_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El himno, contra d palco

Cuando el himno del Barça resuena en el Nou Camp mientras brotan los once blaugranas en el verde césped, puede parecer que estemos aún en los verdes arios de aquella blaugrana concienciación masiva en torno a los significados históricos del club más que un club. Y ello tiene su lógica: tan sólo una década separa el nacimiento de este eslogan como tal -cristalizando un concepto de larga existencia pero hasta entonces sin específica expresividad pública-, cuando todos nos dimos cuenta, y La Trinca lo cantó, de que también el Barga se integraba a la medida de sus posibilidades en el clamor popular antifranquista del rugiente crepúsculo de la dictadura.La dicotomía centralismo-catalanismo que crepitaba entre los chasquidos de botas y balón durante los encuentros Barça-Madrid de las lígas bajo el franquismo, se había abierto en la primera mitad de los ilusionados años setenta a una contraposición de representatividades mucho más amplias: la de la resistencia en favor de la libertad frente al totalitarimo emanado desde la capital. El Barga-Madrid era entonces, y con mayor intensidad que nunca, más que un partido. Resultó así que, uno a uno, los cinco goles de los blaugranas en el campo del Madrid se asimilaron, golpe a golpe, e incluso verso a verso -si se riza el rizo de adherirles preclaros contenidos estéticos-, objetividades simbólicas de campanadas anunciando la inapelable proximidad de la democracia. Eran los verdes años, los tiempos adolescentes de un nuevo país, pronto a lograr sus derechos de mayoría de edad. Suena, ahora, el himno del Barça en el Nou Camp y algo de él revive el espíritu de aquellos verdes años sobre el verde césped.

¿Pero dónde se han ido las flores, aunque aquí no consistieran precisamente en claveles? En estos días que arrastran la transición más allá de su fin, la nostalgia de la mejor vida contra Franco se enfrenta a las realidades cotidianas de forma cercana a cómo el himno del Barça retumba impotente contra el palco del nuñismo y se desvanece enseguida a le, ancho y alto de las gradas quizás con el estupor de que en aquel palco se yerga un vicepresidente capaz de haber accedido inicialmente a presentarse como candidato de Alianza Popular.

Lo fantástico por un lado, lo terrorífico por otro, de tal iniciativa política, reclamarían para ser descritas la pluma de un Lovecraft o de un Bram Stoker. El club más que un club ofrendando su vicepresidente a la presidencia de la Generalitat habría sido un acontecimiento de pura y simple conexión de los significados inherentes a ambas instituciones. En cambio, el matiz de que el candidato representaba oficialmente a AP hubiera desbordado todas las paradojas cultivables por una imaginación aterradoramente enfebrecida.

Es difícil considerar ético que el Barça se desnude de implicaciones cuyo positivo carácter resultó indiscutible, y que ello suceda desde unos años atrás a modo de constante encadenamiento de decisiones desvinculadas con aquel espíritu del club. La filosofía actual del palco barcelonista atiende, por encima, de todo, a la expansión económica y al poderío deportivo, dando la espalda una y otra vez a un espíritu que incluso llegaba a enaltecer la misma estética de las hazañas deportivas. El espíritu del Barça aflora, en cambio, a través de la postura moral de un argentino, el entrenador César Luis Menotti, cuyas actitudes se hallan precisamente en las antípodas del violento fanatismo a que puede conducir una visión del fútbol radicalizada en la fascista máxima de ganara toda costa.

Precisamente, en virtud de reflejos que anteponen a toda otra consideración la idea de triunfar sobre el contrario, el vértice estético del Barça, Diego Armando Maradona, ha sido apartado por largo tiempo de su campo de creación artística. Sin él, las carencias estéticas del club más que un club pudieran aunarse al descoloreamiento de intensidades que sufre el Barça-Madrid de este momento. Partido melancólico donde los haya, sus prolegómenos quizá inciten a más de uno a preguntarse si el himno difundido por los altavoces conlleva una tácita acusación contra este palco tan distinto al de los ya legendarios días de Cruyff.

escritor. Es el creador del eslógan El Barça es más que un club.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_