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Cristóbal Halffter

En su castillo de Peña Ramiro, en las montañas del Bierzo, el compositor leonés ha creado el 80% de su obra

Cristóbal Halffter está en Villafranca, en su castillo de Peña Ramiro, donde permanecerá hasta octubre, en que empieza su periplo europeo. Aquí ha compuesto el 80% de su obra, "desde el 1956, prácticamente todo se ha hecho o gestado aquí", en un estudio situado en el ala principal, decorado con posters de conciertos y desde cuya ventana se ve Dragonte, un pueblo diminuto encaramado en las montañas bercianas. Ahora han construido una urbanización moderna que se atisba desde el interior, pegada al alféizar inferior, y que rompe algo la belleza de la vista. Pero Halffter mira más alto: "La Luna está hoy en cuarto creciente: aquí puedes saber esas cosas porque estás en con tacto con todo".

Desde luego, Villafranca es algo más que la naturaleza. "Es, en primer lugar, una vinculación con Marita, mi mujer, y después el refugio donde yo me encuentro más a mí mismo". Halffter pasea, se baña en el río con Pedro, su hijo menor, de 12 años, el único que vive con la familia. "Los dos mayo res ya se han independizado. Éste ha sido un año para doblar a cual quiera: he tenido una hepatitis, nos ha nacido el primer nieto y me han hecho académico. Tres signos de vejez", añade con humor.El atardecer le sorprende sobre la terraza que da al parque: pinsapos, cedros y un magnolio cargado de flores que Halffter enseña con la pasión de un jardinero atento. Aquí charla de lo divino y lo humano con su esposa, María Manuela Cano. Seguramente es aquí donde planean sus giras y organizan los conciertos que tienen como envoltorio acústico cualquier bóveda roniánica de un templo de Villafranca. Por este pueblo del Bierzo han pasado, pasan todas las temporadas, algunos de los mejores concertistas del continente, por invitación de los Halffter-Cano. La gente del pueblo va y escucha con sabiduría: "En Villafranca se sabe escuchar y distinguir. Esta gente tiene sensibilidad porque no se pregunta qué debe sentir: siente. Y eso la convierte en el mejor de los públicos".

El reloj de San Francisco da las horas, mientras entre las fachadas blasonadas de la calle del Agua, Villafranca recibe la noche. Pero el castillo está en lo alto. Es una vieja edificación de finales del siglo XV, con torres algo panzudas y cubiertas de hiedra en los ángulos. Ha sufrido los avatares de la historia, construcciones y reconstrucciones, y en la actualidad una de sus alas permanece en ruinas. Los Halffter miman estas viejas estructuras: "Es una herencia que proviene de la familia de mi mujer, tan vinculada con esta tierra. Somos conscientes de que vivir aquí es un privilegio, pero también un tributo. Yo siempre aconsejo un chalé en Marbella: sale más barato y da menos problemas", dice con una sonrisa. "Pero lo cierto es que esto ha llegado a nosotros y lo conservaremos mientras podamos".

El 'sancta santorum'

Pero el sancta santórum está arriba, en ese estudio entre cuyas paredes ha nacido la Cantata de los derechos del hombre, el Réquiem por la libertad imaginada, Mizar, Planto por las víctimas de la violencia... y toda la mejor obra halffteriana. Mesas, estanterías y un piano. "Perteneció a mi madre, que era una extraordinaria pianista. En él trabajo. Yo tuve dos traumas en mi niñez: uno la guerra civil, otro la muerte de mi madre".

Encima de las mesas, algunos libros. Una vieja edición de Voltaire, rescatada de la biblioteca de algún antepasado de Marita, muchos libros de historia y sobre todo... Zubiri, a quien Halffter lee y relee con delectación y hasta con pasión: "A veces, al cerrar el libro, siento ganas de aplaudir, como en los conciertos". Manifiesta una admiración radical por el filósofo, de quien es amigo y a quien ha dedicado una de sus obras. Quizá, de ese sustrato de zubiriano convencido, de lector (y por tanto recreador) de páginas sobre radicalidades últimas de las cosas, le venga ese deslumbrante ramalazo de conversador sistemático, racional, ordenada y brillantemente lógico.

Pero volvamos al estudio. Aquí trabaja todos los días, mañana y tarde. Está componiendo una nueva obra que estrenará la orquesta Tom Halle de Zurich, en mayo de 1985 y que está bastante adelantada. "Tengo ya un tercio aproximadamente. Yo no me peleo con la obra. Me llevo bien con ella, la dejo salir. Está basada en la estructura paralitúrgica de un versus y he tomado como elemento de variación un hermosísimo madrigal de Juan de la Encina que se llama Triste España sin ventura, escrito a la muerte del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos". Halffter parte de la muerte del joven príncipe, que considera una ocasión perdida para asentar una unidad en el federalismo y hace una meditación hasta ahora mismo sobre las frustraciones de esta España "cuya tristeza es que siempre llega tarde. Yo, esa tristeza la siento", dice, pero reconoce que la música no puede describir cosas concretas, sino crear una sensibilidad hacia. Y lamenta la degradación de esa sensibilidad: "Se puede medir la altura de la cultura de una colectividad por la complejidad del ritmo. Ese ritmo elemental y primitivo que están dando todo el día por radio y televisión, lo único que está haciendo es primitivizar una cultura que es altísima, que ha creado La flauta mágica, de Mozart, el Parsifal, de Wagner, y la Novena sinfonía".

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