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Breve apología del terrorismo

Fernando Savater

Uno puede tronar contra el terrorismo, aborrecerlo, temerlo, pero lo que no se puede es dudar de su éxito. Si hay algo que funciona en este mundo, es la mentalidad terrorista, que no es, por cierto, exclusiva de los terroristas de vocación o profesión. Casi todo el mundo la practica a ratos, y hasta los más misericordiosos razonamos de cuando en cuando con cabeza de asesinos. No hay más que ver, por ejemplo, el entusiasmo con que cierta Prensa -o ciertos en la Prensa- ha proclamado la buena nueva de que "lo de los vascos" es una guerra. ¡Imagínense qué alivio! Nada de un nefasto incrustamiento histórico, ni un problema político, ningún reto a la imaginación civil o civilizada en general: no, es mucho más simple, es la guerra. Hemos tenido suerte, por un momento pareció algo complejo o delicado, pero ahora ya sabemos a qué atenernos. Más madera, que es la guerra. Que llamen al Ejército, que les tiren un misil, que cuenten con nosotros para verter sangre y tinta heroicamente en primera línea...Afortunadamente, es la guerra, la mejor coartada para renunciar a la paciencia y a la reflexión. Y uno se pregunta por qué se han puesto tan contentos con este enérgico descubrimiento, merced al cual han podido vender como maduro realismo su simpleza de energúmenos: si hubieran consultado a los etarras, éstos les hubieran dicho hace mucho tiempo que estamos en guerra. Todos de acuerdo, pues, y uno a cero para la mentalidad terrorista.

En el campo de las relaciones internacionales, el terrorismo ha sentado hace mucho plaza de sentido común. ¿Qué mentalidad más terrorista puede pedirse que la que considera normal vivir en un equilibrio de terror? Quienes estiman justificadas por razones ofensivas o defensivas las armas nucleares; quienes no se escandalizan de que la mayor parte: de la riqueza de los países se invierta en dichas armas en lugar de en alimentos o escuelas; quienes justifican como un simple y razonable negocio la venta de aviones o cohetes a Irán o Irak; quienes elogian la invasión de Afganistán, la de Granada, el derribo del jumbo o la guerra sucia contra Nicaragua (táchese lo que no interese); quienes defienden el despliegue de nuevos proyectiles atómicos en Europa o no insisten suficientemente en que deben ser desmantelados los ya existentes... ; en una palabra, quienes juzgan que la defensa de las libertades democráticas o la de los logros del socialismo legitiman la militarización del mundo, e incluso su eventual destrucción total, ¿qué diablos tienen que decir contra el terrorismo y, sobre todo, desde dónde se atreven a hablar? Hubo criatura ministerial que consideraba cívico manifestarse contra el terrorismo y dos días después tenía por sospechosa la manifestación por la paz y el desarme... ¡Como si ambas manifestaciones pudieran darse por separado, cómo si la una no fuera el apoyo necesario de la otra y viceversa! Pero es que terroristas son ellos, mientras que nosotros somos patriotas, gentes de probado coraje dispuestas a darle al mundo, quiera o no quiera, lo que éste necesita. Y ellos, claro, opinan lo mismo, porque son de nuestra misma escuela. De modo que todos de acuerdo, y dos a cero para la mentalidad terrorista. Hubo cierta vez un país, llamado por unos España y por los técnico-cursis-acomplejados Estado español, que salió por fin de una vieja dictadura y soñó con hacer política en libertad. Pero todo quedó reducido al simple y mísero triángulo persecutorio. Aquí no hay más remedio que ser demócrata, golpista o terrorista. Pero lo malo no es este abreviamiento escandaloso de las posibilidades de opción, sino el que cada uno de esos tres papeles no tenga otro contenido que su exclusión de los otros dos. Así, por ejemplo, ser demócrata viene a consistir exclusivamente en no ser golpista ni terrorista, y nada más. ¡Qué pobreza! Como es obvio, dado que cada uno de los tres modelos politicos subsiste gracias a los otros dos, todos se repudian estentóreamente en público y se reclaman con complicidad inconfesable en privado. Por lo demás, su tarea estriba tan sólo en hostigarse.

El terrorista azuza al demócrata para que éste libere al golpista que lleva dentro; el golpista le zurra al demócrata porque le supone culpable de las fechorías del terrorista, y el demócrata persigue al terrorista, mientras desesperadamente le hace señas disimuladas y le susurra, señalando con discreción al golpista: "¡Quieto, so bruto, que nos están mirando!". La complicidad entre el golpista y el terrorista es evidente: ninguno de los dos tiene otra justificación política mínimamente atendible por el público que la ominosa presencia de su rival. Cada uno de los dos se presenta como infalible remedio para el mal que él mismo causa. Pero lo más grave es ver cómo el demócrata está cada vez más condicionado por sus dos enemigos / cómplices, hasta el punto de aceptar leyes represivas, tortura, traslados carcelarios, etcétera, como si el golpista se lo dictara al oído, y, por otro lado, practicar una guerra sucia policial calcada de los métodos terroristas. Trágico contagio, y desolador.

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Así van los tres arcanos de nuestro tarot político español, subiendo la cuesta de la historia en patética danza, guiados por aquel implacable ajedrecista que imponía finalmente su ley en El séptimo sello. Tres a cero: hacia cero.

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