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Tribuna
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La ciudad, ahora

En agosto nos quedamos pocos, y sospecho que siempre los mismos. La ciudad, cualquier ciudad grande y tragona, en agosto, se viste con el asfalto de soportar pasos perdidos, y resulta conmovedora la fidelidad con que te acompaña desde que amaneces, con rastros de sequía en el cerebro y ejércitos de amianto en el paladar, hasta que llegas a la cama, como puedes, feliz de haber tachado en el calendario un cuajo de calor y sabiendo que el día que te pisa los talones va a vencerte también implacablemente.La ciudad, en agosto, recobra exactamente las dimensiones con que desean medirlas nuestros pies. Se contrae en el mapa, se esconde como un caracol al que le has rozado las antenas con una brizna de yerba. Se extiende desde el bar en donde preparan el mejor dry martini hasta la terraza en donde la horchata de última hora te ofrece todavía el serrín de la chufa para acariciarte los dientes. Empiezas la jornada abriendo un ojo ante ese quiosco un poco lejano que ha tenido la amabilidad de no cerrar, te compras alka-seltzer en la farmacia del quinto gorro en donde un dependiente extenuado ha olvidado para siempre que una vez existieron alquimias y probetas. Comes en restaurantes que nunca más, en todo el año, volverás a visitar, y agradeces cualquier cosa que puedan echarte. Te sientes tolerante, en agosto, en la ciudad que no hace preguntas, que no espera proyectos, que simplemente te recibe, balanceándose sobre sus dos patas.

Ni tú ni los amigos con los que te reúnes en torno a cualquier mesa, rendidos como tú por la agostura, tenéis temas intensos, ni siquiera medianamente interesantes, de los que conversar. Inicias una frase y se te queda la boca descosida, porque de repente has entendido que nunca más, hasta el próximo año, volverás a gozar de ese silencio, de esa oquedad en la cabeza. Sentarte en una plaza, apoyada tu espalda contra la reja de un convento; o en el bordillo de una fuente, y boquear sin vergüenza como los privilegiados, los vagos, los maleantes y los delfines de piedra.

Y saber que los que vuelvan en septiembre no tendrán nunca la ciudad como tú la has tenido.

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