Abrir horizonte a la esperanza es soñar
El autor detecta un marcado contraste entre la ilusión y la esperanza que precedieron y simultanearon, hace un año, el viaje del papa Juan Pablo II a España y el estado de decaimiento y pesimismo que ha seguido a la efemérides. En su opinión, es urgente escuchar, poner en práctica los consejos prodigados por el Papa en el sentido de orar y dialogar desde la fe para abrir cauces a la esperanza. El remedio contra las consecuencias de haber desoído, el mensaje de Juan Pablo II, y uno de los elementos céntrales que son necesarios, según el autor para el rearme moral de nuestra sociedad, es una vueltá al diálogo en el sentido más genuíno y amplio del término. Un diálogo que procure "descubrir los factores complementarios que se dan en toda contradicción", en frase textual del autor de este artículo.
¿Quién se acuerda ya de aquel vendaval de simpatía que pasó por aquí hace un año levantando , el ánimo de las gentes, que cantaban sin cesar: "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo?".Es un hecho triste que la unanimidad de aquella confianza y alegría, apenas rota entonces por las reticencias de algunas mentes, condicionadas por la amargura, hoy se ha borrado del ambiente hasta convertirlo en un puro lamento. El pesimismo y la desafección co rroen los ánimos. Las exigencias de supervivericia colectiva parecen incompatibles con el desarrollo de las libertades humanas. Todo se vuelve decir: "No tene mos remedio. Las cosas van mal. Nadie se encuentra con fuerza pira dar ánimo a los demás. Nos está bien empleado".
Pero no todo es negro. En el campo de la iniciativa empresarial hay ejemplos de energía, visión y tenacidad que rompen la monotonía de la lamentación. Sin embargo, parece inevitable que tengamos que resignamósante el proceso de descomposición al ver cómo nuestros legisladores, debatiéndose entre las exigencias de la teoría sociáli.sta y las exigencias de la realidad social, pasan el rodillo de su poder sobre las conciencias, reduciendo al silencio todo intento de rectificación sensata.
Entonces es lógico preguntar: ¿Fue aquello, animado por el carisma del papa Juan Pablo II, un sueño pasajero? ¿Es esto de ahora, tan triste y deprimente , el reflejo de una realidad inescapable? ¿Es que el abandono que lleva, a la muerte es más realidad que el estímulo del deber que lleva a la vida? ¿Por qué vegetamos a remolque de los hechos y nos entregamos al atractivo de ese vegetar, en vez de vivir diligentes, dispuestos a enderezar los hechos? La confianza que piden Felipe Gorizález y algu nos colaboradores suyos refleja buena intención. ¿Cómo cohonestarla con la desconfianza generada por el conjunto de los hechos, la incoherencia, las contradicciones?
La respuesta es que hemos desoído la invitación que nos hizo el Papa a orar y a dialogar desde la fe para abrir horizontes a la esperanza. Indudablemente debemos reactivar su recuerdo para reavivar la,esperanza que sembró.
El papa Juan Pablo II, con el carisma propio de quien vive el donde la fe que responde a una-realidad superior impalpable, el carisma de quien encarna en su vida esa fe y no se achica ante las dificultades, nos señaló un objetivo claro, alcanzable con diligencia que estimula los resortes del espíritu, y genera una satisfacción genuina.
Ese objetivo es relanzar la esperanza del hombre, enderezando el proceso que desencama el espíritu y lo encierra en una cárcel de incoherencias en la que pululan unos problemas ficticios que dificultan el planteamiento y la solución de los problemas reales.
Este relanzamiento es posible sobré el supuesto de que el Evangelio transmite el mensaje de Cristo, urimensaje luminoso de liberación que nada tiene que ver con el amasijo de condenas que d Trimen a los que no se enteran ni con los intentos de evasión que exaltan a las gentes estrafalarias, pero no a las normales. Es lo contrario de lo que dicen los que afirman que la liberación y la modernidad éxigen dar la espalda al Evangelio o se inventan una interpretación,arbitraria, como la que hace de Marx la versión actual de Cristo.
Invitación a dialogar
Hemos desoído la invitación a dialogar y a orar para alcanzar ese objetivo. El resultado es la prepotencia de tentación a sestear y murmurar. Hemos especulado, aireando críticas amargas, en unas discusiones que parten de la duda estéril y esterilizante, y nos hemos dejado influir por unos señuelos sembradores de unas expectativas locas, seguidas de frustraciones lógicas.
La palabra diálogo, que algunos mitifican, hoy está generalmente desprestígiada porque se la confunde con un intercambio de monólogos sin, voluntad de aproximación al entendimiento desde diversas perspectivas. Esa diversidad de perspectivas no genera, necesariamente, discrepancia de objetivos.
Dialogar supone discurrir por cuenta propia. No hay diálogo cuando tenemos que limitamos a la repetición pasiva de una consigna, fórmula prefabricada. Y supone comprensión, capacidad de aceptar que el otro pueda tener su parte de razón; no llamar contrario al que discrepa o compite.
No hay diálogo cuando el asentimiento es indiscriminado y da todo por bueno con tal de evitarse una incomodidad. Tampoco lo hay cuando se dan razones básicas para el disentimiento. Por ejemplo, entre los que ven el aborto como un hecho incualificado que está ahí y no puede ser ignorado y los que lo rechazan porque ven en él un hecho injusto que es obligado combatir. No puede haber diálogo entre los que, hablan de la justicia como si amparase el derecho absoluto de la mujer sobre su cuerpo y los que reconocen que la justicia no puede admitir tal derecho frente a la voluntad del Autor de la vida. Tampoco puede haber diálogo entre los que consideran el cuerpo de un ser que todavía no es persona, pero es persona en germen, como una cosa que se puede manipular, y los que lo consideran como un ser que no puede ser manipulado.
La razón del diálogo no es emulsionar contranos, sino descubrir los factores complementarios que se dan en toda contradicción. Ciertamente, la intención del diálogo no es levantar castillos para una dialéctica de enfrentarnientos, es abrir canales para una dialéctica de comunicación.
Creo que todo intento de diálogo puede ser fecundo, porque no puedo creer en la maldad esencial e irremediable de ningún hombre, como tampoco creo en su bondad esencial y espontánea. Creo más bien en la debilidad original que necesita ayuda interior para abrir horizonte a la esperanza.
No creo en la capacidad de ningún ambiente para crear unas incompatibilidades que no puedan ser rotas por el buen sentido. Creo en la superioridad de la actitud sobre la circunstancia.
En mi opinión, no es sensato intentar salir del lamento discutiendo con unos señuelos equívocas, fabricados entre dudas flanqueadas de ilusiones. Lo sensato para reactivar la esperanza es dialogar apoyados en la firmeza de unos objetivos claros y viables que respondan a la visión completa de lo real, con sus exigencias y sus dificultades, a la luz de una fe viva.
Soñadores y discurridores
Ahora bien, dificulta el diálogo el hecho de que aquí somos más soñadores que discurridores y buscamos lo aparente más que lo auténtico. Queremos salir del paso con fórmulas chapuceras. Por eso nos gustan los señuelos confusos, más que los objetivos claros, y nos, dejamos llevar por la tentación de lo fácil, que no siempre es lo.bueno y lo conveniente.
Otra dificultad oponemos aquí al diálogo. Levantamos una legión de cocos que nos hacen decir "con ése no", y luego creemos infranqueables las barreras levantadas por esosbocos y nos dejamos e¡¡casillar por unos respetos que no resisten el más somero examen.
Pese a todo, es posible salir del lamento y de la chapuza y responder a la invitación del papa Wojtyla. Ello supone que no sigamos fluctuando entre dudas o cerrados en la actitud esquinada que dice "ni con unos ni con otros". Necesitamos dialogar con todos. los que tienen la recta intención de llegar a un acuerdo en la línea del deber y del buen sentido.
Pensar que esto es posible, ¿es soñar? Quizá, en parte, lo sea. Pero es moralmente necesario. Y atender a lo necesario no es un sefluelo inalcanzable. Es un objetivo alcanzable. Es abrir nuevas pautas de conducta al buen sentido que nos descubre la razón de nuestro ser y nos hace capaces de decidir y realizar cuando sólo parecemos capaces de discutir y murmurar. Es abrir horizonte a la esperanza. No es soñar.
Pero lo cierto es que el asesinato del Capitán Martín Barrios, el más reciente en la escala criminal hacia lo absurdo, con un no sé qué de especialmente siniestro que ha hundido aún más los ánimos de todos, parece echar por tierra la invocación a la esperanza y el diálogo, como si fuese una ingenuidad de niño asustado o una eipeculación de cínico derrotado. En este ambiente de inseguridad y de irritación, alérgico a la confianza y el buen ánimo, parece que lo único efectivo es dejarse llevar por el ins:tinto de supervivencia que reacciona con ceguera y brutalidad. Pese a ello, si podemos dominar la ira y queremos enderezar el proceso de deterioro en el que estamos, veremos que esta invocación es obligada. Es nuestro deber intentar, el diálogo para recuperar la energía moral sin la cual de nada sirve tomar medidas.
es abogado. Fundador de la revista Punta Europa.
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