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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Quién quema el bosque

LA PROLIFERACIÓN de incendios en las regiones españolas, especialmente en la época estival, como el que acaba de asolar el parque de Els Angels, en Gerona, pone de relieve que en España no hay ni ha habido nunca una preocupación auténtica por el bosque, del mismo modo que nos faltan tantas otras cosas por hacer y por pensar. El bosque, que en la Edad Media era un medio de vida, un hábitat, una renta paralela y permanente del agricultor y el ganadero, se ha convertido para una gran mayoría de los españoles de hoy en una tierra de nadie en la que todo está permitido. Y con ello no nos referimos sólo a la piromanía criminal que tanto hace por desertizar nuestras tierras, sino que aludimos esencialmente a la incuria, casi no menos nociva, que traslada al bosque el detritus de la indiferencia urbana por todo lo que no sea cemento, acero y electrodoméstico.Esa incapacidad general para pensar el bosque se traduce en unos poderes públicos igualmente desprevenidos para defender nuestro equilibrio ecológico. Al analizar lo sucedido en el incendio de Gerona podemos quedarnos en la anécdota más o menos lamentable de que el Gobierno, incomprensiblemente, no diera el visto bueno a la intervención de tres hidroaviones franceses que se hallaban a pocos kilómetros, en Perpiñán, que en ocasiones anteriores habían actuado prácticamente de oficio, pasando por encima de papeleos y burocracias con tal de prestar el servicio de su solidaridad. Pero eso no es lo más relevante. Lo peor es que en toda España, donde verano a verano padecemos un auténtico azote de incendios, el parque de estos aparatos que posee el Estado es de una docena de unidades, y que de ellos, por razones de servicio, apenas son operativos ocho o nueve, cuando un cálculo conservador establecería entre 25 y 30 el número de los necesarios para atender a nuestras contingencias habituales. A mayor abundamiento, esos aparatos están habitualmente estacionados en Torrejón, alejados de las zonas estadísticamente necesitadas de ellos, con la sola excepción de la temporada estival, en que se desplazan algunos a las regiones periféricas.

No pensamos, con ello, que el único o el principal medio para luchar contra los incendios forestales sea el apagafuegos del aire, puesto que es bien sabido que es desde tierra -y sobre todo con la prevención- donde se vence a los incendios, y que es una eficaz estrategia de contrafuegos y de medios materiales de infantería lo que permite sofocar este tipo de siniestros, pero valga como muestra de lo que señalábamos la complicación burocrática en el uso de los hidroaviones que se detectó en Gerona, la carencia de infraestructura que quedó de manifiesto, y la indiferencia existente ante la necesidad de una política preventiva.

Es cierto, por otra parte, que las comunidades autónomas no han hecho todo lo que estaba en su mano para potenciar la asunción práctica de las competencias que afectan a estos problemas. La Generalitat de Cataluña ha tenido la voluntad más o menos afortunada de decorar pueblos y ciudades con advertencias acerca de la presunta capacidad de fuego de las paellas que se hacen al aire libre, sin preocuparse de ir a una política de delimitación y declaración de parques naturales, lo que habría permitido ejercer las funciones de vigilancia y limpieza de estas zonas (una actitud que en el terreno de la pura profilaxis habría sido más efectiva que la publicidad de vallas). Esta campaña publicitaria recuerda aquella otra, similar a la que hicimos en España, que se prolongó durante muchos años en el Reino Unido: "Keep England tidy" ("Mantenga limpia Inglaterra") decía la leyenda profusamente repetida; pero ese recordatorio se podía hacer con posibilidades de éxito a un pueblo que contaba con la largueza de medios necesaria y, sobre todo, con el interés en hacer uso de ellos para convertir la jaculatoria en realidad. La recomendación de ir con cuidado con las paellas campestres se hace a un pueblo al que le faltan hidroaviones, no le sobran cortafuegos y, encima, va frecuentemente al campo como quien se dirige a un gigantesco abrevadero que le refresque de la ciudad inhóspita. Sin que se esfuerce lo más mínimo para que, una vez en él, los árboles le dejen ver el bosque de sus problemas. Entre ellos, la necesidad de perseguir a los responsables de los incendios provocados -numerosos-, cuya actividad criminal hace luego tan fácil urbanizar sin cuento allí donde el bosque lo impedía.

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