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Ya metido en el mundo del vals, ha seguido con Vino, mujeres y canciones (aunque tenga prohibidos los dos primeros artículos). Adelante. Después de un paseo matinal, para preparar la comida, ha recurrido a una obertura, que es algo mucho mejor y más inofensivo que un fatídico aperitivo: L'italiana in Algeri le ha alegrado todo lo que el difunto Rossini puede alegrar. Después de comer y de dar otro paseo, se ha oído todo Il matrimonio segreto y ha vivido unas horas felices en el siglo XVIII. Descanso. Tertulia sin informaciones. De noche ha leído Lysistrata de Aristófanes y antes de dormirse ha canturreado lo que recordaba de Palorrima e notte, versos de Salvatore di Giacomo y música de Francesco Buongiovanni (1908): Nápoles canta, "Tiene mente sta palomma/ comme gira comm' vota/ comme torna n'ata vota/ sta ceroggena a tentà"

Se ha dormido a gusto. Gracias a la alegría de los muertos.

-Es usted un viejo pedante-.

-Sí señor. Soy viejo y soy pedante. Pero prefiero tener la pedantería de la alegría que la pedantería de la tristeza.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_